Esa noche de diez días, un fenómeno único en la Historia. Sucedió en 1582, e hizo falta toda la autoridad de quien realmente era el hombre más influyente de su tiempo, el Papa, para que lo aceptase la humanidad, aunque hubo mucha resistencia. Hasta 1923 Grecia no puso sus calendarios como el resto del mundo, donde ya imperaba el llamado Calendario Gregoriano.
Hoy es domingo 18 de octubre de 2020, pero eso que nos parece tan natural es fruto de un trabajo ímprobo de la civilización. Fueron los egipcios quienes calcularon, hace nada menos que 4.800 años, que un año –el tiempo que tarda la Tierra en dar su vuelta completa alrededor del Sol- duraba 365 días y 6 horas. Teniendo en cuenta los medios de que disponían, aquello fue una hazaña superior a la construcción de las pirámides.
Los sabios egipcios idearon entonces una convención genial, el año bisiesto. Cada cuatro años habría un día más, el famoso 29 de febrero. Cuando Julio César conquistó Egipto las dos cosas que más le fascinaron de aquella civilización deslumbrante fueron su reina, Cleopatra, y su forma de calcular los años. Tuvo un hijo con Cleopatra, y adoptó el calendario egipcio para Roma. Fue lo que se llamó Calendario Juliano, que se impuso en todo el Imperio romano, es decir, Europa, el Mediterráneo y Oriente Medio.
Pero el invento de los antiguos egipcios tenía un fallo, la Tierra tarda en dar la vuelta alrededor del Sol algo más que 365 días y 6 horas, concretamente 11 minutos y 14 segundos más. Esos minutos de la basura se irían acumulando con el tiempo, desfasando el Calendario Juliano respecto al solar. Tomemos por ejemplo el inicio de la primavera, el día 21 de Marzo. Para el siglo XVI, mil quinientos años después de Julio César, la primavera empezaba realmente el 31 de marzo. El Calendario Gregoriano se había retrasado diez días, y eso tenía un efecto perverso para la agricultura, porque los campesinos sembraban sus cosechas de acuerdo con dicho calendario.
El Calendario Gregoriano se había retrasado diez días, y eso tenía un efecto perverso para la agricultura, porque los campesinos sembraban sus cosechas de acuerdo con dicho calendario
El Concilio de Trento (1545-1563) diseñó la Contrarreforma, una profunda reforma de la Iglesia católica, que había sufrido la escisión del protestantismo. Entre muchas cuestiones teológicas y litúrgicas, Trento decidió también que había que actualizar el Calendario Juliano. Se tardó algún tiempo en afrontar el cambio, pues parecía complicadísimo, pero cuando en 1572 llegó a la cabeza de la Iglesia Gregorio XIII, un Papa muy enérgico, dio el paso adelante.
Un hidalgo español, Ignacio de Loyola, había fundado una orden religiosa muy diferente a todas las existentes, la Compañía de Jesús, cuyos miembros eran gente escogida por su valía intelectual y su formación académica, y Gregorio XIII encargó la reforma del tiempo a los matemáticos jesuitas Cristóbal Clavio, del Colegio Romano, y Pedro Chacón, de la Universidad de Salamanca.
Basándose en los trabajos anteriores de Copérnico, Reinhold y Lilio, los jesuitas encontraron una solución relativamente sencilla: al final de cada siglo se suprimiría un año bisiesto, es decir, los años terminados en 00 no tendrían 29 de febrero. Pero para ajustar mejor la tabla, cada 400 años no se aplicaría esta regla, por eso el año 2000 sí tuvo 29 de febrero, pese a ser final de siglo. Además, se restableció el 1 de enero como primer día del año, como lo hacían los romanos, ya que la Iglesia había establecido que los años empezasen el día de la Anunciación, 25 de marzo, cuando fue concebido Jesucristo.
El "calendario papista"
Gregorio XIII promulgó en febrero de 1582 la bula Inter gravisimas, imponiendo el nuevo sistema y fijando su inicio para las 12 de la noche del jueves 4 de octubre. Al sonar la última campanada de la media noche comenzó el viernes 15 de octubre. En un segundo habían pasado diez días.
Lo primero que sucedió es que cuando llegó el 31 de octubre, los criados de los cardenales pretendieron que se les pagara el mes entero, aunque habían trabajado diez días menos. Muchos cardenales se arrepintieron del paso que había dado la Iglesia. Fue el inicio de una serie de conflictos, lógicos dado el impacto que provocaba la “pérdida” de los diez días.
En un primer momento solamente aceptaron la reforma papal las naciones más católicas: España y su vasto imperio, Italia, Polonia y Portugal
En un primer momento solamente aceptaron la reforma papal las naciones más católicas: España y su vasto imperio, Italia, Polonia y Portugal. Al poco, en diciembre, Francia se sumó al Calendario Gregoriano. Pero los protestantes y la Iglesia Ortodoxa se tomaron aquella propuesta como una muestra de poder del Papa, y por lo tanto rechazaron el “calendario papista”.
Hubo que esperar al siglo XVIII, la llamada Edad de la Razón, para que ésta se impusiera en el mundo protestante. Estados Unidos aún no existía, era una colonia inglesa, pero desde allí Benjamin Franklin salió en defensa del “calendario papista”, que Inglaterra y sus colonias adoptaron en 1752, cuando ya estaba vigente en todos los países protestantes excepto Suecia, que se sumó en 1753.
Fuera del ámbito de Occidente, fue Japón el primero en aceptar nuestro cómputo del tiempo, en 1873
Fuera del ámbito de Occidente, fue Japón el primero en aceptar nuestro cómputo del tiempo, en 1873, y en 1875 se adoptó en Egipto, donde había empezado esta historia en tiempos arcaicos. A principios del siglo XX lo admitieron en China y en el Imperio Otomano, lo que suponía Turquía y todo Oriente Medio.
La máxima resistencia vino de la Iglesia Ortodoxa. Hizo falta que en la Santa Rusia de los zares se produjese la Revolución de Octubre –que en realidad fue en Noviembre, pues los ortodoxos ya llevaban 12 días de desfase- para que el estado comunista, oficialmente ateo, abandonase el Calendario Juliano en 1918. Grecia se quedó sola en el mundo del “tiempo gregoriano”, pero capituló en 1923.