Cultura

Una verdad incómoda: el artículo más social de la Constitución no lo propuso la izquierda

Una de las grandes diferencias entre el panorama político español y otros de nuestro entorno es que la derecha, como sujeto político amplio y diverso, no ha sabido encontrar un

  • El presidente Adolfo Súarez con el destacado político de la Transición Licinio de La Fuente

Una de las grandes diferencias entre el panorama político español y otros de nuestro entorno es que la derecha, como sujeto político amplio y diverso, no ha sabido encontrar un discurso social (al menos, de cara a la opinión pública). Pero no siempre ha sido así y es justo reconocerlo. Se explica muy bien, por ejemplo, en el libro Conversaciones sobre la derecha, de Antonio Burns Marañón, especialmente en la entrevista al político, abogado y periodista Antonio Castro Villacañas.

Desde los denominados sectores azules del franquismo -de donde procedía, por cierto, el propio Adolfo Suárez- llegaron cuadros con una alta sensibilidad social (unos desde la UCD, otros desde Alianza Popular, los dos partidos de derecha de nuestra Transición). Provenían sobre todo de la Organización Sindical, que heredaba sus principios a partes iguales de la Doctrina Social de la Iglesia y del pensamiento joseantoniano.

¿El mejor ejemplo? Licinio de la Fuente, en ese momento diputado de AP pero anteriormente gobernador civil y ministro de Trabajo durante la dictadura, presentó y logró que prosperara una enmienda en la tramitación parlamentaria del texto constitucional que recogía “el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción…” (artículo 129). El propio diputado comunista Jordi Solé Tura, posteriormente ministro socialista de Cultura en los gobiernos de Felipe González, reconoció que él no se habría atrevido a proponer algo así.

Licinio de Lafuente en 1970

Polémica social en la Constitución

Evidentemente, no se trataba de una propuesta encaminada a estatalizar la economía, sino a repartir la propiedad estableciendo que los trabajadores formaran parte del accionariado de sus empresas de tal forma que pudieran influir en los objetivos de esta y ser solidarios en sus resultados. Unas posiciones distributistas, al más puro estilo chestertoniano, que estaban por entonces en el ADN de una parte importante de las derechas, fueran post o antifranquistas. Seguramente hoy serían lanzadas a la hoguera de las vanidades posmodernistas que impregna todo el arco parlamentario, de izquierda a derecha, al grito de “¡fascistas!”.

No hay que olvidar que Fraga había arremetido incluso contra los explotadores, fueran 'usureros' o 'monopolistas'

Algunos prohombres de la UCD no ocultaron su enfado y, cumpliendo los mandatos de la patronal, lograron desplazarla al Título de Economía y Hacienda, con la intención de que pasara más desapercibida. Pero ahí sigue con todas sus letras. En palabras del propio Licinio De la Fuente “se pretendía buscar una mayor integración de los trabajadores y empresarios en los objetivos que debieran unirlos en lugar de separarlos. Este era el sentido de la enmienda y creo que el del artículo 129 de la Constitución, que duerme el sueño de los justos”.

El propio Manuel Fraga asumió “ardorosamente” la enmienda aprobada, como se recoge en la Crónica secreta de la Constitución, de Soledad Gallego-Díaz y Bonifacio de la Cuadra, aunque no es menos cierto que más adelante empezó a verla con ojos más críticos, seguramente por la influencia de la CEOE y las necesidades de congraciarse con quienes iban a aportar la financiación necesaria para el prometedor futuro de AP, la nueva casa grande del centro-derecha.

Verstrynge y Ridruejo

No hay que olvidar que el nacimiento de la futura Alianza Popular tiene su germen en GODSA, una sociedad mercantil que estaba tras el Equipo XXI y la revista Índice, donde se producían acalorados debates en los que se mezclaba cierto criptofalangismo con la Teología de la liberación y acometidas contra los Borbones o “la democracia Cristiana para ricos”. Nombres como Carlos Argos, Antonio Cortina o Fernández Figueroa superaron por la izquierda al grupo Tácito y con influencias importantes del reformismo social de Dionisio Ridruejo se situaron dentro del régimen pero tendiendo puentes a la izquierda proscrita.

Castro Villacañas se definía como un hombre de izquierdas, de la izquierda del franquismo

De esa corriente, donde ya participaba e influía un joven Jorge Verstrynge, surgió el Libro blanco para la reforma democrática que fue la carta de presentación de y para un Manuel Fraga, cuyos ideales católicos y conservadores reformistas le situaban en aquel momento, aunque no por mucho tiempo, lejos de los cantos de sirena del liberalismo capitalista. No hay que olvidar que Fraga había arremetido incluso “contra los explotadores, ya fueran usureros o monopolistas y contra los que querían mantener en la pobreza a la gente.” Cosas que pasaban en aquellos años.

Poco hay que sorprenderse de que el propio Castro Villacañas, en el libro de entrevistas señalado anteriormente, se ofendiera cuando se le enclavaba en la derecha y se definiera a sí mismo “como un hombre de izquierdas, de la izquierda del franquismo”.

Otros casos, ocultos bajo el manto de la historia oficial, son el de Cantarero del Castillo, que fundó el grupo de “izquierda” falangista Reforma Social Española e hizo carrera como diputado y senador a las órdenes de Manuel Fraga. O los de los sectores democristianos de Alzaga que recalaron en el Partido Demócrata Popular y que confluyeron en la refundación del PP de 1989, liderados por discípulos de Manuel Jiménez Fernández. O también Ruiz Jiménez y parte básica de la revista opositora Cuadernos para el diálogo, de la mano de insignes socialistas y comunistas.

El rodillo thatcherista

Pero, como es conocido, en los años ochenta llegó la ola neoliberal de la mano de los triunfos electorales y culturales de Reagan y Thatcher y el acomodo atlantista y socioliberal de los socialistas españoles con la entrada en el Mercado Común Europeo, que trajo la destrucción del tejido productivo español bajo el perverso nombre de “reconversión industrial”. ¿En qué se reconvirtió nuestra industria? Esto da para otro texto aparte.

Por tanto, si eso pasó en la izquierda, antes de ayer marxista y ahora asimilada a velocidad de crucero a la cultura del pelotazo y la economía de casino, no es de extrañar que en aquellos años la derecha hispánica renunciara a cualquier veleidad mínimamente socializante y abrazara con fe ciega las enseñanzas de la Escuela de Chicago, renunciando a su propia historia social y regeneracionista en nombre de un liberal-conservadurismo, más liberal que conservador, en el que aún sigue anclado.

Volviendo al inicio de este texto, ¿no es curioso que uno de los artículos más “socialistas” de nuestra Constitución surgiera precisamente de un franquista, orgulloso de serlo, como Licinio de la Fuente? ¿Y no es menos sorprendente que nadie -y cuando digo nadie es absolutamente nadie- reivindique y ponga al día su legado? Este 6 de diciembre habría que hacerle un homenaje y poner en la agenda lo que significa.

Óscar Cerezal fue alcalde de Manzanares el Real, diputado de la Asamblea de Madrid y luego decidió volver a su puesto de trabajo. Ahora cuida a sus hijos, cruza puentes y edita la revista digital La Mirada Disidente.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli