Luis García Berlanga nació hace justo cien años en el seno de una familia valenciana acomodada. Eran terratenientes, pero el espíritu familiar era el de la burguesía liberal. El abuelo había sido diputado del Partido Liberal, el padre, José García Berlanga, se desplazó hacia el republicanismo, primero en el Partido Radical de Lerroux, y luego en su escisión por la izquierda, la Unión Republicana de Martínez Barrios. Este partido formaría parte del Frente Popular que ganó las elecciones de 1936, en las que don José fue elegido diputado por Valencia.
Cuando se produjo el alzamiento del 18 de Julio, Martínez Barrio fue, por encargo del presidente Azaña, jefe de gobierno durante algunas horas del 19 de julio de 1936, en las que intentó infructuosamente llegar a un acuerdo con los militares alzados. Luego Unión Republicana formaría parte de todos los gobiernos republicanos de la Guerra Civil, lo que no impidió que los milicianos anarquistas fuesen a por José García Berlanga con la intención de darle el paseo. Este eufemismo, “paseo”, definía los asesinatos que se cometieron a mansalva en el inicio de la Guerra Civil, cuando se llevaba a los detenidos a un lugar solitario, se les hacía bajar del coche y les descerrajaban un tiro por la espalda, dejando tirado su cadáver.
A los milicianos de la FAI no les importaba que don José fuese diputado de Unión Republicana, para ellos era un señorito y un terrateniente, causas suficientes para matarlo, de modo que don José tuvo que huir de su propio bando, una circunstancia en la que se vieron muchos republicanos. Terminó refugiándose en Tánger, ciudad que tenía estatuto internacional y acogía refugiados de las dos Españas. Con 15 años recién cumplidos, Luis, el futuro cineasta, vivió la zozobra de tener a su padre perseguido y exilado.
En 1939 Berlanga fue movilizado con la llamada “quinta del biberón”, los adolescentes llamados a filas por orden del presidente Azaña. Sin embargo no llegaría a entrar en combate, se buscó un enchufe con un amigo médico, y lo destinaron al botiquín de la 40ª División. Era la picaresca que luego encontraremos tan presente en las películas de Berlanga.
Otra consecuencia de la Guerra Civil se reflejaría en su obra. Al final de la guerra José García Berlanga fue detenido, juzgado y condenado a muerte. ¿Cómo no encontrar rastros de esa situación en películas como El Verdugo, la obra maestra de Berlanga? Ese humor negro que le hace –y nos hace- tomar a risa las ejecuciones en las que participa Pepe Isbert, parece una forma de conjurar la angustia de tener a un padre en la celda de la muerte durante años.
“Alguien le dijo a mi familia que la pena de muerte del padre sería conmutada si enviaba a dos de sus hijos a la División Azul”, ha contado José Luís García Berlanga, hijo del cineasta y nieto del condenado a muerte. Se alistaron Luis y su hermano Fernando, pero en el último momento avisaron a su casa que con un voluntario sería suficiente, de modo que persiguieron en automóvil el tren que había salido de Valencia con los divisionarios, lo alcanzaron en Castellón y “lograron bajar a mi tío Fernando”. Lo curioso es que Fernando era el falangista de pura cepa, había combatido en la Quinta Columna –es decir, como saboteador en la zona republicana- y había sido encarcelado por los rojos. Sin embargo el que fue a luchar contra el comunismo en Rusia fue Luis, cuya ideología aparece mucho más difuminada.
El divisionario
Durante décadas, Berlanga mantuvo que se había ido a la División Azul para impresionar a una chica, que encima luego no le hizo caso. Era una boutade, la típica forma de reírse de sí mismo que era un rasgo de su humor: en vez de aparecer como un hijo que se sacrifica por su padre, como en una tragedia, prefería pasar por frívolo. Sin embargo siendo ya setentón reconoció que muchos de sus amigos eran falangistas y que se dejó arrastrar por su entusiasmo. “Tuvo un momento de creer en José Antonio y de ser falangista –afirmaría su hijo José Luís, aunque matizando- Debió ser un sarampión temprano y corto”
Fuera por sacrificio filial, por frivolidad, o por compañerismo, porque se dejó contagiar del fervor de sus camaradas o porque, como les pasa a muchos actores, terminaría por creerse el papel que estaba interpretando, lo cierto es que en la División Azul Berlanga se haría falangista. No hay más que leer la elegía fúnebre que dedicó a un compañero caído en el frente, escrita en la prosa poética y grandilocuente de los intelectuales de la Falange: “Se desangran, sí, los cadáveres de los falangistas, pero esa sangre entra en las venas de los que nos quedamos…” dice el que se queda, o sea, Berlanga. Su artículo se publicó en la Hoja de Campaña de la División Azul bajo el título “Fragmentos de una primavera”, título inspirado en un verso del Cara al Sol.
Del frente de Rusia regresó por tanto un joven de ideología falangista, lo cual tenía un cierto matiz contestatario dentro del régimen franquista, que se matriculó en Derecho, como han hecho siempre los hijos de la burguesía, aunque luego se pasaría a Filosofía y Letras. Berlanga decía que se matriculó en esta carrera porque quería jugar en el equipo de fútbol de la facultad literaria de Valencia, pero eso suena igual que la boutade de irse a la División Azul para impresionar a una chica.
Por fin en 1947 encontró un camino que sería definitivo y, hay que decirlo, glorioso: el cine. En Madrid se acababa de fundar el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, y Berlanga ingresó con la primera promoción de alumnos de esta escuela de cine. Allí encontraría una especie de alter ego, a la vez parecido y radicalmente distinto a él, Juan Antonio Barden.
Barden era vástago de una saga de actores de varias generaciones, pertenecía a una familia de la farándula muy distinta a la de propietarios de tierras de Berlanga. Pero sobre todo, Juan Antonio Bardem era un comunista convencido, comunista de carnet, militante del PCE, en una época en que Berlanga traía todavía etiqueta de la Falange. Y sin embargo congeniaron.
Ambos están decididos a hacer una revolución en el cine español, que por aquella época Bardem definía como “políticamente ineficaz, estéticamente nulo, socialmente falso, intelectualmente ínfimo e industrialmente raquítico”. Su primera colaboración sería co-dirigir en 1951 la película Esa pareja feliz, un título significativo pues parece definir la que formaron los dos cineastas. Ese tándem era como una metáfora de la reconciliación de las dos Españas, que se convertiría en un eje estratégico del Partido Comunista y que también se predicaba entonces desde círculos intelectuales falangistas.
La pareja feliz Berlanga-Bardem conseguiría el reconocimiento internacional con su segunda colaboración, Bienvenido Mr. Marshall, dirigida por Berlanga con un guion en gran parte de Barden, película que en 1953 obtuvo en el Festival de Cannes premios a la mejor comedia y al guion. Era el principio de una serie de laureles para Berlanga –mientras que Bardem fue cayendo en la mediocridad-, dentro de los que es curioso destacar uno otorgado a El Verdugo. En 1963, en el Festival de Cine de Moscú, el Premio de la Crítica Soviética –absolutamente controlada por el Kremlin- fue para Luis García Berlanga, el divisionario que había invadido la URSS con los ejércitos de Hitler. Borrón y cuenta nueva, Berlanga entraba oficialmente en el santoral de la izquierda.