Cultura

Belén Gopegui: "La industria cultural somete al amor a un desgaste incesante"

En el piso de Madrid donde está el corazón de Existiríamos el mar, la última novela de Belén Gopegui, los personajes han construido una vida en común que es refugio

En el piso de Madrid donde está el corazón de Existiríamos el mar, la última novela de Belén Gopegui, los personajes han construido una vida en común que es refugio y ofensiva,  y la ternura necesaria para poder ser peligrosos en un sistema que les ahoga. Aunque ya son adultos están y viven juntos, y se entregan a la intensidad, al dejar que el sol derrita las alas y los cielos se derrumben. La novela es también una crítica a las formas que toma el capitalismo en nuestras vidas, con una historia atravesada por la clase social y unos personajes que se quieren como los pobres, “con todo en su contra”.  Vozpópuli charla con la autora sobre Existiríamos el mar (Literatura Random House) y algunas ideas que envuelven a la novela.

Pregunta: Después de la pandemia parece que se ha extendido una especie de necesidad de escapar del mundo, de una realidad que nos ahoga. ¿Es la huida de Jara, que marca el inicio de la novela, un reflejo de ese impulso que nos invita a marcharnos lejos de todo?

Respuesta: Aunque entiendo la pregunta, me gustaría precisar que las novelas no son reflejos, la ficción se nutre de la realidad y la realidad se nutre de la ficción, ambas se modifican recíprocamente. La huida de Jara en la novela obedece a las condiciones concretas de Jara, y esas condiciones a su vez obedecen a la clase de mundo en que vivimos en este momento. Solo que mundo es una palabra demasiado amplia, a mi entender no es tanto el mundo como un tipo de organización económica y política lo que nos está ahogando. Y claro que cuando alguien quiere huir, escapar, cambiar de vida, a veces sigue el empuje de una intensidad azul como un vidrio, o una llamada que parece indescifrable. Porque nuestras vidas son raras y confusas, pero eso no significa que no estén también movidas por causas claras, por algo que da lugar a la subida del precio del café y se desploma luego sobre un sueño.

P: A los protagonistas les pesa la falta de tiempo por el trabajo, el paro o la situación económica, pero su vida compartida en el piso de Martín de Vargas da sentido a ese “cuidémonos para ser peligrosos juntos” que mencionas en el libro. Ahora que el debate sobre la familia está tan encendido, no sé si en este libro también has querido trasladar, en parte, una reivindicación de otra forma de familia.

R: La idea del yo es bastante limitada, como la idea de individuo, porque parece crear una frontera, tal como la piel parece que es una frontera, una capa que se cierra y construye una unidad. Sin embargo la piel no se cierra y los individuos no son, ni sienten, ni piensan, si no perciben lo que estando fuera está dentro, porque les hace. La familia es una forma de organización ligada al patriarcado y también, entre otras cosas, al cuidado de las crías que luego serán personas. Puede ser criticada y apoyada en según qué cuestiones. En todo caso, no es la única forma posible. Las novelas que me interesan buscan, de algún modo, entrenar una imaginación crítica que no se conforme con las visiones prefabricadas desde la parcialidad disimulada o desde una credulidad conveniente. No propongo modelos, sino que al escribir  ensayamos -acudo al plural porque cada novela nace de la relación con muchas otras personas, colectivos y lecturas- formas de vida diferentes que amplíen, o al menos así lo procuren, la estructura del sentir.

La manera que los personajes tienen de tratarse va más, se trata de apoyarse, pero no defenderse del mundo como se dice en tantas malas canciones de amor

P: En la vida de los personajes hay un enorme componente de una afectividad e intensidad a la hora construir sus relaciones que creo que va más allá de la amistad y del romanticismo, que traspasa esos límites. Además, sobre el amor escribes en el libro que ”la clase social es concreta, los cuerpos se tantean en el enamoramiento pero después vienen los cálculos” ¿La forma de relacionarse que experimentan en Martín de Vargas supone para los personajes un arma para defenderse del mundo o una opción para tratar de cambiarlo? ¿Está el amor siempre mediado por las lógicas del sistema?

R: Qué difícil es olvidar el desgaste incesante al que cierta industria cultural masiva ha sometido al amor, reproduciendo estereotipos ridículos si no fueran también, déjeme usar este concepto antiguo, alienantes. Antes de hablar de amor hay que contextualizar la idea porque con ella por bandera se cometen crímenes, y se  anula a personas. El reciente trabajo de la fundación Porcausa, Narrativas migratorias del amor, entre otras cosas intenta precisar el concepto, no dejarse llevar por tantas visiones que lo han falseado. La manera que los personajes tienen de tratarse va más, creo, en la línea que señalas, se trata de defenderse y apoyarse, pero no defenderse del mundo como se dice en tantas malas canciones de amor, ahí el mundo y aquí nosotros…, sino defenderse de las estructuras del vivir creadas con intereses concretos y con torpezas también concretas. Me cuesta recuperar la palabra “amor” sin matizarla porque todavía parece que puede darse en el vacío, y no es así. Tampoco pienso que el amor esté mediado hasta el punto de no ser posible, pero sí que necesita desbordar esas mediaciones, y eso no se hace de golpe, se va haciendo y, mal que nos pese, no hay que bajar la guardia.

P: En la novela tratas la cuestión de la salud mental a través de la vida de Jara. Ahora que es un tema tan discutido socialmente (los recursos que se destinan a la salud mental, el tabú existente…), sería interesante conocer cuál es tu posición al respecto.

