Rafael Álvarez el 'Brujo' tiene siete obras activas en estos momentos. Siete ofertas teatrales distintas -a las que incluso suma alguna oferta singular y ocasional- que puede representar allí donde el programador se lo reclame. Y hay que reconocer que se lo reclaman mucho, porque en lo que va de año, y hasta dónde llega la planificación que muestra su página web, suma 80 funciones, que a finales de diciembre superarán el centenar. Pocos intérpretes podrán presumir de semejante promiscuidad teatral, ni de un apoyo del público tan incondicional y constante.
Entre las obras en cartel destaca el Lazarillo de Tormes, en la versión de Fernando Fernán Gómez, seguramente la obra que le lanzó a la popularidad y en la que puso las bases de un muy personal modo de hacer teatro al que se ha entregado desde entonces. Se trata de una obra que tiene más de 30 años a sus espaldas y que no deja de representar nunca. El Lazarillo de Tormes es casi como un talismán para el 'Brujo'. Y fue también su puerta de acceso a los textos del Siglo de Oro. Y a través de ellos, hacia la mística y el mundo del espíritu, al que ha dedicado un buen puñado de sus montajes. “El Siglo de Oro es imposible de entender sin la mística, porque lo permea todo: desde el humor de Quevedo, al romanticismo furioso de Lope de Vega, la visión de la vida de Calderón y sus autos sacramentales, Góngora... todo está atravesado por una mirada trascendente que es imprescindible conocer”. El 'Brujo' defiende que la mística “pertenece a todas las épocas, porque presenta a personajes enfrentados a dilemas universales: la vida, la muerte, el amor y la trascendencia… Es todo lo que dignifica y ennoblece la vida”.
“No podemos vivir sin dejar de esperar un milagro”, explica Rafael Álvarez. Y de algún modo ese es su leit motiv espiritual. Ese y el que resume una frase de San Francisco de Asís: “Sólo la belleza puede cambiar el corazón del hombre, inclinado por naturaleza a las tinieblas”. El 'Brujo' busca a su modo esa belleza, y hacerla llegar al mayor público posible, quizás con la esperanza de que esas ráfagas de verdad amansen a la fiera que anida en el corazón humano.
“La noche oscura surge cuando todo está muy mal y la situación es insosteniblemente dramática y tu reconoces en eso un acicate para ir más allá”. De este modo tan sorprendente traduce el 'Brujo' un concepto místico francamente denso -frecuentado por Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz- a un lenguaje coloquial que cualquiera puede entender. Ese es su desafío y su reto: fascinar al espectador con sus juegos malabares sin que se le caiga al suelo la verdad de los textos con los que juega.
Textos clásicos y del Siglo de Oro
El resto de las obras con las que gira son más recientes y corresponden a su última década de trabajo. Oscilan entre textos clásicos como los de Esquilo (Nacimiento y muerte de la tragedia), el teatro del Siglo de Oro (Dos tablas y una pasión), o Valle-Inclán (El alma de Valle Inclán), a las que se suman varios textos que muestran las heterodoxas preocupaciones espirituales de Álvarez: Los dioses y Dios, su trabajo más reciente; La luz oscura, sobre San Juan de la Cruz; y Autobiografía de un yogui, dedicado al maestro que trajo el yoga a Occidente: Paramahansa Yogananda. La oferta se completa con Cómicos, una obra algo más antigua que surgió como homenaje a algunos de sus referentes humorísticos, desde los infantiles Cantinflas y Jerry Lewis, al más adulto Gila.
Pero si algo caracteriza a el 'Brujo' es su modo nada impostado, incluso irreverente, de acercarse a los clásicos. Probablemente sean esa falta de afectación y de pedantería, unidas a su ingenio y un innegable conocimiento de las obras que recrea, las que le hayan garantizado un público fiel. Un público que espera aprender algo de las obras clásicas a las que sirve, pero desde el humor, la sorpresa y una veta marcadamente popular.
Si algo caracteriza a el 'Brujo' es su modo nada impostado, incluso irreverente, de acercarse a los clásicos.
“Yo soy un contador de historias, un juglar, a mí no me interesa mucho ‘quedar bien’ teatralmente hablando. A mí lo que me motiva es captar la atención de la gente, y poderles contar una historia. Y si esa historia la cuento en un teatro, mejor, porque lo hago con buenas luces, y ante mucho público. Pero lo mismo lo podría hacer en el salón de una casa cualquiera con cuarenta espectadores”. Una veta juglaresca la suya que usa recursos de los monólogos para llegar al público, “porque conectan con la expresividad actual contemporánea, el lenguaje de la calle de hoy en día”. Y lo hizo adelantándose al éxito de El Club de la Comedia.
“Hace tiempo presenté en Mérida una versión de una obra de Plauto, y al documentarme me sorprendió descubrir que Plauto copiaba los chistes a actores ambulantes. Ese teatro juglaresco, de raíz popular es mi escuela y mi linaje. Ahora bien, utilizando una misma técnica un artista llega a un lugar y otro, más lejos”.
