Cultura

El documental de Josu Ternera: "¿Y la Guardia Civil? Ellos ya sabían cuál era su función. ¿No es todo por la patria? Son voluntarios"

Jordi Évole entrevista al histórico terrorista de ETA en un polémico documental que protagoniza la jornada inaugural de la 71º edición del Festival de San Sebastián

Chaqueta con estampado de cuadros, camisa blanca y ojeras. Serio, frío, enfadado por momentos y siempre a la defensiva en sus respuestas. Contradictorio, con una humanidad impostada que se desvanece en cuanto termina sus frases y una gran capacidad para despertar sospechas de megalomanía. Josu Urrutikoetxea es el protagonista del documental No me llame Ternera, la película que más polémica ha levantado en el Festival de San Sebastián en los últimos años y que este viernes finalmente ha tenido su primera proyección en la jornada inaugural de la 71º edición del certamen.

Netflix produce este documental, que se incluye en la sección Made in Spain y que la organización del Zinemaldia ha defendido a pesar de las duras críticas que ha recibido, no tanto por su contenido, que solo han visto algunas personas durante la última semana -entre ellas, esta redactora de Vozpópuli-, sino por el contexto en el que se presenta: un festival con alfombra roja, focos y muchos fotógrafos, acostumbrado a lucir en sus photocalls los rostros más distinguidos del panorama cinematográfico internacional.

Y a este escaparate llega una entrevista inédita a Josu Ternera, como era conocido en el entorno etarra, un terrorista pendiente de extradición para ser juzgado en España por uno de los atentados más crueles de ETA, ocurrido en una casa cuartel de Zaragoza en 1987, en el que murieron 11 personas, de las cuales seis eran niños. Por todo ello, así como por la poca confianza depositada en su entrevistador y codirector, Jordi Évole, y por recibir dinero público para su realización, alrededor de 500 personas -víctimas, políticos e intelectuales- pidieron en una carta una retirada del documental que nunca se produjo.

La película, que llegará a Netflix el próximo 15 de diciembre, se vertebra en torno a la sorpresa de la persona que en esta ocasión da voz a las víctimas: Francisco Ruiz, el policía local que acompañaba como escolta a Víctor Legorburu, alcalde de Galdácano (Vizcaya), un 9 de febrero de 1976, cuando fueron acribillados a balazos a primera hora de la mañana. El segundo falleció y el primero sobrevivió, y no ha sido hasta la la realización de este documental cuando ha descubierto que Josu Ternera estaba detrás de aquel atentado, tal y como señala en la cinta y ha recogido la prensa durante los últimos días.

Josu Ternera no deja que Jordi Évole se dirija a él como Josu Ternera, apodo que, según explica en esta entrevista, le pusieron en "una tertulia de poteo" en San Juan de Luz por haber mostrado la misma reacción que un bovino. En esa misma localidad del "País Vasco del norte", como se refiere al País vasco francés, tiene lugar esta conversación, en la que repasa una militancia de más de 50 años, desde que cumplió los 17, y aunque señala que abandonó la banda armada en 2006 tras la ruptura del alto el fuego, no queda claro si se trata de una calculada estrategia para evitar futuras imputaciones.

Josu Ternera rezuma cierta chulería en sus respuestas y también una superioridad moral que desconcierta y enfada, siendo capaz de realizar un ejercicio tan contradictorio como lo es criticar el afán violento del terrorismo yihadista y justificar minutos después las acciones de ETA

Su vinculación, en cualquier caso, no parece que acabara nunca, teniendo en cuenta que fue quien leyó el comunicado de disolución de la banda en 2011, aunque sostiene que no formaba parte de la dirección entonces. "Un caso extraño", espeta Évole. "Extraño, pero es así", contesta él.

Josu Ternera rezuma cierta chulería en sus respuestas y también una superioridad moral que desconcierta y enfada, siendo capaz de realizar un ejercicio tan contradictorio como lo es criticar el afán violento del terrorismo yihadista -"una violencia que no tiene razón de ser", dice- y justificar minutos después las acciones de ETA. No hay, pues, ni una brizna de arrepentimiento y su "lo siento de veras" final suena hasta cómico. Cosas que pasan, qué se le va a hacer, la vida es así. Solo esto le falta por decir.

