El 1 de septiembre de 1871 murió de manera repentina Luis González Bravo; diputado moderado que había sido presidente del consejo isabelino y gran icono del conservadurismo decimonónico. Falleció en Biarritz, en Francia, luego de haberse unido a su enemigo durante más de 50 años de vida política: el carlismo legitimista que no reconocía a la derrocada Isabel II. Una década antes, todavía en el gobierno, el mismo González Bravo había empezado a proteger a dos hermanos sevillanos de talento que destacaron en ramas complementarias: el pincel y la pluma. Eran los Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo, sevillanos que tuvieron en Bravo un padrino fiel que oteaba sus borradores y bosquejos y los recomendaba a los distintos editores. Incluso Valeriano Bécquer, el pintor, llegó a asistir a las fiestas decadentes del moderantismo en palacio de la década de 1860.
Julia Bécquer, hija de Valeriano, recordaba la pequeña vida burguesa de los hermanos en Madrid: “teníamos dos criados y hacíamos una vida patriarcal. Vivíamos cerca de la cuesta de Santa Leocadia. Mi padre pintando; Gustavo, soñando”. Fuera de fantasmagorías, Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer sobrevivían en este Madrid de aquellos periodistas galdosianos con más ambición que pecunia. Todos ellos, además, estaban sometidos a una censura que el republicano Emilio Castelar rememoró de una manera jocosa:
“La constitución de 1845 prohibía la previa censura, pero los ministros de la gobernación y los fiscales de imprenta se daban tales trazas, que por doquier surgían censores. Y había el lápiz rojo, el lápiz amarillo, el lápiz verde, el lápiz negro. Escribir en un periódico en aquel tiempo era como hacer uno de esos cuadros impresionistas de ahora, en los que lanza el pintor su paleta, mancha con esta paleta su lienzo, y luego ve uno allí todo lo que quiere ver, menos pintura ¡Pues señores, no podíamos escribir; sencillamente no podíamos escribir!”
Pronto Bravo los conseguiría el llamado “turrón gubernamental” -un puesto funcionarial- y nombró a Gustado Adolfo Bécquer “censor de novelas” a finales de diciembre de 1864, mientras que Valeriano Bécquer recibió un año después una pensión estimable para realizar retratos de tipos regionales. No por casualidad, a la muerte de Ramón María Narváez -el llamado espadón de Loja, conocido por su frase apócrifa “no tengo enemigos, los he matado a todos”-, el lírico asistió a su sepelio.
Bajo la égida de estos prohombres, los Bécquer se vincularon bien pronto a la escudería del liberalismo conservador en el periódico 'El Contemporáneo', junto a otras figuras templadas como Juan Valera o Antonio María Fabié. El poeta, Gustado Adolfo, editó también textos culturales e historicistas bajo inspiración del Chateaubriand de El genio del cristianismo (1802) donde inevitablemente hacía literatura describiendo criptas con “dudosa luz” al atardecer.
Era una figura romántica en perfecto contraste con el Madrid de estética ya naturalista cuyo paisaje eran linotipias, periodistas hampones y políticos haraganes. Todo esto lo juzgó un yermo estético: “Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas obscuras las chimeneas, las buhardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles. Madrid sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve”.
Esa capital que tan poco quería la lírica -su obra sobre los templos de España no pudo financiarse entera- sí era amiga de los ingenios satíricos. Los dos hermanos, entonces, bajo el pseudónimo “Sem” obtendrían emolumentos poco después de la caída del régimen isabelino en un viraje ideológico tan marcado como el de su antiguo mecenas González Bravo. Llegada la septembrina, la revolución de 1868 instigada por el general Prim, los Bécquer mudaron así sus ideas con los “últimos amenes” de Isabel II, parafraseando a nuestro clásico.
Una píldora contra los conservadores
Con la reina fuera del tablero, los alfiles comenzaron a plantear sus jugadas y con ellos los peones que vivían de los segundos. A decir de los biógrafos Robert Pageard y Hans Juretschke, dadas las “perturbadas circunstancias familiares y la situación política”, los Bécquer cambiaron sus ideas apenas dos meses del golpe de la facción progresista.
