Cultura

Aquel discurso de Robin Williams en el banco de un parque de Boston

Quien vive, pierde, de la misma manera que quien ama, sufre, y nuestra capacidad de amar es inversamente proporcional a nuestro ego

La vida pasa, y cada vez que encuentro el rostro de Robin Williams en el zapping de la tele no puedo evitar sospechar, aunque sea un instante, que sigue vivo, con nosotros. Han pasado 9 años desde que el actor decidiera que ya había visto suficiente, que lo que había de venir no le interesaba lo más mínimo. Él ya no está, pero sigue resonando a través de las ondas, en ese azar que se dibuja en la pantalla del televisor y en el seno de nuestra alma, aquel discurso que dio en un banco del Boston Public Garden a un indomable Will Hunting.

Robin Williams, sentado al lado de un niño llamado Matt Damon, desliza las esencias de la existencia mientras sus ojos se paran en el horizonte. Con la calma con la que Sócrates asumió su condena a muerte. Es la serenidad que solo otorga la sabiduría. "¿Sabes lo que se me ocurrió? Que eres un crío, y que en realidad no tienes ni idea de lo que hablas. Es normal, nunca has salido de Boston. Si te pregunto algo sobre arte, me responderás con datos de todos los libros que se han escrito... Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina".

Will Hunting es un chico superdotado que vive tras una fría máscara de lecturas infinitas. Sus libros son su fortaleza inexpugnable. En demasiadas ocasiones, uno camina por los senderos de la vida sosteniéndose en el bastón de la imaginación. Las películas y los libros se convierten en un refugio contra el áspero mundo exterior. Pero no por leer Tom Sawyer sabremos algo sobre la vida de un huérfano.

"Si te pregunto por las mujeres, supongo que me darás una lista de tus favoritas. Puede que hayas echado unos cuantos polvos... pero no puedes decirme qué se siente cuando te despiertas junto a una mujer y te invade la felicidad". Robin Williams sabe que vivir no es solo pisar la calle, es involucrarse, afrontar los daños igual que saboreamos las mieles del camino.

“Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto. Pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable. Ni te has visto reflejado en sus ojos. No has pensado que Dios ha puesto un ángel en la Tierra para ti, para que te rescate de los pozos del infierno, ni qué se siente al ser su ángel... Y pasar por el cáncer. No sabes lo que es dormir en un hospital durante dos meses, cogiendo su mano, porque los médicos vieron en tus ojos que el término horario de visitas no iba contigo. No sabes lo que significa perder a alguien. Porque solo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo”.

Veo a Robin Williams en esa escena de 'El indomable Will Hunting' (Gus Van Sant) y veo a mi padre con la misma mirada perdida, aleccionándome en el salón de mi casa cuando era un adolescente dolido y oculto tras un disfraz de tipo duro. De aquella conversación salí con lágrimas en los ojos, pero seguí tropezando muchas veces más porque Machado tenía razón. Se hace camino al andar.

Como bien dice Robin Williams, nuestra capacidad de amar es inversamente proporcional a nuestro ego. Por eso los narcisistas patológicos son fábricas de niños traumatizados de por vida. Luis Miguel Dominguín compartió lecho con el “animal más bonito del mundo”, Ava Gardner, pero casi mata a su hijo Miguel Bosé cuando decidió no darle la medicación para la malaria porque era una “mariconada”.

El indomable Will Hunting se estrenó en 1997. Robin Williams no sabía que 17 años después de aquel discurso en un banco del Boston Public Garden se quitaría la vida. Ben Affleck tampoco podía prever que terminaría acudiendo a clínicas de desintoxicación para tratar su alcoholismo. O que terminaría casándose con la mujer que dejó marchar 17 años antes, Jennifer López.

Quien vive, pierde, de la misma manera que quien ama, sufre. Se puede ser un amarrategui y pasar sin pena ni gloria por el mundo. O perderse para siempre en el limbo de las ideas, donde la tierra firme y las personas quedan a millones de años luz. Buenas maneras de hacerse trampas al solitario. El regalo de la vida es consustancial a asumir que algún día la perderemos, al igual que irá borrándose todo lo que nos rodea. Quien ama, no puede evitar sufrir por la gente que le rodea.

Algo extraño acontece cuando escuchamos a alguien que verbaliza 'la verdad'. Ni siquiera podemos definirla, pero nuestros sentidos intuyen que es auténtica. Nos embarga un estado casi onírico en el que sentimos levitar. Se han escrito páginas y páginas sobre qué diablos es esto de la vida. Los filósofos llevan siglos devanándose los sesos para intentar sentar las bases del camino, del buen vivir, del bien sufrir. El tema es inabarcable, como un solo de trompeta de Miles Davis. Y por mucho que lo escuchemos nos seguiremos elevando con discursos de verdad, capaces de rozar con los dedos el telón de la existencia, como el de Robin Williams en el parque de Boston o el de mi padre en el salón de casa.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli