2014 comenzó pegando duro: libros difíciles, arriesgados. Ahora se licúa, de a poco, en la iluminada alcantarilla de la Navidad; ese sumidero al que todo va a parar. Que estamos extenuados. Que cada libro que se publica lo vivimos a sangre y fuego; casi como si lo hubiésemos escrito nosotros. Por eso, en lo que a ese epígrafe refiere -los libros de este 2014-, las listas no sirven para nada. Si fueran pantuflas, tipos de manzana o sogas para colgarse que pudiésemos ordenar de menos a más, quizá valdría, pero ése no es el caso. Al menos por hoy, no más listas. Por favor. Y si confeccionamos alguna, que sea como la de Fernando Aramburu –recomendada, por cierto, para soltar una risotada malvada-. En fin: no más. Si de un resumen se trata, que sea ésta una declaración arbitraria; un texto no numerable y, por supuesto, rebatible... completa y absolutamente rebatible. Y ya, san se acabó.
Pegar primero, pegar dos veces
Decíamos, entonces: el año arrancó contundente. Una tragedia circular que une a dos amigos a lo largo de los años; una correctora de textos a quien la precariedad empuja a los márgenes de la ciudad y del miedo; en ambas la enfermedad se erige como camuflaje. Se trata de Los hemisferios (Seix Barral, 2014), la novela de Mario Cuenca Sandoval –un libro inmenso que pasó desapercibido, o dle que habría que decir que no recibió toda la atención que se merecía-, y La trabajadora (Penguin Random House), en cuyas páginas Elvira Navarro retoma y potencia lo que ya existía en La ciudad de invierno (2007) y La ciudad feliz (2009): aquello que está al margen, a punto de hacerse invisible. El 2014 fue el año de Elvira Navarro, quien en verano se incorporó además como editora a Caballo de Troya, el sello que capitaneó Constantino Bértolo, y en el que ella llevará la batuta durante un año.
A la novela de la Cuenca no tiene sentido pasarle por encima, sobrevolarla con la mención. Para algunos excesiva en su estructura de díptico, no se puede obviar la fuerza oscura que mueve su gran engranaje, una furia bella y maligna, una brutalidad construida desde lo literario. Y eso es lo que buscamos, a veces, en ciertos libros: que sean un puñetazo en el hígado, que nos despierten como lo haría un golpe, bien dado, con un largo tubo de metal. Y así como Cuenca lo consigue en sus más de 500 páginas, también lo logra con algo más de un centenar, la argentina Selva Almada, publicada por Lumen con Ladrilleros, una tragedia rural, una historia de amor masculina, un escenario de tierra seca y bruta en la que se narra la historia de dos amigos, cada uno integrante de familias que fabrican ladrillos para ganarse el pan a la vez que libran una guerra que habrá de terminar como lo hacen las grandes historias: a navajazos.
Publicada mucho después de las primeras que encabezan el epígrafe, en septiembre de 2014, El mundo deslumbrante de la escritora estadounidense Siri Hustvedt entró a llenar un vacío lector y escritor. Publicada por Anagrama, esta novela narra la historia de Harriet Burden, una artista de la Nueva York de los ochenta; alguien que fue empujada hacia los márgenes por su condición de mujer, que contrajo la invisibilidad. Porque Burden es siempre otra cosa, no ella: la esposa del poderoso marchante Felix Lord, madre de dos hijos, mecenas… mejor no pudo decirlo la escritora Marta Sanz: en estas páginas Siri Hustvedt crea la gran novela feminista, y si ese adjetivo tiene sentido es justamente por la compleja sustancia que contiene la palabra. “Harriet es una Frankenstein - disconforme con su propio cuerpo, aislada del mundo que le interesa, agresiva y vulnerable- que crea sus propios frankensteins: construye muñecos y casas de muñecas pervirtiendo a Ibsen. Harriet crea para encontrarse y para que la encuentren, para que la miren, porque sabe que nada existe más allá de la mirada de los otros”. Ningún lector entendió El mundo deslumbrante como lo hizo la escritora Marta Sanz, que este año salió, peleona, con el ensayo No tan incendiario, de Periférica, así como con la reimpresión de Amor fou hecha por Pereza Ediciones.
Los que regresaron de la muerte
En 2014 hubo muertes que dejan huérfanos a todos –la de García Márquez, la de Ana María Matute- pero también resurrecciones; y de las buenas. A comienzos de marzo, Alfaguara se apuntó otro tanto con John Banville, quien en su versión Benjamin Black revivió a Phillip Marlowe, el detective privado creado por Raymond Chandler en 1934. Se trata de la novela La rubia de ojos negros .Ambientada en los cincuenta, claro, Marlowe es todavía el hombre solitario al que le gusta el ajedrez, el whisky y las mujeres. Nico Peterson, el amante de una atractiva que mujer que le pide a Marlowe que dé con su paradero, le hará toparse con una de las familias más ricas de Bay City.