R: No sé si puede haber una posición, hay tantos casos, y la etiqueta perturba un tanto, ¿hablar de salud neurológica, integral, social, de evitar y, cuando ya sea tarde, mitigar el sufrimiento? En todo caso hay que dar la vuelta a una forma de organización para la cual que las personas vivan y respiren sin angustia no es una prioridad. Esto atañe a la política parlamentaria, pero no solo. Como escribió César de Vicente Hernando, parece que nos han convencido de que explotación, propiedad privada y control del poder no son ya asuntos contemporáneos, temas que afectan a nuestras vidas.

La llamada salud mental está ligada a la atención médica y a  los medios que (no) se destinan para reforzar la sanidad pública, y está ligada a las casas en donde vivimos, a las relaciones que establecemos, al sentido y la imposición de la competitividad, al horizonte que cada generación puede imaginar, al ecocidio y a las sustancias que se producen y consumen sin supervisión, al hecho de que algo tan potente como la conexión a través de Internet esté en manos de plataformas que se benefician de, por ejemplo, explotar la vulnerabilidad adolescente y que están fuera de control, a la industria farmacéutica que no se guía solo por el bien de la ciudadanía y se beneficia de la investigación pública sin rendir cuentas, a lo que se considera merecedor de ser investigado y lo que no, a las condiciones en que viven las personas que investigan, al ejercicio de la crítica, a la posibilidad de que tenga consecuencias.

P: Has explicado que ha tenido un papel importante en la construcción del libro el grupo de autodefensa laboral Adela de Carabanchel, y la novela está marcada por la militancia sindical de casi todos los personajes, que defines como su ‘doble jornada’. ¿De qué forma ha influido tu experiencia con la organización popular en la historia de Existiríamos el mar?

R: De todas las maneras. Si no fuera por esa experiencia y por todas las personas que he podido conocer en espacios como ese, personas que, con mucha más insistencia, energía, y horas que las que otras hemos dado, han roto cosas que debían romperse, han abierto caminos que ahora usamos y lo siguen haciendo; si no fuera por eso, no habría podido escribir.

P: Además, le has dado mucho peso al mundo del trabajo en la historia de Existiríamos el mar, a la importancia de que tengamos que vivir cansados por cómo y cuánto trabajamos o a la sensación de vacío de quien no encuentra trabajo. ¿Por qué has querido darle al trabajo un lugar central en la historia?

R: Porque tiene ese lugar, otra cuestión es si debiera o no tenerlo tenerlo, pero hoy lo tiene y veo a demasiada gente que cae agotada por las condiciones en que trabaja o en que no consigue trabajar y me interesan las novelas que nos hacen mirar el mundo sin la plantilla habitual, me interesan las que se ocupan de una, digamos, ingeniería inversa de la realidad.

P: Los personajes de la novela observan en el mundo que les rodea puntos clave de lo que hay detrás: la plusvalía, cómo nuestro entorno está construido por los trabajadores...en definitiva, algunas categorías de la economía política introducidas a través de la narración. ¿Había una voluntad de mostrar ciertas contradicciones del capitalismo a través de la historia de Existiríamos el mar?

R: Muestro esas constradicciones como se hace en las novelas, para que lo construido mediante la ficción pase a quienes leen y les traiga ráfagas de aire del mar y la dialéctica.

P: Al mismo tiempo que la casa compartida de Martín de Vargas es, como la define Ramiro, “lo mejor que me ha pasado en la vida (...) esta forma de vivir con vosotros” para quienes viven allí, no deja de ser chocante que varias personas de cuarenta años se vean en cierto modo obligadas a compartir piso. No sé si también ves en el piso de Martín de Vargas un ejemplo de las consecuencias de realidades como el precio del alquiler o la precariedad.

R: En ningún momento en la novela se elude la necesidad que lleva a los personajes a esa situación. La novela deja claro que esas condiciones impuestas no son aceptables, y que si hay que obligar a compartir piso habrá que empezar por quienes poseen varias viviendas. Pero no legitimar una situación es diferente de negar que pueda transformarse. Lo contrario sería ceder aún más a la dominación, conceder al enemigo el poder no solo de encerrar en habitaciones pequeñas, sino de impedir organizarse en esas habitaciones y dar la vuelta a la situación; los personajes de esta novela en absoluto se han resignado, sino, al contrario, se quieren también para impedir que les sigan haciendo daño.

Lo contrario es, en fin, lo que llamo el paternalismo, o moralismo, del mal, ah, pobrecitos, como viven mal encima tienen que tratarse mal; es tan falso como el paternalismo del bien, ah, los pobres cómo se cuidan, les quitan la energía pero es que son tan buenecitos. Las dos visiones olvidan que la verdad es concreta, que quererse en determinadas condiciones cuesta trabajo pero también es un ejercicio de inteligencia, que las personas no son marionetas de un mal etéreo al servicio del poder que las domina -y si causan daño por fallos neurológicos es posible elegir investigar esos fallos y sus detonantes-,  y, en definitiva, que cuando se relacionan entre sí y se organizan son temibles para quienes, cómodamente instalados detrás de ese mal supuestamente inevitable, prefieren pensar que el poder nunca se tambaleará.

P: ¿Cómo es ese mar en el que piensas? ¿Es un horizonte hacia el que caminamos o sólo un anhelo que nos da fuerza para seguir?

R: El mar nos recuerda la imposibilidad de cerrar del todo el sentido de un sistema social; como diría Brecht, en el anhelo empieza el horizonte.

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