Hace tres años, todavía como Príncipe de Asturias, el ahora rey Felipe VI se detuvo ante una caseta de la Feria del Libro de Madrid, que entonces inauguraba en compañía de su mujer Letizia Ortiz. La periodista, quien se asomó muy segura de lo que quería –Libertad, de Jonathan Franzen- apenas y prestó atención a los libreros de Muga. Ella, al parecer, no necesitaba prescriptores. Su marido sí. Al menos eso daba a entender el hecho de que, sin cortarse un pelo ni sonrojarse por ello, pidiese que le recomendasen algún libro que le permitiese “entender la crisis” –corría el año 2012, apretaban los recortes y la amarga espuma del desencanto-. Los libreros –quienes además le cobraron el ejemplar- no lo dudaron: le dieron a leer El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq, lo más granado y venenoso que han dado de sí las letras francesas en los últimos 20 años.
No se sabe si el francés y su especie de existencialismo a la inversa –ese especie de cinismo que se pone en contra todo sin entusiasmos ni militancias- gustaron al ahora Rey. Lo que sí es cierto es que dibujaban al menos el perfil de alguien que no teme ser aconsejado. Sin embargo, son muchos los que sostienen que al Rey lo de leer no solo no se le da nada bien, sino que no le agrada ni un pelo. Al menos eso asegura el primo de la actual Reina Letizia, David Rocasolano, en aquel incendiario -y a su manera carroñero- libro -Adiós, princesa- en el que volvió jirones a su prima. En esas páginas, cuenta Rocasolano que existe la idea equivocada de que fue ella quien hizo leer al Príncipe. No en vano ella le dio como regalo de compromiso una preciosa edición antigua, de 1850, de El doncel de don Enrique el doliente. Una novela caballeresca, ambientada en el siglo XV, que su autor, Mariano José de Larra, escribió en 1834.
"Mi prima Letizia no ha leído jamás otra cosa que periódicos, algún bestseller tipo Grisham"
Sin embargo, de lecturas, pocas. Y no solo en el caso del Príncipe. Mientras la opinión pública alimenta en el perfil de la actual Reina el retrato de una mujer culta, inteligente, interesada en los hechos políticos y sociales y, por supuesto, en la lectura. Su primo, sin embargo, cuenta todo lo contrario. Las aficiones lectoras de Letizia –dice- no son más que una leyenda alimentada por los medios: “Uno de los mitos más divertidos que ha aireado la prensa lacaya sobre mi prima es el de la voraz lectora. Mi prima no ha leído jamás otra cosa que periódicos, algún bestseller tipo Grisham o los libros que le obligaron a leer en el colegio y en la facultad. Durante el tiempo que yo trabajé en una conocida firma editorial, era frecuente que le regalara algún clásico ruso, recuerdo Guerra y Paz, o alguna reedición lujosa de literatura americana. Digo lujosa porque yo era consciente de que el libro iba a ir directamente como adorno a una estantería, ya que a Letizia jamás la iba a arrebatar el impulso de leerlo”.
Pero volviendo a lo que nos ocupa, la biblioteca del Rey Felipe VI, una anécdota circula entre algunos periodistas y libreros. Se dice que, acaso influido por la afición de su madre a las historias de ovnis o fenómenos paranormales, el entonces heredero sintió una inclinación natural por este tipo de libros. Sin embargo, si existe un autor que realmente le importa al monarca, ese es J.J Benítez, autor de la conocida saga Caballo de Troya.
Felipe VI siente curiosidad por la serie Caballo de Troya, de J.J Benítez.
La anécdota la recoge Sergio Vila-Sanjuán en el libro Pasando página: “Cuando el príncipe Felipe de Borbón se fue a pasar un curso académico al Lockfield College School de Toronto (Canadá) en septiembre de 1984, llevaba en su equipaje algunas lecturas españolas. La que mejor pudo verse en los reportajes que le consagraron era un volumen de Caballo de Troya, la serie iniciada aquel año por el experto en temas paranormales e investigador del fenómenos ovni J.J. Benítez, de la que se han vendido hasta ahora tres millones de ejemplares”. Curiosa biblioteca del rey Felipe VI, asiduo a las historias conspiranoicas de la vieja hornada, aquellas que se anticiparon a Dan Brown y que hoy reposarán, acaso, en las estanterías de Zarzuela.