Cultura

Ascuas de junio: cuando la charla te rejuvenece

Tres doncellas suavemente cortejadas por un hombre maduro. ¿Por el coraje del corazón, de una fuerza sensible en este mundo sin alma? Por el don de la palabra tal vez, del humor, del amor al saber.

  • Una estudiante -

Exultante juventud, poco menos que insultante. ¿Vuelve con ella el afrodisiaco de la inocencia? Vuelve. La vida llena sus venas, sus dientes blancos, su risa de chica que empieza a ser mala. Antes su timidez impresionaba, con una voz ronca que salía de adentro. Y aquella dulzura cerval. Ahora no, hoy ya puede ser sutilmente descarada.

Vuelve entonces el reto, el envite en la doblez de las palabras, en las complicidades y las alusiones a otro tiempo. ¿Decaes? Puede, pero la charla te rejuvenece, casi te presta una frescura que rutila a la altura de ella. Todo lo que queda de vida en ti bulle de pronto en el juego de los gestos, en una juventud que ya no te pertenece.

Tres doncellas suavemente cortejadas por un hombre maduro. ¿Por el coraje del corazón, de una fuerza sensible en este mundo sin alma? Por el don de la palabra tal vez, del humor, del amor al saber. Te gustaría. Pero ella es hoy capaz de jugar con todo eso. Rubia palidez esmaltada sobre un alma vacilante. Desenvuelta, provocativamente ingenua. Conserva ese toque de atrevimiento prudente de una joven que ha sido tu alumna. Sabe respetar, pero también juega con la igualdad, con una especie de confianza en los vínculos. La presencia corporal, el calor de junio, las miradas. El lenguaje riente nos mantiene suspendidos en la misma mesa.

Cómo un encuentro cambia el coro que tienes en la cabeza. Piensas: cómo las frases, el día y el sentido que tengas disponible, cambia un encuentro. Cuerpos y palabras son lo mismo, lo que nunca sabremos.

Mientas tanto, el gotero de su iris sigue reanimando tu convalecencia dubitativa. ¿En realidad, hablas castellano con ella? No, hablas "en lenguas", labrando el desfiladero del equívoco.

Alumnas en ascuas

Y entonces sientes volver otra mutación de una vieja maldición: Tú quieres un reino, por eso lo tienes todo y a la vez no tienes nada. Así pues sigues, tintineando sobre la cota de malla de su mente: "No me interesa nadie que sea feliz. La felicidad nos hace insensibles, vulgares. Todas los seres radiantes que hemos amado se han vuelto mediocres cuando creyeron llegar a la cima y perdieron su toque de tristeza". Ella mira atenta, entre divertida e incrédula. Puedes estar tranquilo, si el programa es la infelicidad, parece que estás en buen camino.

Si no estuvieras tan solo. O no lo estás. Y ha sido ella, el torrente de su pelo lacio al caer, la que ha vaciado otra vez tu limbo de espera. Dime qué sueñas. Qué soñaste anoche, dime. Prometo no usarlo para la vida corriente.

¿Un beso sería el umbral de otra cosa? O no, tal vez con la antesala sería suficiente. Un último roce, lento, húmedo, desfalleciente. Casi real de sólo soñarlo. ¿Basta con eso?

Never for ever. Amor, junio, tentaciones: ¿sólo son nombres? Por si acaso, un último homenaje, esta vez de otro hombre:

Tú saliste de la noche

y había flores en tus manos,

ahora saldrás de una confusa muchedumbre,

de un tumulto de charlas sobre ti.

Yo que te vi entre cosas primordiales

me enfadé cuando pronunciaron tu nombre

en sitios ordinarios.

Desearía que frías olas inundaran mi mente,

que el mundo se marchitase como una hoja muerta,

o como vaina de amargón fuese aventado,

para poder hallarte nuevamente,

sola.

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