El año que estrenamos se cumple el décimo aniversario del atentado en París contra la sede de Charlie Hebdo, semanario satírico que una década antes había publicado unas caricaturas irreverentes de Mahoma. El 7 de enero de 2015, dos hombres enmascarados, armados con fusiles de asalto, entraron disparando en las oficinas de la revista. Descargaron medio centenar de balas, mientras gritaban en árabe “Alá es grande”. Terminaron con la vida de doce personas e hirieron a otras once. Poco después, mataron a un policía francés. Pocas veces en la Historia han quedado más claros los límites del humor. La sociedad supo estar a la altura, con la organización cuatro días después de una enorme concentración de repulsa en París, que sumando otras ciudades de Francia alcanzó los tres millones setecientas mil personas, entre ellas cuarenta líderes mundiales.
A pesar de la demostración de fuerza y unidad, es evidente que el atentado consiguió –al menos, en gran parte– su objetivo de amedrentar a dibujantes, redactores y humoristas de todo el planeta. Algunos tienen el valor de reconocerlo, por ejemplo Dario Adanti, fundador de la revista Mongolia, que daba esta respuesta durante una entrevista en 2017. “En Mongolia hemos hecho chistes de Mahoma, hemos hecho chistes de yihadismo... pero hay dos cosas: no los pones en portada -de yihadismo sí, de Mahoma no- y no los estás difundiendo y mandando por Twitter porque sabes que esta gente es muy peligrosa (ríe)”, explicó a la periodista Lorena Maldonado. “Yo he hecho chistes en El Jueves, mucho antes, con el Niño Dios, de ‘competencia de dioses’, y estaba el Niño Dios, Buda, Yahveh... y la última viñeta estaba en blanco y ponía ‘Mahoma no se presentó o es invisible’ o algo así”, admitía. Adanti es un ejemplo entre muchos y tiene razón en que un humorista no está obligado a ser “la avanzadilla del frente occidental contra el ISIS”.
El periodista Phillipe Lançon, víctma el día del atentado, describió su experiencia en el libro El colgajo, publicado en España por Anagrama. Allí acusaba a muchos compañeros de complicidad por la tibieza o reparo con el que reaccionaron cuando la revista fue amenazada. “Charlie fue importante hasta el escándalo de las caricaturas de Mahoma, en 2006. Aquel fue un momento crucial: la mayor parte de los periódicos, e incluso algunas figuras destacadas del dibujo, dejaron de solidarizarse con un semanario satírico que publicaba esas caricaturas en nombre de la libertad de expresión. Unos, en virtud de una preocupación manifiesta por el buen gusto; otros, porque no había que sacar de quicio al Billancourt musulmán. Era como estar unas veces en un salón de té y otras en una réplica de una celda estalinista. Esta falta de solidaridad no era solamente una vergüenza profesional, moral. Al aislarlo, al señalarlo, también contribuyó a hacer de Charlie el blanco de los islamistas. La crisis que acarreó alejó del periódico a buena parte de sus lectores de extrema izquierda, pero también a los jerarcas culturales y a quienes marcaban las pautas, que, durante varios años, lo habían convertido en un periódico de moda”, denuncia en el texto.
La guerra está en todas partes
Lançon, que resultó herido en los ataques a la revista, se negó en todo momento a caer en la islamofobia. Corresponsal en varios países árabes, recuerda los rezos de las mezquitas como llamadas a la paz, incluido el grito Allahu Akbar (Alá es grande), que repetían quienes dispararon contra él. Recuerda que, tras salir del hospital, un compañero corresponsal de guerra le comentó que “Esto me tenía que haber pasado a mí, no a ti”. Su respuesta fue rotunda: “ahora la guerra está en todas partes”. Esa certeza forma parte también del triunfo del ataque de aquel. Haya más atentados de este tipo no, cualquiera que haga un chiste o una caricatura irreverente contra Mahoma no podrá estar tranquilo el resto de su vida. Bien lo sabe, por ejemplo, el escritor Salman Rushdie, que fue acuchillado tres decádas después de la fatwa (condena a muerte) que dictaminó en 1989 el ayatolá Jomenei, máxima autoridad política y religiosa de Irán.
"Estamos acostumbrados a un cierto nivel de libertad de expresión y no nos hemos dado cuenta de que las cosas han cambiado", explica Houellebecq
Rushdie ordena y comparte sus meditaciones en un reciente libro de memorias, titulado Cuchillo. En las entrevistas posteriores a la publicación, el artista destacó también que una víctima de los atentados había sido su propio arte. El gran público había dejado de interesarse por él como escritor para considerarle una simple víctima. “Cuando la gente lee Los versos satánicos, me suele hacer dos preguntas. Una es: ¿dónde está la parte sucia? Porque no la encuentro. Y yo digo: bueno, porque no está. Y la otra cosa que me dicen es: ¡no sabía que era divertido! La gente que lo ha leído sabe que es divertido. Esas confusiones sobre cómo el libro debería ser un insulto y una blasfemia, en lugar de una novela cómica, son frustrantes. Dices el título de la novela a cualquiera y todos tienen una opinión”, confesó a la revista mensual española Letras Libres.
El día del atentado, Charlie Hebdo llevaba en portada una caricatura del novelista francés Michel Houellebecq, que acababa de publicar su novela Sumisión, donde imagina una Francia rendida a un partido islamista que logra llegar a El Elíseo. Houellebecq abandonó París tras el atentado y decidió no hacer promoción de su libro. Cuando le preguntaron si sentía miedo, respondió de manera afirmativa: "Cabu, por ejemplo, uno de los viñetistas asesinados, no era consciente del riesgo, habitaba en él un alma vieja mezclada con una antigua tradición anticlerical (...) Creo que no comprendió que la cuestión es de otra naturaleza. Estamos acostumbrados a un cierto nivel de libertad de expresión y no nos hemos dado cuenta de que las cosas han cambiado".
Bluesman
08/01/2025 09:07
Como la historia acaba repitiéndose, volveremos, llegado el momento de tener lo güivols bien hinchados, a hacer lo mismo que en 1492.