Se veía venir. La izquierda y la derecha española se han encastillado en sus registros más extremos. Puede parecer un problema político, pero también es cultural. Ambos bandos tienen circuitos sociales, construidos sobre barrios muy concretos de Madrid, que les aíslan de los problemas cotidianos de millones de españoles. El partido Teruel Existe, por ejemplo, surgió de la sensación colectiva de que en la capital nadie escuchaba sus demandas. Guillermo Fernández, sociólogo y autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa (2019), escribió hace unos días un afilado artículo titulado “La venezuelización de Vox durante la pandemia”. Allí relataba cómo 'la burbuja del barrio de Salamanca' había hecho mutar el discurso del partido hacia el derrocamiento del gobierno.
¿Cómo funciona el proceso? “El hecho de pasarmás de dos meses y medio encerrados en casa, teniendo sólo dos ventanas al mundo, la digital y la física de nuestro propio barrio, ha sesgado de una manera sorprendente la percepción de Vox sobre la realidad (y, en menor medida, la del PP). Les ha hecho creer que vivíamos en un ambiente destituyente de rebelión generalizada contra el gobierno y les ha conducido a pensar que el espíritu del barrio de Salamanca –y de otros municipios como Pozuelo, Majadahonda o Las Rozas- era generalizado, no sólo en la Comunidad de Madrid, sino en toda España”, explica a Vozpópuli.
"Los geógrafos urbanos y sociólogos especialistas en uso del espacio llevan tiempo alertando de este fenómeno de burbujización en las grandes ciudades", subraya el sociólogo Guillermo Fernández
Más claro todavía: “Mi opinión es que una buena parte de los votantes de Vox se identifican más con la imagen de la persona que criticaba desde su balcón que no se cumplieran las normas de confinamiento primero y el uso de mascarillas después. Eso tiene más que ver con la protección e incluso un cierto autoritarismo que con las personas que desde el barrio de Salamanca han querido emular una protesta caraqueña. En la medida en que Vox ha priorizado en su discurso público a los segundos sobre los primeros, se ha equivocado”, destaca.
Arganzuela podemita
Por supuesto, no es un fenómeno exclusivo de la derecha ni de nuestro país, sino algo cada vez más estudiado en Occidente. “Los geógrafos urbanos y sociólogos especialistas en uso del espacio llevan algún tiempo alertando precisamente de este fenómeno de burbujización en las grandes ciudades, y especialmente, en las grandes metrópolis del mundo globalizado. Pero a esto habría que sumar ahora el efecto burbuja que provocan las redes sociales, que se ha intensificado con extensión de la pandemia. Esto se está viendo muy claramente en la política española: si el riesgo de todo político contemporáneo es perderle el pulso a la calle por el trato excesivo con ciertos medios, la adulación de los afines y el filtro de las redes, la imposición del confinamiento ha sido demoledora para el estamento político español”, lamenta.
El geógrafo que apostó más claro por este enfoque es Christophe Guilluy, autor de La Francia periférica (2014) y No Society (2018), dos influyentes ensayos que le han convertido en el autor más odiado por las élites ‘progres’ parisinas. La traducción madrileña de este grupo social sería ‘la burbuja de Arganzuela’, que alude a la concentración de políticos, periodistas y profesores cercanos a Podemos y Más País en barrios crecientemente gentrificados del centro como Lavapiés, Embajadores y Legazpi. Para comprobar la precisión de este término basta darse un paseo por las terrazas de la calle Argumosa, una experiencia que puede convertirse en un ‘quién es quién’ de las figuras relevantes de la izquierda del PSOE. La expresión “burbuja de Arganzuela” la acuñó el ensayista Esteban Hernández, autor de títulos tan influyentes y debatidos como El fin de la clase media (2014) y El tiempo pervertido. Izquierda y derecha en el siglo XXI (2018). Hablamos de una etiqueta social, no de una descripción postal, así que poco importa que Legazpi pertenezca formalmente al distrito Centro en vez de a Arganzuela o que Lavapiés sea todavía un barrio donde sobreviven bolsas de pobreza severa.
Así resumía Hernández su tesis en un texto de 2017: “Lavapiés y Arganzuela son una buena muestra de lo que ha hecho la izquierda en este tiempo. Se han olvidado de las clases obreras nacionales, se han dedicado a salir en televisión, a hablarnos de hegemonía, de corazones, de reggaetón, de los inmigrantes, de las bicicletas por la ciudad, de centros ocupados y de los toros, y los que eran suyos les han abandonado”, destacaba. Los barrios populares cercanos al centro se fueron homogeneizando y volviéndose más caros con la llegada de treintañeros izquierdistas con colchón económico, con mentalidad cosmopolita y volcados en profesiones del sector universitario o cultural. En su mayoría, son hijos de funcionarios públicos progresistas. Gran parte de sus iniciativas culturales orbitaron en torno a ‘casas okupas’, que no eran para ellos el último refugio habitacional sino espacios de socialización y laboratorios políticos contraculturales.
