Cataluña había sido históricamente un crisol de culturas, un enclave geográfico formidable para el tránsito de ideas que provenían de todos los lugares del mundo, la puerta a Europa. Por desgracia, hace años que llevamos presenciando un momento de repliegue ideológico y cultural que habitualmente deriva en una mentalidad provinciana. El filósofo catalán José Ferrater Mora ya nos advertía de este peligro en Les formes de la vida catalana (1987) al establecer un paralelismo entre Cataluña y la sardana: “La vida catalana parece consistir en un equilibrio perpetuo entre dos formas de vida, en una constante vacilación entre lo cerrado [egoísmo] y lo abierto [solidaridad], entre el egoísmo y el sacrificio. El vivir catalán es, como la sardana nos simboliza, aquella forma de ser que se abre y se cierra continuamente, como si no pudiera detenerse un solo instante en cualquiera de estas dos formas fundamentales de existencia”. Lo preciso de esta analogía es el valor central del “equilibrio”. ¿Qué sucede cuando uno de los dos polos crece? El equilibrio se rompe y “el gran peligro” en palabras de filósofo “es que su gran sardana se mantenga cerrada”.
Empezaré a describir este deterioro con una anécdota universitaria. En el curso 2019-2020 comenzaba -entusiasmado- las prácticas curriculares del grado de Ciencias Políticas en un think tank que dependía del Departament d’Acció Exterior de la Generalitat de Catalunya. Me refiero al Centre d’Estudis de Temes Contemporanis (por sus siglas CETC) dirigido por un exprofesor mío, bastante joven y vinculado a ERC, que quería dinamizar -también con mucho entusiasmo- una institución totalmente destartalada y que había caído en “desuso”. Uno de los elementos más interesantes de dicha institución era su revista Idees.
El primer día en las oficinas del CETC (detrás de la Catedral de Barcelona), un superior me encargó que fuera a unas estanterías enormes y ojeara todos los números, del primero al último, para captar el espíritu de la publicación. A pesar de que la revista había sido claramente un chiringuito de Convergència y Jordi Pujol, la calidad de los autores escogidos era notable. Había textos de las grandes firmas de la filosofía y las ciencias sociales del panorama internacional: Putnam, Habermas, Bauman, Sen, Steiner, Walz…Tampoco faltaban nombres de relieve nacional: Herrero de Miñón, Roca Junyent, Vallespín, Subirats…
La pobreza intelectual del 'procés'
Mi sorpresa llegó cuando -más o menos- a partir del número de 2010, comienzan a caer esos apellidos de prestigio y a aflorar nombres, por decirlo así, más autóctonos: Joans, Carles, Oriols, Joseps, Jordis colonizan los índices de los sucesivos números. Asombrado, pregunté al superior cuál era la razón por la cual la revista, que a principios de los 2000 había contado con grandes pensadores, se hubiera convertido en un boletín parroquial de autores ideologizados e intelectualmente poco relevantes. El caso es que el superior, titubeante y avergonzado, se limitó a responder: “Bueno, ja saps, el procés...” Ahora, en su lugar, podemos encontrar múltiples artículos de los próceres de la independencia catalana y sus correligionarios: Raül Romeva, Jordi Cuixart, Mireia Vehí, Marina Garcés, Jordi Muñoz, Elisenda Paluzie…
El lema ‘un sol poble’ nunca se ha entendido como construcción, sino como un proceso de aculturación y asimilación”, sostiene Óscar Guardingo
La cultura en Cataluña se embota a medida que crece el independentismo. No obstante, quedan figuras del ámbito de la sociedad civil, periodistas, escritores e intelectuales que resisten como Astérix en su aldea. Pero, en primer lugar, ¿qué es exactamente el procesismo? El prestigioso periodista Víctor Amela lo define como “una ilusión, una utopía, un sueño, una expectativa… Si eres cantante, actor, director de cine, escritor o lo que sea tienes que posicionarte con respecto a esta utopía. Y, en la medida de lo posible, alinearte favorablemente para que te den voz, para que te den micrófono, para ser pregonero de unas fiestas mayores o para que te contrate un ayuntamiento para actuar en una fiesta…”, denuncia. Pero, claro, no podemos decir que su utopía (por mucho que diste de nuestras convicciones) sea intrínsecamente mala o que la nuestra per se, sea simplemente mejor. El problema de las llamadas utopías disponibles es que exigen un tributo, un pago al tótem.
