Cultura

Camela: crónica política de la gira que necesita España

Los superventas ignorados por los medios triunfan en Madrid

Sábado siete de febrero. Entradas agotadas en el Palacio de los Deportes. Camela salta al escenario y la temperatura del recinto se dispara. Arrancan fuerte, con “Corazón Indomable”, seguida por otro clásico, “Háblale de mí”, que el público canta -cantamos- de memoria. Al final de la noche, Ángeles Muñoz reconoce que está algo tomada de la garganta, pero apostaría a que nadie se ha dado cuenta, ya que los recitales de Camela son enormes karaokes colectivos donde un mal día de voz pasa desapercibido. Sus conciertos son un "nosotros", no un culto a la personalidad de estrellas pop.

Seguramente esta fiesta pop no debería haberse celebrado, al igual que el 8-M o el mitin de Vox en Vistalegre. Ya sé que esto es como acertar la quiniela un lunes, pero también hay que decirlo. En las pista me crucé con una chica que presumía de que le habían entrado tres veces en 45 minutos. Tambien con una pareja de cuarentones, él sujetando dos 'minis' de cerveza con las manos mientras perreaba a fondo con ella. Varios grupos de amigas bailaban y se besaban sin atender apenas la escenario porque preferían mirarse las unas a las otras. Se intercambia mucha vida en un concierto de Camela, esperemos que se apiade el coronavirus. 

Un momento cumbre, para mí y para otros miles de personas botando, fue la invitación al escenario a Taburete para cantar a dos voces “Nunca debí enamorarme”. El estadio se vino abajo y cuando terminó me puse a pensar en lo de siempre: que España tiene una sociedad muy por encima de sus líderes políticos (no hablo de los militantes). Dos hijos de altos cargos imputados del PP y dos músicos de San Cristobal de los Ángeles -uno de los barrios más pobres de Madrid- se juntaban para hacer felices a diez mil fans entregados. ¿No sería bonito que hicieran lo mismo, aunque sea de vez en cuando, la izquierda antielitista y la derecha de los valores familiares?

La España viva y huérfana

El dueto entre Camela y Taburete se publicó el año pasado y la periodista cultural Ana Iris Simón, de la revista de tendencias Vice, tuvo el acierto de señalar que era el himno de 'la España viva' que Vox quería conquistar en su propaganda electoral. Lo consiguieron solo en parte. Existe un país huérfano de representación política que pide fraternidad, eficacia y acuerdos. Más claro: que todo el mundo tenga casa, trabajo y tranquilidad en vez de gresca en Twitter y El Intermedio. Necesitamos, de vez en cuando, que alguien nos recuerde que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan. Esa es una de las razones para asistir a un concierto de Camela. Y bien chula.

"Solo nos habéis apoyado vosotros y Radio Olé", proclamó Dioni Martínez entre aplausos del público

En una pausa entre temazos, Dioni explica que la recopilación de veinticinco aniversario, Rebobinando (2019), llegó al número uno en ventas en nuestro país sin apenas cobertura en los medios de comunicación. “Solo nos apoyasteis vosotros y Radio Olé, a quienes mando un saludo”, proclama agradecido, mirando al público. Si te das un paseo con una camiseta de Camela por la calle Argumosa, zona cero del podemismo madrileño, seguramente los habituales piensen que eres un patán patriarcal y pueblerino que no se entera de lo que está pasando en su país. En realidad, ocurre todo lo contrario: es posible que encajes en esa descripción tan fea, pero estás más cerca de la España real que cualquiera de los licenciados en Sociología y Políticas que te cruzas. Por lo menos, no vives en ninguna burbuja.

Por desgracia, España sufre una izquierda con bastante alergia al pueblo, hasta el punto de que es más fácil que José Antonio Monago (Partido Popular) se declare fan de Camela a que lo haga un alto cargo de Izquierda Unida. También es probable que ya no esté muy claro qué significa ser de izquierda, como denuncia  Félix Ovejero, entre otros intelectuales.  

El gran final es una versión apoteósica de “Cuando zarpa el amor”, que cantamos como si fuera la última noche de nuestras vidas

Gramsci y el pop plebeyo

Lo que intento explicar tiene que ver con algo que escribió hace poco Eddy Sánchez, profesor de Historia de la Complutense, acerca del legado cultural de Antonio Gramsci: “Pensar el cambio social pasa por la comprensión del valor central de lo considerado hasta ahora como marginal, del 'proletariado sin conciencia' que habita en las periferias urbanas de los países europeos, En esa plebe precaria de la periferia se encuentra la nueva cuestión meridional”, destacaba. Simplificando: cualquier intento de transformación nacional -sea hacia la izquierda, derecha o el centro- tiene que contar con las mayorías despolitizadas, que intuyen mejor que nadie los problemas del país (para empezar, porque los padecen en vez de estudiarlos en ensayos políticos 'chic').

La parte más cálida de la noche fue un 'popurrí' de antiguos éxitos de gasolinera, donde destacó la preciosa “Estrellas de mil colores”. Después el repertorio mantuvo la temperatura, con momentos especiales como la salida a escena de El Arrebato para cantar "Lágrimas de amor". O cuando Rubén Martín  termina de derretirnos con el himno "Camela", canción que sirve de manifiesto artístico al grupo. El gran final es una versión apoteósica de “Cuando zarpa el amor”, que cantamos como si fuera la última noche de nuestras vidas (quizá sea el último concierto en mucho tiempo). Apoteósica de verdad, intensa de principio a fin. Para entonces iba yo incubando mis tesis, canturreando “cuando zarpa Errejón, navega a ciegas, nadie lleva el timón”. Pensaba en quién me manda votar a Más País, un partido presuntamente patriótico con alergia a su propia bandera, entre otras cosas.

Después del concierto

Terminé el sábado con mi amigo César tomando algo en el Tempo II de Malasaña, un antro de los de antes, que a veces se llena de hípsters. A eso de las tres, la clientela se levanta de las sillas al escuchar que pinchan ”Cuando zarpa el amor”, confirmando que Camela es el grupo más transversal de España. César me dijo que dos días antes había estado Errejón en ese mismo bar. La España viva: tan cerca y a la vez tan lejos de nuestros líderes intelectualmente brillantes. ¿Conclusión de esta crónica nacional-popular o maníaco-depresiva? Lo importante no es que yo me equivoque siempre votando, sino que algún día podamos contar con representantes tan claros, confiables y cercanos como Camela. No lo vamos mereciendo, después de estos años tristes.

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