¿Qué tiene este cuadro para atraer la atención del amante del arte, coleccionista ambicioso, el turista y los ladrones de cuadros? ¿Qué aullido lanza esa boca abierta? ¿Qué terror hay en el aire para que el personaje se tenga que tapar los oídos? Son muchas las interrogantes que se apilan alrededor de un lienzo que en estos días vuelve a convertirse en centro de atención cuando se cumplen 150 años del nacimiento de su autor, Edvard Munch.
Desde Oslo hasta el norte de Noruega, todo el país se ha lanzado a festejar este aniversario, con actividades relacionadas con Munch de toda índole aunque la principal es, sin ningún género de duda, Munch 150, la mayor retrospectiva de su obra reunida nunca, que aglutina más de 270 obras repartidas entre la Galería Nacional y el propio Museo Munch, ambas en la capital.
En esa muestra es posible ver las cuatro versiones que Munch realizó de su obra más conocida, El Grito. La muestra abarca un periodo de 60 años, los mismos que dedicó a la pintura este genio llamado Edvar Munch, cuya difícil infancia -su madre y hermana murieron de tuberculosis cuando era pequeño y su padre era un religioso obseso- marcó su personalidad y su estilo artístico: los temas más frecuentes de su obra fueron los relacionados con los sentimientos y las tragedias humanas como la referida angustia presente en El grito, la soledad, la muerte o el erotismo.
Munch 150 recoge desde sus primeras obras, que pintó con 20 años en 1883 hasta que tuvo que dejar sus pinceles poco antes de su muerte en 1944 a los 80 años, convertido ya en un artista reconocido mundialmente.
La exposición, que sigue un orden cronológico, está dividida de esta misma manera en ambos espacios: el Museo Nacional de Arte, Arquitectura y Diseño (Museo Nacional) acoge los trabajos de Munch desde 1882 a 1903 y el Museo Munch sus obras desde 1904 a 1944. Aunque el grueso de las piezas que se exhiben son propiedad de estas dos instituciones, la amplia exposición no habría sido posible sin los préstamos de otras instituciones públicas y privadas y de colecciones particulares.
La temática central de la exposición es las constantes decepciones del artista sobre sí mismo y cómo repetía y reelaboraba ciertos motivos a lo largo de su carrera. Además, entre sus principales obras se exponen las series completas de El friso de la vida, que incluye cuadros como La Madonna, El grito, Angustia, Los celos o Mujer en tres etapas; y de El friso de Reinhardt (1906-07).