Cultura

Comprar un motel para espiar a tus huéspedes y llamar al maestro del Nuevo Periodismo para contárselo

Tras su controvertida publicación en Estados Unidos, se publica la investigación realizada por Gay Talese durante más de 15 años. Un reportaje áspero, escrito con maestría, en el que periodista y vouyeur  rozan el delito.

  • Foos espió y documentó la conducta sexual de quienes se alojaban en el Manor House, en el 12700 de la avenida East Colfax, Aurora, Colorado

A principios de 1980, el periodista Gay Talese recibió una carta de un hombre de Colorado. El reportero ya era una institución y una de las firmas estrella de The New York Times. Nada de raro tendría que alguien quisiera ofrecerle una historia jugosa. Y ésta lo era. La carta pertenecía a Gerald Foos, un sujeto que había comprado un motel, pero no por cualquier razón. Lo había hecho con el único objetivo de espiar a sus huéspedes a través de los ductos de ventilación. Tras leer la carta -no era cualquier misiva ni Floos cualquier fuente-, Talese viajó a Colorado. Sentados dentro de coche, y tras firmar un documento de confidencialidad, Talese escuchó lo que Gerald Foos tenía que decir. La sorpresa fue todavía mayor cuando Guy Talese se enteró de un dato que faltaba. Foos no sólo espió y documentó la conducta sexual de quienes se alojaban en el Manor House, en el 12700 de la avenida East Colfax, Aurora, Colorado. El dueño y gerente había sido también testigo de un asesinato. Tenía, pues, muchos motivos para permanecer en el anonimato. Talese pensó que esta historia nunca vería la luz y cumplió su palabra. Se mantuvo en silencio durante 30 años. Ahora, Talese publica El motel del voyeur, cuya versión traducida al español llega a España editada por Alfaguara.

En 1980, Gay Talese recibe una carta de Gerald Foos, un sujeto que había comprado un motel con el único objetivo de espiar a sus huéspedes a través de los ductos de ventilación. Sin embargo algo más grave había ocurrido...

El motel del voyeur relata las escenas, mayoritariamente sexuales, contempladas por Foos, que espiaba a sus inquilinos a través de un pasillo escondido sobre las habitaciones y que el propio Foos camufló como un conducto de ventilación. En las páginas de este reportaje, Guy Talese aporta todos y cada uno de los datos acerca de este observatorio privilegiado que Foos describió con lujo de detalles en su diario personal. La primera pregunta que asalta a quien comienza la lectura es: ¿qué llevó a Foos a llamar a Talese? ¿Por qué alguien querría compartir tan inquietante secreto… y justamente con una persona que no tardará dos minutos en contarlo? ¿Acaso porque una hazaña sólo es tal cuando alguien la convierte en relato? ¿Quería Foos traspasar la barrera del simple fisgón? Un voyeur está motivado por la expectativa; durante la espera, el gusto crece como si el placer a punto de presenciar fuera el suyo propio y que proviene de la sensación de poder que confiere asomarse a las vidas de otros sin arriesgar nada de la propia. A juzgar por sus diarios y la correspondencia que Guy Talese utiliza, Foos se sentía guiado por un sentido moralmente superior. Desde el comienzo, en la primera carta que hizo llegar al periodista, se presentó ante Talese como una especie de desprejuiciado observador cuyos hallazgos redundarían en beneficio de una sociedad demasiado conservadora como para comprender lo novedoso y desconocido de la conducta sexual a la que él tenía acceso en primera fila. Así lo explica Gerald Foos en la primera carta que dirige a Talese:

"He visto expresarse casi todas las emociones humanas, con toda su tragedia y humor. Sexualmente hablando, durante estos últimos quince años he presenciado, observado y estudiado de primera mano el mejor sexo entre parejas, espontáneo, no de laboratorio, y casi todas las demás desviaciones concebibles. El principal objetivo a la hora de proporcionarle esta información confidencial es la creencia de que podría ser muy valiosa para la gente en general y para los investigadores del sexo en particular. Además, durante mucho tiempo he querido contar esta historia, pero no tengo talento suficiente, y me da miedo que me descubran".

En su visita a Colorado, en 1980, Guy Talese conversó con Foos e incluso tomó parte en el asunto. De esa excursión da cuenta en estas páginas: "Me puse de rodillas y comencé a arrastrarme hacia la zona iluminada cercana, y acto seguido estiré el cuello al máximo para poder ver tanto como fuera posible a través del conducto. Al final, lo que vi fue a una atractiva pareja desnuda tumbada en la cama y practicando sexo oral. (…) era la pareja de Chicago de la que me había hablado en el coche mientras volvíamos del restaurante”, relata Talese, de quien a pesar de haber leído páginas enteras sobre mafiosos, delincuentes y demás pájaros, nos sorprenden algunas de estas escenas, muchas veces, como ésta, a mitad de camino entre lo inverosímil y lo hilarante. "A pesar de que una insistente voz dentro de mí me decía que apartara la mirada, seguí observando cómo aquella mujer esbelta le practicaba una felación a su pareja, y me aproximé para ver más de cerca. No me fijé en que durante el movimiento mi corbata de seda de rayas rojas se había deslizado a través de los listones de la rejilla de celosía, y ahora colgaba en lo alto del dormitorio, a menos de dos metros de la cabeza de la mujer”. Una semana después de su visita, al despacho de Talese en The New York Times llegó el primer legajo de los diarios de Foos.