Política 'cool'
Guillermo Fernández hace suya la expresión: “Se habla –con razón- de la burbuja de Arganzuela para referirse al filtro en la percepción que ese barrio ejercía sobre la dirigencia y la intelligentsia podemita. Esto es doblemente negativo porque no sólo implica que los dirigentes de un partido o incluso de una familia política perciben la realidad, piensan, hablan y actúan con un ya de por sí marcado filtro madrileño, sino que a ese tamiz le añaden el filtro aún más acotado de un barrio o conjunto de barrios de la almendra central de la capital. Esto deja mucho más al descubierto los sesgos de clase social, lugar de nacimiento y amistades que todos tenemos; porque, en lugar de atenuarlos o de mirarlos con perspectiva, los robustece”, destaca.
"La gentrificación de Lavapiés y Arganzuela se disparó al mismo ritmo que se instalaban enclaves culturales de enfoque progresista como el museo Reina Sofía, la Casa Encendida y Matadero"
La paradoja de este proceso es que el barrio emblemático de la izquierda del PSOE se haya convertido en la joya turística de la capital, hasta el punto de que la revista Time Out lo escogió como el más 'cool' del mundo en septiembre de 2018. La gentrificación se disparó al mismo ritmo que se instalaban enclaves culturales con enfoque progresista como el Reina Sofía, la Casa Encendida, Tabacalera, Matadero y las galerías de arte, 'sex shops' y escuelas de interpretación de la calle Doctor Fourquet. En un ambiente tan rematadamente guay, lo raro sería que creciera una izquierda antielitista. Lo normal es mirar con menosprecio a los perdedores de la globalización -quitando a algunos grupos de oprimidos 'chic'- y considerar que el resto son 'cuñados'. En algún restaurante cooperativo de Argumosa no está permitido entrar con corbata, cualquiera que trabaje con ropa formal es el enemigo.
La izquierda topo
El filósofo Alberto Santamaría, profesor de la universidad de Salamanca, publicó en abril de 2018 un artículo demoledor donde proponía la expresión ‘izquierda topo’, que alude a la ceguera de los cuadros madrileños para todo los que ocurriese fuera en su entorno. Es una disonancia tan fuerte que hasta se contagia a militantes de la España Vacía. “He llegado a presenciar en pueblos de Castilla debates con quince personas para tratar problemas de lo rural en los que se terminaba hablando de lo último que ocurría en Lavapiés. Y no me parece mal, ojo, pero es sintomático de que algo extraño ocurre cuando el ensimismamiento de una parte se convierte en el ensimismamiento de todos. Al mismo tiempo, obviamente, es normal que Madrid siendo la capital y el núcleo carnal más grande, se incline la balanza hacia su lado, hacia su punto de vista, pero necesitamos desde la periferia dejar de ver en Madrid como algo exactamente igual a lo nuestro. En Madrid las demandas de la periferia se diluyen”, denuncia.
"Son las provincias, esas provincias tan menospreciadas por la izquierda topo, desde donde puede venir un cambio", expuso Santamaría en 2018
Destaco el párrafo más rotundo del artículo: "Esa es la izquierda topo, es decir, aquella que es ciega al hecho de que hoy, ahora, si es posible que algo pase en España no será en Madrid, ni siquiera en Barcelona. Son las provincias, esas provincias tan menospreciadas por la izquierda topo, desde donde puede venir un cambio. Para ello, por supuesto, será necesario destopizar a la izquierda tanto madrileña como de provincias. El madrileñismo es la tumba de la izquierda, porque es un ombliguismo arrogante que no se da cuenta de sí mismo", lamentaba.
La sombra de las revueltas en Francia
¿Por qué debería preocuparnos la izquierda topo? “Estoy convencido de que muchos factores el modelo de trabajo centralista de la izquierda es bastante perjudicial, en tanto que no encaja en la periferia y sirve fácilmente al crecimiento de desapego respecto a las demandas de igualdad y redistribución”, señala. “La postpandemia exigirá modelos de actividad y ritmos diferentes en función de los territorios. Puede ser el momento de visibilizar todo un conjunto de diferencias clave. El problema, desde mi humilde punto de vista, es cómo se politizan estos cambios. Tienes, por ejemplo, un partido como el PRC, que es el partido de los caciques de pueblo, cuyas demandas pueden casar perfectamente con la derecha o con lo que sea. Es necesario, quizá, ir construyendo un modelo de conexión entre diversas demandas de lo periférico, no con el objetivo de crear partidos políticos, sino con la intención de crecer como fuerza que visibilice la necesidad de cambio”, propone.
En Francia, por ejemplo, han jugado un papel central los chalecos amarillos, inicialmente despreciados por el progresismo. "Cuando surgen los chalecos amarillos, la intelligentsia de izquierdas fue presa del pánico. Primero les insultaron llamándoles fascistas. Hoy la nueva burguesía, lo que llamo burguesía ‘cool’, utiliza el antifascismo como una arma de clase”, denuncia Guilluy. El panorama no es esperanzador, pero Guillermo Fernández termina compartiendo un pequeño consejo, que puede servir a muchos como primer paso hacia un debate mejor. “A nuestras élites políticas, de izquierda y de derecha, les diría que miren menos Twitter; que desconfíen de una red social tan útil pero a la vez tanto poco representativa de la sociedad española. Y, sobre todo, que pregunten mucho por ahí. Que sondeen. Me figuro que no es nada fácil cuando se tienen agendas como la que tienen la mayor parte de los políticos. Pero, probablemente, es el único modo de mantener un cable a tierra”, concluye.