Como buen espíritu romántico, al sevillano le pudo lo oculto y lo fantástico. "Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía", escribió el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, en 1868. El tema fantástico y de miedo ejerció especial influjo sobre él, al punto de dedicar buena parte de sus versos al asunto, muchos de ellos recogidos en sus Rimas y leyendas, pero también en el Monte de las ánimas.
Uno de los episodios de su biografía que ejemplifica esa atracción tuvo lugar en la localidad aragonesa de Trasmoz, en la que Bécquer pasó un tiempo, concretamente en el Monasterio de Veruela, en la sierra del Moncayo, que le sirvió de inspiración para Cartas desde mi celda. Trasmoz gozaba de una tradición hechicera milenaria –el pueblo fue excomulgado en el siglo XIII- y el macizo del Moncayo tenía algunas muy particulares, entre ella la presencia de brujas que tenían el poder de ‘curar’.
El poeta sevillano, junto con su hermano el pintor Valeriano Bécquer, pasó una larga temporada de reposo en esa montaña, concretamente en el monasterio de Veruela. En las Cartas desde mi celda, habla de las brujas de Trasmoz, e incluso en relatos como El gnomo, La corza blanca o Los ojos verdes, ya de buena cuenta del bestiario fantástico. "¡La noche! ¿Pues qué pasa de noche en ese sitio, que tales aspavientos hacéis y con tan temerosas y oscuras palabras nos habláis de lo que allí podría acontecernos? ¿Se nos comerán acaso los lobos?", escribe.
Ya para ese momento, Bécquer goza de prestigio literario. Está vinculado a la revista El Museo Universal y El Español, entre muchas otras publicaciones. Sin embargo, desde mediados de la década, su frágil salud interrumpe su escritura y lo hace viajar. A Bilbao, también Soria; justamente en un viaje de reposo allí conoce a su mujer Casta. En esos años, y como consecuencia de las revueltas en Madrid a causa de La Gloriosa –que puso fin el reinado de Isabel II-, los hermanos Bécquer se marchan a vivir Toledo, ciudad que ejerce fascinación: sus empinadas y oscuras calles impactarán al escritor, quien volcará parte del paisaje en algunas de sus leyendas y artículos.
Ya para 1869 la salud y las finanzas de Bécquer atraviesan un período de verdadera carestía. Valeriano ya no gozaba de la pensión del Gobierno y Bécquer había perdido su fuente de ingresos como director El Museo Universal, con el que ahora simplemente colabora de forma ocasional comentando los dibujos de su hermano y decide entonces regresar a Madrid.