Basta ver los títulos de las obras que ha ido montando y representando para comprobar que a Rafael Álvarez le fascinan las grandes historias y le desmotivan los grandes discursos. “El teatro comprometido no me iba ni siquiera cuando era rojete. Ni siquiera entonces. Pero, bueno, eras joven, estabas en la Universidad, tus amigos eran comunistas, y yo también pasé por el Partido, cuando era clandestino. Había que tirar piedras a la Policía, luchar contra Franco y todo eso. Y eso llevaba al teatro político”.
El teatro comprometido no me iba ni siquiera cuando era rojete
“Pero cuando yo me meto más de lleno en esto veo que el arte político es lo contrario del arte”, explica el 'Brujo'. “El arte tiene que ser político porque es arte, desde su condición artística de comprensión de lo humano, pero no porque lo político se sobreponga y se imponga al arte. El arte, si es bueno, es político, porque es social, porque se ocupa de la vida humana individual y colectiva. Y de la vida con los demás, y de las mentiras de la sociedad y la política”. En cierto modo, su visión del arte coincide con la que expresara Ramón María del Valle-Inclán, a quien dedica uno de sus trabajos. “Lo dice literalmente el autor de ‘Divinas palabras’: el poeta conecta el mundo invisible con el visible. El poeta es un médium y su instrumento es el lenguaje”. En esa labor de médium, cuando se hace bien, surge la genuina y más noble dimensión política del arte, según el actor cordobés.
Una labor que Valle-Inclán materializó a través de la figura del esperpento. “El esperpento es una técnica, es casi como Brecht. Es una forma de guardar distancia con la realidad aparente que tienes enfrente. La distorsión de la realidad a través del arte es una técnica para explicar que las cosas no son lo que parecen”.
El problema es que el verdadero arte exige hilar fino y tener una mirada sobre las cosas, y eso no está al alcance de cualquiera. “Cervantes es político, pero no es panfletero. Para entrar en su dimensión social hay que leerlo muy atentamente. Lo otro es colgarse la pancarta y gritar: ‘Abajo la dictadura’. Pero para hacer eso no hace falta ser Miguel de Cervantes; lo puede hacer cualquiera que esa tarde no tenga nada mejor que hacer”.
Cervantes es político, pero no es panfletero
“Ni siquiera Bertolt Brecht, que es el paradigma del teatro político, es directamente político. El mejor Brecht aparece cuando la humanidad de sus personajes, por ejemplo Madre Coraje, trasciende la política. La política viene de la dimensión humana de sus personajes y no al revés”, añade dramaturgo.
Sus compañeros están muy obsesionados, sin embargo, con todo esto del arte comprometido: del teatro y, sobre todo, del cine. “Porque no tienen otra cosa que decir. La mayor parte de la gente no se conoce a sí misma, no sabe por qué hace teatro, ni por qué hace cine, ni para qué. No tienen nada que decir realmente. Pero tienen que hacer una película, porque eligieron eso, porque si no tendrían que trabajar en La Caixa y eso es más jodido. Entonces se tienen que buscar un pretexto, y una moda y un tal, pero todo eso es banal. Es meramente superficial”.
Mucha gente no tiene nada que decir y se agarra a esto del feminismo de una forma fanática, exagerada, y pierde valor tu propia reivindicación
“Es como lo que está pasando con el feminismo”, añade el 'Brujo'. “Mucha gente no tiene nada que decir y se agarra a esto del feminismo de una forma fanática, exagerada, y pierde valor tu propia reivindicación, porque no es orgánica, no es espontánea. No es de verdad”. A su juicio, el feminismo tiene todavía mucho sentido, y es necesario, “pero esto no es un pretexto para que la gente diga cuatro eslóganes feministas y se coloquen la medalla. Por ese camino llevamos esto a la parodia y lo grotesco de una exageración repetitiva. Porque entonces ya se desvalora”.
El único aspecto del trabajo del 'Brujo' en el que puede detectarse una decidida mirada política es su apuesta por lo popular, su compromiso con la sabiduría que el pueblo plasma en el folclore y en otros territorios creativos, como las leyendas. Pero aclara enseguida: “En mi caso, el compromiso por lo popular es espontáneo, y me viene de forma orgánica; no es algo que haga porque lo aprendí en la Universidad. Me viene de mi padre, que amaba el flamenco, y sus letras, en las que han bebido muchos grandes poetas”. Pero esa vocación popular también tiene que ver con la necesidad de sobrevivir.
“El arte del teatro no es otra cosa que el negocio de la seducción del público”. La frase no es de Rafael Álvarez, sino de Molière, pero el 'Brujo' la comparte plenamente. “Para conectar con el público hay que mantener un equilibrio y eso se consigue a base de trabajar, de equivocarse mucho, y de fracasar mucho. Tener que sobrevivir ayuda a conectar con el público. Cuando te vas haciendo mayor ya tienes menos necesidad de exhibirte y mostrarte y vuelves a la simplicidad”, asegura. “Hay otra cultura que nace de la especulación y la pedantería, con unas pretensiones urbanas o intelectuales, pero esa no me interesa”.
RAFA PEREZ
Siempre lo consideré una persona inteligente. Lo he visto en varias ocasiones. Una persona así, no puede seguir siendo "rojo" (persona resentida). Que no es lo mismo que ser de izquierdas.