Cultura

"¿Banalización del fascismo?": Las claves de 'Civil War', explicadas por un politólogo

Por la magia de la polarización acaba Alex Garland, un director de clara tendencia progresista, señalado desde sus propias filas como un “colaboracionista” con el enemigo

La película Civil War propone un futuro distópico en que los Estados Unidos de América están sumidos en una guerra civil. Solamente hay un problema: las motivaciones políticas del conflicto prácticamente no se mencionan durante los más de cien minutos de metraje. El espectador no puede saber casi nada ni de los detonantes de la contienda ni de los ideales del bando “gubernamental” o el “bando rebelde”, con ninguno de los cuales se posiciona abiertamente la película. Su director, Alex Garland, dice pretender que el público no se identifique ideológicamente con ninguno de ambos bandos, para que pueda contemplar con imparcialidad los horrores de una guerra civil.

Sin embargo uno de los actores principales (Nick Offerman) confiesa un motivo más prosaico para la falta de ideología en el guión: “Si lo haces de otra forma, te arriesgas a perder la mitad de la audiencia”. Y es que la sociedad estadounidense está enormemente polarizada, hasta el punto de que un producto audiovisual de una marcada tendencia “Demócrata” tiene asegurado el boicot “Republicano” (y viceversa). De este alto grado de polarización política parte, de hecho, la idea de Civil War: una guerra civil podría ser posible en la década venidera, según la opinión encuestada de casi la mitad de estadounidenses.

Pero para comprender la naturaleza de esta polarización y prevenir una futura guerra civil, sería necesario meterse en política y atreverse con temas tan espinosos como el enquistado “conflicto racial” o la novedosa “lucha de sexos” como factores de división de la sociedad norteamericana. Habría que analizar también el fracaso de la democracia liberal bipartidista (no solo en EEUU, por cierto, sino en todo Occidente). Y el papel que juegan las redes sociales como Meta (Facebook e Instagram), creando “burbujas de opinión” y “cámaras de eco” que radicalizan a cada camarilla en sus opiniones, aislándolas de las demás. Por no hablar de las multinacionales de “seguridad y defensa”, que constantemente tensan la opinión pública con debates sobre la venta de armas dentro el país o la participación en guerras en el extranjero.

La película Civil War no se atreve a entrar en ninguno de esos debates y la consecuencia es (según Ross Douthat en The New York Times) “Hacer que la guerra civil parezca una catástrofe natural o un apocalipsis zombi”, es decir, un evento fatídico que no sería culpa de nadie ni se puede prevenir ni abordar racionalmente. Civil War tiene una clara vocación de “advertencia al país”, pero quizás sea un mensaje fallido que “no aborda explícitamente el momento actual, de forma que nosotros como pueblo no podemos resolver problemas si no somos capaces de nombrarlos” (según Eisa Nefertari Ulen en The Hollywood Reporter).

En las entrevistas promocionales de la película, Alex Garland sí ha dicho algo más sobre las ideologías en su obra: “La izquierda y la derecha no son más que posturas sobre cómo gestionar el gobierno, no representan el bien y el mal; se puede votar por una o por otra sin convertirlo en una cuestión moral”. Sus palabras parecen sacadas del siglo XX, cuando el eje izquierda-derecha se reducía a un matizado debate entre “más gasto público por el bien de la igualdad” o “menos impuestos por el bien del desarrollo”. Sin embargo, hace tiempo que la “batalla cultural” lo ha embarrado todo, convirtiendo las posturas políticas en “identidades”

¿Postura equidistante?

Pese a la moderación de la bienintencionada declaración de Garland, una legión de izquierda “new left” se ha lanzado a acusarle de “equidistante” y de “banalizador del fascismo”. Michael Dawson (experto en “estudios raciales” y “feminismo interseccional”) escribe que Garland “se equivoca al hablar de un conflicto entre dos perspectivas igualmente válidas, porque el conflicto es únicamente de aquellos derechistas que quieren ver muertas a las minorías marginalizadas, contra quienes queremos impedirlo”. ¡He aquí la polarización escribiendo por boca de ese articulista!: los rivales serían enemigos irracionales que quieren el mal absoluto. 

Añade el tal Dawson que los Republicanos son “anti-humanos” y aprueban “legislaciones genocidas”, refiriéndose a leyes pro-armas. ¿No diría algo parecido un Republicano sobre los Demócratas que aprueban “legislaciones genocidas” pro-aborto? Y escribe también que los Republicanos buscan “erradicar a las personas LGTB-trans de América”. ¿No escucharemos semejantes acusaciones en las filas contrarias, acusando a los Demócratas de querer erradicar a la familia WASP (“anglosajona blanca y protestante”)?

Otro articulista, David Gilbert (experto en “extremismo online”) también rechaza a Garland y afirma que “solamente hay un bando que llame a la guerra civil, difunda conspiraciones (como el “gran reemplazo”), disperse teorías desacreditadas sobre elecciones amañadas y prometa un baño de sangre si su candidato pierde”. Para él es obvio que se refiere a los Republicanos de Trump pero, gracias a la magia de la polarización, un Republicano podría ver en esa misma descripción el vivo retrato de los Demócratas de Biden. ¿Acaso no estarían llamando ellos a la guerra civil cuando han tachado a los trumpistas de “saco de deplorables”, no difunden teorías de la conspiración cuando intentan vincular a los más locos grupúsculos nazi-fascistas con cualquier candidato de derecha, no ponen en tela de juicio las elecciones con teorías desacreditadas (como la “influencia rusa”) y no prometen si pierden revueltas violentas como las que hubo en verano de 2020 tras la victoria de Trump?

Lo que nos faltaba es que nuestra peor tradición de “rojos” contra “fachas” sea reeditada entre anglicismos de lo “woke” y la “alt-right”

También por la magia de la polarización acaba Alex Garland, un director de clara tendencia progresista, señalado desde sus propias filas como un “colaboracionista” con el enemigo. En esa misma línea le han afeado citar en los créditos de la película a Andy Ngo, un polémico comentarista de derechas que (se piense lo que se piense de él) ha hecho un amplio trabajo documentado protestas violentas relacionadas con grupos antifascistas e islamistas. Garland utiliza imágenes suyas en la película y por lo tanto la referencia en los créditos es legalmente obligatoria. Pero para la izquierda polarizada es prueba suficiente de alta traición.

Le han reprochado incluso citar en los créditos a la periodista Helen Lewis, ¡progresista confesa y feminista! El problema de ella es que (mala suerte) no comulga con los postulados del trans-generismo (ya se sabe, todo aquello de los “penes femeninos”, los “cuerpos gestantes” y el “sexo sentido”). De nuevo, gracias a la magia de la polarización, la pobre Helen Lewis pasa de ser aliada de izquierda a ser “terf-fascista”, condenando también sumarísimamente a todo el que se asocie con ella, en este caso el director Alex Garland.

Y es que la polarización no solamente enfrenta brutalmente a la izquierda contra la derecha, como los “republicanos” y los “nacionales” en la Guerra Civil Española, sino que crea aún más brutales guerras internas dentro de cada bando, como los conflictos en filas “republicanas” entre comunistas, trotskistas y anarquistas. Es triste empezar hablando de la guerra civil de los yanquis y acabar hablando, como siempre, de la nuestra. Lo que nos faltaba es que nuestra peor tradición de “rojos” contra “fachas” sea reeditada entre anglicismos de lo “woke” y la “alt-right”. Pero en el mundo liderado por EEUU (o lo que va quedando de él) lo que empieza a un lado del Atlántico siempre acaba salpicando a la otra orilla.

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