El historiador John Elliott llegó a comparar el victimismo catalán con el serbio. El catedrático de la Universidad de Oxford y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales siempre se ha mostrado crítico con las razones históricas que esgrimen los catalanes para declararse como oprimidos por el Estado español, un discurso del victimismo, que tiene como único objetivo justificar un proyecto secesionista. Como ya hizo en su libro La revuelta de los catalanes, Elliott vuelve a centrarse en la delicada e irresuelta cuestión de la disyuntiva autonomías-gobierno central y lo hace con un estudio histórico, un recorrido comparado de dos territorios con historia paralelas: Cataluña y Escocia.
Se trata del ensayo Catalanes y escoceses. Unión y discordia (Taurus), presentado esta semana en Madrid por el historiador e hispanista. “Este libro es la historia de dos autoproclamadas naciones que, al menos en el momento en que se escriben estas páginas, no poseen Estado propio. En los últimos años, tanto Escocia como Cataluña han presenciado el crecimiento de poderosos movimientos cuyo propósito ha sido el de conseguir la independencia de sus respectivas mayores supraentidades políticas respectivas, Gran Bretaña y España, a las que se hallan incorporadas desde hace tiempo”, plantea Eliott en las páginas de este libro.
“Este libro es la historia de dos autoproclamadas naciones que, al menos en el momento en que se escriben estas páginas, no poseen Estado propio"
Elliott rastrea los orígenes de las monarquías española y británica y da cuenta de los factores, desde la lengua hasta la economía, que aún hoy dividen a dos pueblos rivales en cada país. La "autonomía limitada" obtenida por Cataluña en 1979 y por Escocia en 1997, lejos de aplacar los movimientos secesionistas, los exacerbaron, dice Elliott. El referéndum escocés en 2014 y el rechazo de un referéndum catalán han llevado al borde del precipicio a ambos países. Ante este panorama que tiende a la colisión, lo que Elliott se propone es iluminar una situación del presente a través del análisis histórico convergente de lo que ocurre en ambos territorios.
“En su propósito de convertir a sus respectivas naciones en estados soberanos, los líderes de esos movimientos independentistas han seguido un camino bastante transitado ya”, escribe el historiador británico. Según Elliott, entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX, Europa experimentó el surgimiento de un sentimiento nacionalista, a partir del cual los cual pueblos y etnias minoritarios desearon, o intentaron, separarse de las formaciones políticas a las que pertenecían y constituirse como naciones-Estado independientes.
El contraste entre individuo y patria condujo a la política decimonónica a la encrucijada de los nacionalismos que quedaron como remanentes políticos del siglo siguiente
Las raíces del nacionalismo en su versión contemporánea encuentran su referencia más exacta a finales del XIX con la oposición entre el liberalismo, con su insistencia en los derechos de los ciudadanos a tener alguna forma de representación política, versus el romanticismo, con su énfasis en la naturaleza orgánica de las sociedades y en los lazos históricos, étnicos y sentimentales que les daban cohesión. El contraste entre individuo y patria condujo a la política decimonónica europea a la encrucijada de los nacionalismos que quedaron como remanentes políticos del siglo siguiente, plantea el británico.
La tesis de Elliot parte del hecho de que el problema de las nacionalidades subyacentes o suprimidas de Europa quedó relegado, o simplemente archivado, como consecuencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 y de la guerra fría. El tema permanecía enquistado y comenzó a expresarse en distintos conflictos europeos. La historia comparada de los brotes secesionistas en Escocia y Cataluña le permiten a Elliott explorar las incertidumbres e imprecisiones sobre las ideas de Nación y Estado de las que se han servido ambas para colocar el tema en la agenda política.
Tanto Escocia como Cataluña, sostiene Elliott, poseen profundos antecedentes históricos. Ambas fueron integradas, con diferente grado de éxito, en entidades emergentes, Bretaña y España, cuyas trayectorias forman parte de una más larga historia que también tiene que tomarse en consideración. “Es de esperar que la comparación entre las dos, intentando identificar y explicar las semejanzas y las diferencias entre sus experiencias, arroje alguna luz sobre el desarrollo de las estructuras de los estados europeos durante más de cinco siglos y sobre las formas adoptadas por los movimientos nacionalistas y las demandas secesionistas que algunos de estos inspiraron”. El libro de Elliott no aspira a lo descriptivo, ni mucho menos. Su tesis es clara: el uso interesado de determinadas obcecaciones para defender una tesis históricas en detrimento de otras.