"Ni usted ni nadie me habrá oído decir que matar está bien", justifica un hombre procedente de una "familia católica" que cree "en la naturaleza y en el ser humano", que participó al menos en el asesinato al alcalde de Galdácano a mediados de los 70 y en la planificación del atentado contra Carrero Blanco, sobre el que da detalles, como el cambio de planes tras su nombramiento como presidente del Gobierno: lo que iba a ser un secuestro para exigir la liberación de presos se convirtió en asesinato.

"ETA dice que las casas cuartel también serán objetivo y se pedía que desalojaran a las familias. La Guardia Civil no hace caso y la organización actúa en consecuencia", señala Ternera en el documental

Sobre el terrible atentado de Zaragoza con 11 muertos, entre ellos seis niños, por el que será juzgado una vez se vea las caras con la justicia gala, Josu Ternera despierta la indignación con unas palabras despreciables. "¿Fue un error?", pregunta Évole. "No lo diría en esos parámetros en absoluto. Si escuchamos las declaraciones anteriores, ETA dice que las casas cuartel también serán objetivo y se pedía que desalojaran a las familias. La Guardia Civil no hace caso y la organización actúa en consecuencia", contesta.

Tras esta aseveración tan cruel, con la que se hace responsables a los padres de la muerte de sus hijos, Ternera afirma que él es "el primero en sentir que esas víctimas eran críos". ¿Y la Guardia Civil? "Ellos ya sabían cuál era su función. ¿No es todo por la patria? Son voluntarios", sostiene. Y así, realiza una clasificación de las víctimas que más tarde niega entre eufemismos y otras miserias.

El entrevistador pregunta al entrevistado también por el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, que para Ternera fue "un error político y humano con consecuencias irreversibles que no favorece la vía de ETA en aquel momento para salir del conflicto". De nuevo, los objetivos de la banda en el centro. Sobre el atentado de Hipercor, perpetrado en Barcelona en 1987, con un total de 21 muertos, entre ellos cuatro niños, habla de "un error de cálculo" y del "resultado del no desalojo" tras dos avisos, por lo que afirma convencido que el "Estado no cumplió con su función".

"En ningún caso el objetivo ha sido provocar víctimas indiscriminadamente", dice Ternera, al tiempo que afirma que "matar no es un placer para nadie" y que "es y será una mochila" que llevará "hasta el final" de sus días. Sin embargo, no muestra arrepentimiento de su trayectoria como etarra, tan solo se arrepiente de no haber parado antes lo que a su juicio es una "espiral" de violencia. ¿Ha tenido sentido todo esto?", le pregunta Évole. "Durante 50 años he participado en la lucha del pueblo vasco con aciertos y errores. Malo sería para una persona decir que su vida no ha tenido sentido. He participado siendo consecuente, con una vida como militante como consideraba mejor, y punto", concluye Ternera.

Ternera y Évole

Los únicos momentos en los que Ternera muestra cierta humanidad son aquellos en los que Évole le habla del asesinato por parte de ETA de Yoyes, una etarra arrepentida con quien tenía "cierta relación", y el atentado que sufrieron él y su familia. También cuando reconoce que "la espiral de violencia in crescendo" les llevó a todos a ser "insensibles al dolor de los demás". A pesar de todo, mantiene el ideario y el vocabulario de la organización cuando establece comparaciones y simetrías, o cuando habla en todo momento de un "conflicto" en el que la banda terrorista, a su juicio, no tenía la responsabilidad.

¿Y Évole? En su ejercicio de showman al que tiene acostumbrado al espectador, pendiente de los mandos de la emoción, el enfado, la tristeza o la ira, como los personajes de colores que controlan las cabezas en la famosa película de Pixar Del revés, hay que reconocer que en esta ocasión sabe acorralar al entrevistado con sus formas suaves para evitar el cabreo y llegar a dejarle en evidencia. Lo malo es que en este apartado no hay sorpresas ni novedad, ni siquiera morbo en las palabras de Ternera, con las que solo conseguirá despertar cierta impotencia en el espectador, que lamentará no ver algún remate o alguna repregunta a tiempo.

En No me llame Ternera no se blanquea a ETA, es cierto, y cualquiera que vea el documental puede comprobarlo. Nadie puede negar tampoco el interés periodístico que puede tener una entrevista de esta magnitud. Sin embargo, el tremendo error probablemente haya sido elegir un contexto que ha resultado demasiado frívolo, que además se nutre de dinero público, para quien todavía sufre el dolor de la herida sin cicatrizar y que espera algo de comprensión y delicadeza. No hay nada punible, y desde luego no se puede coartar la libertad de expresión, pero tan solo se pedía no caer en el mal gusto, en el olvido o en la indiferencia.

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