Cultura

Arco 2022: calma 'chic' en la burbuja

La feria madrileña vive una edición continuista, explorando estéticas de gama alta

El mundillo cultural español se ha vuelto más complaciente desde la pandemia. Es lógico, ya que ahora cualquier acto rutinario es una celebración. Propuestas tan predecibles como los Goya, una gira del grupo pop-rock León Benavente y una nueva edición de Arco -más amplia que la de 2021- tienen el sabor de ganar batallas al bicho y reconquistar una añorada normalidad (nos gustase más o menos).  La mayor sorpresa de 2022 fue llegar al recinto y encontrarlo flanqueado por dos enormes filas de banderas que combinaban rojo, azul y blanco. Uno podía temer que se hubiera dado una invasión relámpago de Putin, pero al acercarnos descubrimos que los colores de la enseña rusa coinciden con algún grafismo de esta edición de Arco en Ifema (el emblemático recinto ferial de Madrid al que acudió Vozpópuli). Una pena: hubiese sido la permormace perfecta del grupo Laibach.

¿Les interesa contemplar un cuadro que ironiza con el hecho de que Pedro Sánchez no es en realidad de extrema izquierda? La verdad es que no funciona ni como viñeta de periódico.  ¿Qué tal disfrutar la obra de una artista que se ha cosido su propia vagina? Los ricos se aburren y piensan ya en el transhumanismo. ¿Y contemplar una serie de verduras cocinables pegadas a la pared de un espacio expositivo? La mayoría de las propuestas dentro de las naves siete y nueve no impresionan especialmente. Existe una amplia porción del público que no acude a exposiciones de arte contemporáneo alegando que “no estoy suficientemente educado para apreciarlo”, cuando en realidad debería recaer en el artista la obligación de apelarnos, sacudirnos o cambiar nuestra percepción cotidiana.

¿Es Arco elitista? ¿Un gueto autorreferencial? ¿Una zona vip a medida del pijerío progre de raigambre ochentera?

“Lo mejor de Arco siempre ha sido su público”, decía hace poco en un reportaje Juana de Aizpuru, galerista fundadora del certamen. Sin duda estamos ante una asistencia distinguida, más clase alta que media, pululando por el recinto con esa calma chic de quienes reman a favor de corriente. No se estresan ni por las modas, cómodamente instalados en la estética “bobo” (burgués bohemio), el hipsterismo de los dosmiles y el progresismo de colores de las películas de Almodóvar (esto último, los mayores). Un paso por el Speaker’s corner, donde los jóvenes emprendedores venden sus proyectos, hace intuir que aquí se habla castellano pero los negocios se cierran en inglés. Todo el recinto tiene un aire de zona vip aislada de las batallas, miserias y tensiones del mundo exterior.

Arco y la falta de transparencia

A la hora en que me acerco a la feria el rincón más animado y con más flashes es la esquina de Ailanto, diseñadores de moda que trunfan desde hace al menos dos décadas y que presentaban sus nuevos vestidos. Lexus exhibe coches decorados y otras empresas de ginebra, champán y ropa despliegan en sus puestos estéticas estridentes. Es difícil pasear por estos espacios sin pensar en que la industria ha domesticado al arte contemporáneo hasta convertirlo en su departamento creativo. Las ediciones de Arco transcurren sin conflictos más allá de los previsibles, a pesar de que la mayoría de creadores han pasado momentos de extrema dificultad económica durante la pandemia.

¿Por qué Arco, tan cool, feminista y ecofriendly, no puede tener espacio para debatir las denuncias de artistas como Daniel G. Andújar? "En este país se ha instaurado una nueva burguesía, dentro de las burocracias artísticas institucionales, que han acabado saqueando los fondos existentes para las artes. Mientras que los que producen arte reciben migajas del presupuesto. Esta acumulación por desposesión es una nueva forma de explotación de los recursos de artistas y trabajadores culturales autónomos que tendremos que combatir, también, este 2022", denunciaba el 4 de enero en su página Facebook. Y estos días Pedro G. Romero -otro artista crítico y pujante- comentaba en un suplemento que alguien le había recomendado no volver a Arco porque los chistes que hacía en el bar afectaban de manera negativa al precio de las obras que vendía. Los pijos llevan mal que se haga humor con las cosas que les importan.

A la orilla del trajín de los stands, se reparte la prensa cultural. La mayoría del público declina amablemente los suplementos, como si estuvieran por encima de esas cosas. La verdad es que podrían afinar su percepción si se animaran a hojear alguno de los especiales sobre Arco. Por ejemplo, en el del ABC Cultural destaca una página de Carlos D. Mayordomo donde explica algunos trampantojos de Arco. Por ejemplo, se sorprende de que la feria no facilite datos de facturación ni importes de obras vendidas, a pesar de que podría exigirse transparencia al estar financiada sustancialmente con fondos públicos. ¿Es Arco elitista? ¿Un “gueto autorreferencial” como dijo Alberto López Cuenca? ¿Una zona vip a medida del pijerío 'progre' de raigambre ochentera?  Se puede responder sin mirar las obras de arte, fijándose solo en el público que un jueves por la mañana.

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