Y es que el independentismo como religión política de masas y como movimiento identitario tiene -siguiendo al ensayista Juan Soto Ivars- “su propia corrección política y por tanto sus propios tabúes y herejías”. No debe sorprendernos lo que sugiere el filósofo y traductor Miguel Candel: “Cuando una tendencia social se hace hegemónica (como es el llamado procés secesionista catalán), un nutrido grupo de intelectuales se verán arrastrados por dicha tendencia”. En este texto, intentamos repensar la situación atendiendo a cuatro aspectos esenciales: libertad de expresión, pluralismo, cultura y democracia.
Sobre la libertad de expresión
La periodista Beatriz Silva (con su incansable cruzada contra la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals) viene denunciando cómo en los últimos años se han orillado las opiniones de quienes no comulgan con el proyecto independentista. Juan Soto Ivars, autor de La casa del ahorcado (2021) añade que “Cataluña es un laboratorio estupendo para pensar en tribalismos, pero es algo que está pasando en EEUU, y en tantos otros países. Se trata de procesos de división identitaria”. De esta ruptura da cuenta también Víctor Amela: “Si algo ha cambiado en el panorama no soy yo. Es el panorama. La gente a la que le parecía bien, o comprensible y aceptable mi punto de vista en 1997 y en el 2007, por alguna razón, en 2017 cambió, en el 2017 les pareció fatal -ríe- pero ¡no soy yo quien ha cambiado de opinión!”.
La entrevista es un género que está en decadencia en Cataluña porque no se hacen entrevistas, sino felaciones", opina el periodista Víctor Amela
El punto de tensión está en que “el nacionalismo se ha convertido abiertamente en secesionismo y esta es la nueva realidad que divide a los catalanes” dice el jurista y ensayista Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional, que a mediados de los 90 comenzó su andadura contra las tendencias totalitarias del independentismo. Junto a un reducido grupo de intelectuales, fundó Foro Babel, que, en sus palabras, “nacía en Cataluña para dar una voz de alerta en una sociedad en la cual el nacionalismo catalán dominaba el discurso político y cultural de forma total”. A fuego lento se iban menoscabando las bases del pluralismo…
Sobre el pluralismo
Constantemente vemos cómo artistas, periodistas e intelectuales se marchan por la sensación de asfixia que les genera el corsé secesionista. Una de las últimas personalidades que se vio obligado a salir fue el reconocido pintor Sean Scully, quien a finales de agosto hizo pública su decisión. Por otro lado, y, como consecuencia de haber estrechado y apretado las tuercas a aquellos herejes del procés, se sujeta a obediencia a quienes salen del redil con reprimendas y amenazas.
"Las tertulias en TV3 son bochornosas, una competición por ver quién tiene las credenciales de independentista del año", explica Víctor Amela. "La entrevista es un género que está en decadencia porque no se hacen entrevistas, se hacen felaciones, es todo como un carril en el que ya sabes como oyente o como telespectador lo que va a preguntar uno y lo que va a responder el otro, ¡apasionante!", dice con sarcasmo.
A veces, para maquillar esta situación contratan a un pésimo orador, un tonto útil, que hace las veces de representante del constitucionalismo. No hay discusión más que por el nivel de fanatismo que estila uno u otro. Si se es capaz de “sujetar a la obediencia” es porque en la relación de fuerzas hay quien tiene la sartén por el mango: “Claro que puede haber un peaje personal” reconoce Amela “y en Cataluña, efectivamente, las personas con las que yo disiento más son personas que tienen poder, tienen el poder ni más ni menos que de 30 mil millones de euros al año, que es el presupuesto de la Generalitat”, señala.
Sobre la cultura
La utopía debe ser unicelular. En esto el aparato mediático y educativo juegan un papel central. En Cataluña, explica Francesc de Carreras “la embestida a la cultura empezó como mínimo en 1980, con el primer gobierno Pujol y con el consejero de Cultura Max Cahner, un nacionalista dogmático. Sólo se protegía desde la Generalitat la cultura en catalán y en los sectores no literarios a las personas o entidades nacionalistas. Ello ha empobrecido enormemente el mundo cultural de Cataluña, mucho más rico en los años sesenta y setenta”, recuerda.