En efecto, en noviembre de 1868 se lanzó 'La Píldora', de ideología radical, demócrata, y cuya mancheta estaba ilustrada por Valeriano Bécquer. Es un panfleto contrario a la censura gubernamental -recordemos que Prim pagó por aquel tiempo a “la partida de la porra”, que amenazaba a periodistas desafectos- y opuesto a la venta de cargos estatales. De estos, con cierta ironía, habían vivido los Bécquer gran parte de esta década tal como hemos citado. En ese sentido, la coalición progresista fue también parodiada por este dúo sevillano:
“En país de buena pasta
con turrón a todo pasto,
comen, sin pagar el gasto,
ocho genios y un Sagasta.
Mucho el poder nos aplasta,
Mucho el escote nos cuesta;
Pero si alguno protesta,
a solas o en mancomún,
y oye al Gobierno run run,
ya veréis como contesta:
¡Cataplum!”.
Aunque se proclamaban republicanos, intentaron ser acreditados como prensa en cortes en febrero. No lo conseguirían y su último ejemplar se editó en abril de 1869. Parece, también, que los dos hermanos colaboraron en el diario 'Esto se va' de 1870, donde pergeñarían ilustraciones y versos en una gaceta más política que cómica. Sin embargo, sería un inédito con la pornografía más desatada el que quedó como muestra más descarnada de los Bécquer como dúo satírico: Los Borbones en Pelota.
La reina Isabel es de todos
La experta en el periodo isabelino Isabel Burdiel ha realizado un concienzudo análisis de la obra erótico-cómica Los Borbones…, donde muestra a todo el entorno de Isabel II en escenas sexuales desenfrenadas. Son, ese sentido, 89 láminas de ilustraciones donde aparece toda la corte decadente de la reina de los tristes destinos en posturas escatológicas y más propias de la comedia sicalíptica del siglo XX que del pacato siglo XIX. Se dibuja, de este modo, no solo a la soberana borbona recibiendo de buen grado todo tipo de falos, sino también a la monja de las llagas Sor Patrocinio o a González Bravo en tremendo trajín sexual.
¿Eran estas láminas una venganza de los hermanos sevillanos contra su antiguo protector González Bravo? Burdiel cree que esta obra, que permaneció inédita hasta 1991, se debió realizar del 68 al 69 del siglo XIX. La firma, en ese sentido, se deriva siempre de la palabra semen (“V. Sem”, “Semen” o “V. Semen”) y parece que no solo los Bécquer estaban detrás del pseudónimo.
Volviendo a las acuarelas, que tienen el reconocible trazo de Valeriano Bécquer, estas mostraban la reina desnuda, oronda y abierta a todo -una imagen ciertamente misógina-. No hay límite en la representación de genitales: en la lámina “¡Oh viejo que estás jodiendo! / al infierno vas cayendo” se dibujó a la reina Isabel II en pleno sexo desenfrenado con el padre Claret, su confesor, mientras el rey consorte -de fama uranita- se procura una suerte de autosatisfacción. En su lecho, a la espera del coito, un militar que Burdiel no identifica.
Además, criticaron su apoyo al clero -siempre representado como topos oscurantistas- a la vez que celebraban el triunfo de la revolución de septiembre. A pesar de esto, criticaron el enchufismo generalizado, el pasteleo, de unos revolucionarios que regalaron cargos a sus afectos desde primera hora. En consecuencia, es más interesante analizar las láminas a través de sus ausencias: no aparecen los republicanos como objeto de sátira y el juego de tronos de Prim -la búsqueda de un rey para España- no supuso ni un chiste. Esto confirma que es imposible que se realizara a inicio de 1870 donde la elección del monarca obsesionó a la opinión pública.
Los supuestos autores, incluso, tampoco desvelarían la incógnita: Valeriano Bécquer moriría por una afección del hígado en septiembre de ese 1870 y, poco después, falleció en Madrid el poeta del siglo, su hermano Gustavo Adolfo, en medio de una gran nevada navideña. Este manto níveo quedó como metáfora de unos márgenes en blanco, sin firmar, de una obra cómica que todavía necesita de investigadores que resuelvan la incógnita. Es divertido pensar, en conclusión, que la pupila de Gustavo Adolfo Bécquer -aquella que solo era sensible a lo trágico- tuvo al menos un parpadeo para la comedia: la reina castiza bien valía un esperpento ilustrado.