Tony Soprano, el mítico gangster de HBO que nos encandiló a todos, iba a psicoanalizarse entre asesinatos a sangre fría o palizas de primer orden. Eso sí, lo hacía en secreto porque su reputación de tipo malo y despiadado podría desmoronarse. Pero es imposible ocultar que los malos también lloran, como muestra la película de la que hablamos hoy en cine en Blanco y Negrete: ‘Ángeles con caras sucias’.
Rocky Sullivan y Jerry Connolly eran niños difíciles que crecieron juntos en un barrio pobre de Nueva York. Pronto Rocky es enviado a un reformatorio, donde aprende a ser un criminal de primera clase. Jerry, que consigue escapar de la Policía, se convierte en un sacerdote. Cuando son adultos, se reúnen en el antiguo barrio. Jerry trabaja con los niños que, como él y Rocky, podrían terminar en la cárcel, mientras que el personaje de James Cagney es un mafioso sin remedio.
La película está dirigida por el gran Michael Curtiz, al frente también de clásicos como Casablanca. Por esta obra lograría una nominación al Oscar. Esta película de cine negro, considerada una de las mejores de la historia, consigue juntar a dos superestrellas como James Cagney y Humphrey Bogart. Cagney tenía un caché mucho más alto que Bogart por aquel entonces y era, junto a George Raft, la estrella del momento.
El infierno personal puede abocarnos a la maldad y al cinismo. Todos hemos sido malos en alguna ocasión, o hemos tenido una mala época donde queríamos ver el mundo arder y a nosotros con él. Incluso un mafioso ha tenido un primer amor, al ladrón también le han robado y el abusón coexiste con una ausencia permanente. Los malos también aman y, por supuesto, también lloran.