En agosto de 2020, Elisenda Paluzie declaró con total impunidad que 'no tenemos que permitir rectorados unionistas en Barcelona
Como apunta el exsenador Óscar Guardingo, “el nacionalismo catalán nunca ha hecho propio el lema de ‘un sol poble’ como una construcción populista o republicana, sino como un proceso de aculturación y asimilación”. Huelga decir que la solidaridad con el resto de España se había erigidio en un pilar, en condición sine qua non de la construcción de la democracia postfranquista: “convertir esa pluralidad en una sola comunidad política fue un consenso de las fuerzas antifranquistas donde la izquierda era hegemónica. La idea de ‘un sol poble’ fue mal entendida por el nacionalismo que, además, nunca la practicó. ‘Un sol poble’ nunca fue una verdad antropológica, sino el proyecto político de convivencia de la pluralidad en una sola comunidad política” asevera Guardingo.
Sobre la democracia
¿Qué queda de la democracia en Cataluña y cuál es su relación con el orillamiento, la reducción y la fagocitación? En agosto de 2020, Elisenda Paluzie tuvo el descaro de declarar con total impunidad que “no tenemos que permitir rectorados unionistas en la Universidad de Barcelona y ni en la la Universidad Autonóma de Barcelona”. En una sociedad sana, estas declaraciones habrían sido motivo de cese en sus funciones como presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC).
El filósofo Miguel Candel se lamenta: “En la ‘universidad catalana’, el adjetivo se está comiendo a marchas forzadas al sustantivo. Los rectores y sus equipos se han convertido, creo, sin excepción en palanganeros del ‘procés’. Por suerte para mí, ya no vivo de la institución, por lo que me siento libre para denunciar esa deriva, y compadezco a los antiguos compañeros que deben seguir navegando en tales aguas”. Todos los entrevistados, de un modo u otro, ponen el acento en la construcción sistemática de una ciudadanía que viaja en primera clase y otra que se siente turista en su propio territorio.
Juan Soto Ivars habla del “tabú más potente” del independentismo: “los tabúes dentro de la trinchera del ‘procés’ tienen que ver con la mitad no independentista de los catalanes. No se puede pensar en ellos, se omiten o ridiculizan, se mantienen en la sombra. Así, cuando hablan de ‘el pueblo de Cataluña’ o ‘los catalanes’ se refieren solo a una parte”. Portadores de una verdad histórica -del “mandat del poble de Catalunya”- como Estados Unidos en su conquista hacia el Oeste, han callado, invisibilizado y laminado a más de la mitad de la ciudadanía catalana, cargándose el factor “pueblo” de la fórmula democrática. A esto de toda la vida de Dios se le llama despotismo.
Varias personas declinaron participar en este reportaje: temen padecer presiones, escarnio y señalamiento, dentro y fuera de las redes sociales
Víctor Amela considera que “los que tenemos el sueño de una sociedad abierta en España en la que todos tengamos lugar y cabida y en la que compartamos nuestros destinos, también deberíamos tener espacios y micrófonos en la misma medida que los que se alinean con el sueño -yo diría quimera- independentista”. Guardingo, en la misma línea, cree que “el nacionalismo catalán ni siquiera es capaz de entender que la ruptura de consensos que supuso el intento de convertir en extranjeros en Cataluña a los españoles haya fracturado a los catalanes”. En opinión de Francesc de Carreras, desde la preparación de la nueva ley de política lingüística de 1997 “empezó a vislumbrarse que el nacionalismo no era una ideología transversal a todos los ciudadanos de Cataluña, sino sólo a la ideología de algunos”.
Varias personas han decidido mantenerse al margen del reportaje por cautela: un par de artistas, uno de ellos por haber tenido problemas familiares a raíz de sus posiciones ideológicas con respecto al procés, el otro por no querer “meterse en camisa de once varas”; después un catedrático de Derecho Constitucional que en estos momentos “prefería no hacerlo”; por último una influencer que decidió no verse salpicada a nivel laboral y un editor que pretendía “mantener perfil bajo y andar con pies de plomo”. Todos ellos padecen o temen padecer en sus carnes la presión y las nuevas formas de escarnio público y señalamiento, dentro y fuera de las redes sociales.
Sin embargo, aún hay lugar para la esperanza. Karl Popper nos invita al optimismo en su obra La responsabilidad de vivir (1994) pues, refiriéndose al periodo ominoso por el que tuvo que pasar la joven democracia ateniense, en las guerras de independencia contra la dominación del imperio persa, concluía: “en la primera de estas guerras Atenas quedó destruida, pero ganó”. Tras unos meses de crisis, un grupo de atenienses demócratas vencieron a los tiranos en la batalla del Pireo, instituyendo la paz y la prosperidad. ¿Es hora de pasar a la acción?