"A pesar de una voz me decía que apartara la mirada, seguí observando cómo aquella mujer esbelta practicaba una felación a su pareja. No me fijé en que durante el movimiento mi corbata de seda de rayas rojas se había deslizado a través de los listones de la rejilla"

Durante los 16 años en los que regentó ese hotel, Gerald Foos no sólo se limitó a observar a las parejas, sino a tipificar su conducta sexual, llevar estadísticas, establecer patrones. E incluso hasta hizo algunos experimentos. Por ejemplo, compró 50 consoladores y revistas pornográficas que dejó casual y discretamente colocadas en las habitaciones del hotel, casi siempre en la mesita de noche. Foos confirmó y registró cómo prácticamente ningún huésped devolvió o se quejó por el aparato e incluso tomó nota de un dato que le pareció importante:  cerca del 50% de las mujeres usó el consolador, entre ellas, una monja.

El día que el vouyeur vio más de lo que deseaba

Diez años después de hacerse con el motel, las cosas cambiaron. La moralidad de Gerald Foos  encajó el golpe de un reproche. Podría decirse que su propio silencio terminó apuntándolo. Ocurrió el 10 de noviembre de 1977, el primer día en el que el vouyeur vio más de lo que deseaba. En la habitación 10, un hombre y una mujer discuten. Se trata de un camello al que Floos tiene puesta la vista hace semanas y cuya presencia no le gusta ni un pelo. No quiere drogas en su hotel. Para deshacerse de él, Floos decidió arrojar al wáter las diez bolsas de marihuana y otras de distintas pastillas que escondía en la habitación. Sin drogas qué vender, el asunto estaría resuelto, pensó Floos.

Durante todo ese tiempo, Floos no interviene: no hace nada por impedir que la mate, no llama a la policía, ni siquiera acude después para auxiliarla

Sin embargo, encaramado en su rejilla, Gerad Foos se dio cuenta muy pronto de la gravedad de lo que había hecho. El hombre, convencido de que la mujer que loa compaña ha cogido las drogas y las ha robado, la machaca a golpes y la mata estrangulándola. Durante todo ese tiempo, Gerard Floos no interviene: no hace nada por impedir que la mate, no llama a la policía, ni siquiera acude después para auxiliarla. Floos prefiere esperar a que las mucamas consigan el cuerpo y, sólo entonces, llamar a la policía. Si decía una palabra, quedaría retratado. "El Voyeur había acabado aceptando su propia moralidad, y tendría que sufrir para siempre en silencio, pero no condenaría nunca su conducta y comportamiento en esa situación", escribe el periodista.

A lo largo de estas páginas, Talese libra un pulso con el personaje y la persona que el propio Gerard Foos propicia. Estudia a ese hombre que delimita con una línea muy clara al mirón del gerente; al empresario del voyeur. Justamente con la intención de adentrarse en ese quiebre, Talese acude al encuentro de Foos y sostiene con él una conversación:

—¿Por qué cuando escribe en el Diario de un voyeur pasa tan a menudo de la primera a la tercera persona y viceversa?

—Porque me sentía como si fuera dos personas distintas —dijo—. Cuando estaba en la oficina era Gerald el Hombre de Negocios. Cuando estaba en la plataforma de observación era Gerald el Voyeur.

—Pero anteriormente usted se ha descrito como dos personas —le recordé—. Dijo que en la oficina del motel usted era Gerald el Hombre de Negocios, y que en el desván era Gerald el Voyeur. Bueno, pues ¿quién es el responsable de no haber llamado a una ambulancia mientras aquella mujer yacía estrangulada en el suelo de la habitación 10 la noche del 10 de noviembre de 1977?

En esa conversación, Foos reconoció que tampoco había sido esa la primera vez que había permanecido inactivo mientras presenciaba escenas horribles en su motel. Anteriormente había sido testigo de violaciones, robos, abuso de menores, incesto, y en una ocasión había contemplado en silencio cómo un macarra le ponía un cuchillo en la garganta a una prostituta hasta que esta aceptó entregarle el dinero que él le acusaba de retener. Un hombre en la oscuridad. Eso es el personaje al que Talese dedica este libro: alguien que se siente cómodo en la mirilla, sin tomar posición ni siquiera sobre aquello que dice documentar.

Las consideraciones éticas y morales y alrededor de estas páginas no son pocas, desde el hecho de cómo Talese protege la identidad de Foos hasta la polémica que estalló poco después de su publicación en Estados Unidos. Cuando el libro llegó a los medios de comunicación, el Washington Post puso en tela de juicio las fechas entre las que Gerald Foos fue propietario del motel, ya que el autor lo visitó a principios de 1980, y más tarde, ese mismo año, vendió el motel a un hombre llamado Earl Ballard, señala Talese. Así el pasado julio, cuando estaba a punto de publicarse el libro y Steven Spielberg había comprado sus derechos para convertirlo en una película, El motel del voyeur fue puesto en entredicho. "Después de la publicación del reportaje, donde oí hablar por primera vez de Earl Ballard, hablé con él y con Foos, y ambos me confirmaron que durante el tiempo en que Ballard fue propietario, Foos tuvo acceso permanente al motel. En agosto de 1983, Ballard vendió el establecimiento y Foos ya no pudo seguir entrando en el desván hasta que volvió a comprar el motel en julio de 1988". La edición que publica Alfaguara en español posee tanto la ampliación como las notas de Guy Talese.

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