El punto es… ¿vale o no la pena? Hay quienes como Rodrigo Fresán dicen que Black escribe mejor que Chandler. Por una razón: el norteamericano vivía en los años cincuenta y escribía sus historias acerca de un momento sobre el que Banville/Black lleva ventaja, no sólo porque en esos años ha ambientado toda su serie negra, sino porque goza de la calma y la frescura que ganan los tiempos remotos con el paso de los años. Del otro lado, en cambio, están los que esgrimen que Banville ha suavizado demasiado al rudo detective. Y es cierto: aunque más que ablandarlo, le permite lo que Chandler no le concedió: matices “El Marlowe de Chandler finge una brutalidad que el mío no tiene”, dijo el propio Banville, quien además tuvo este año, al menos en España, un año de reconocimientos y no cualquiera: le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Las Letras.
Alguien más volvió de la muerte, pero no cogida de la mano de nadie ni con la voz de otro: Madame Bovary, una de las más grandes novelas que sobre el vacío y la insatisfacción se hayan escrito jamás. En una edición impecable de Siruela, la historia de Emma Bovary retumba vigente y contemporánea. El libro posee tres fragmentos hasta ahora inéditos en los que Flaubert se revela –justamente por haberlos descartado y acribillado a tachones- como un autor meticuloso y exigente con su prosa.
Si mencionamos el mejor rescate del mejor Flaubert, es imposible no mencionar en esta añada la versión que ha hecho la editorial Sexto Piso de Moby Dick, esa historia ciclópea de hombres que abandonan la tierra firme para arponear el Mal –el propio, el ajeno- simbolizado en el blanco lomo de una ballena. Una nueva versión ilustrada de esta novela, traducida por el escritor Andrés Barba, vio luz este otoño. El volumen –una genuina belleza- engalana el genio de Melville –y la destreza de Barba al traerlo de vuelta- con las ilustraciones de Gabriel Pacheco e intenta colocarse a la altura de un libro que es a la vez monstruoso y sublime, un libro total. .
Éste no fue un regreso. Fue una dicha inesperada. Destino publicó en verano a la última Ana María Matute. Bella y total, escritora hasta el tuétano, Ana María Matute trabajó hasta sus últimos días en Demonios familiares. Más que un libro, parece un punto de vista, una mirilla privilegiada, espacio ganado a la muerte para quienes quieren seguir leyéndola y una magnífica oportunidad para quienes desean descubrirla. Apenas 170 páginas bastaron a Ana María Matute para retomar y retener los rasgos que han definido su obra: la pasión contenida, temor inocente, misterios familiares, ausencias acalladas y el amor imposible (o cuanto menos inadecuado) en una trama que se sitúa en el verano de 1936. Hay quienes aseguran que es un quiebre entre su lado fantástico y la vuelta al espíritu de sus primeros libros.
Incluirlo en este epígrafe puede que parezca un regalo envenenado, pero no lo es. El fin del invierno -que baila con el infierno sobre el ladrillo suelto de una consonante- trajo libros raros, amargos, envueltos en una crisálida de mala baba. Uno de ellos, Zaza, emperador de Ibiza (Alfaguara, 2014), la novena novela de Ray Loriga tras ocho años de silencio. En ella, Loriga cuenta la historia de Zaza, un camello retirado que vive tranquilamente en Ibiza. No quiere problemas. “Es un buen muerto”, escribe Loriga. Pero la llegada al mercado de una nueva droga –legal- que hace felices a quienes la consumen lo trastoca todo y le convierte en el hombre más poderoso de la isla.
Con este libro, Loriga parecía concederse la oportunidad de envejecer; lo que nadie jamás le ha permitido. En Zaza, no sólo se ríe de sí y lo que le rodea. No se ríe Loriga, se descojona. Y lo hace sólo como él sabe: impecable, sin derramar nada, sin salirse de la línea. Luce distinto, sí, del que pudo escribir Trífero (reeditada por Alfaguara este año) pero se sujeta todavía con esa mala leche melancólica, una especie de resurrección obrada por él mismo.
La novela con mayúsculas
Una novela se alzó, total, por encima del resto: La buena reputación (Seix Barral, 2014), de Ignacio Martínez de Pisón. Es una historia monumental, construida con eficacia, en la que Pisón narra la vida de tres generaciones de una familia española de origen judío; una saga que comienza y termina en Melilla y en la que la familia emerge como gran tema, como el pegamento de todo cuanto habrá de venirse abajo, incluso quienes forman parte de ella. Y ese es el caso de esta magnífica historia que retrata una España a la vez que construye un artefacto narrativo potente.
En la sección de libros capitulares hay que hablar de Como la sombra que se va (Seix Barral), la más reciente novela de Antonio Muñoz Molina y en la que el Príncipe de Asturias de las Letras 2013 reconstruye dos senderos: el que forman los pasos del asesino de Martin Luther King en Lisboa; así como los suyos, en esa misma ciudad, cuando, en 1987, viajó hasta allí para escribir El invierno en Lisboa. Ésta no es la novela de un hombre que huye. Tampoco la de un hombre que se enfrenta a la página en blanco. Ni siquiera la de un hombre muerto a manos de otro. No es nada de eso; porque lo es todo a la vez. Como la sombra que se va es una novela que se libra en la barrera que separa lo imaginado de lo escrito; lo vivido de lo percibido; una ciudad de otra; al hombre que vive de aquel que recuerda.
Puede que aquí más de uno –si no lo ha hecho ya- lance la pedrada. Y es cierto. Más heterogéneo no puede ser este apartado. Pero una rara lógica une a los libros aquí citados: su vocación mayúscula de novela y ese raro engrudo de la memoria como parentesco. Algo parecido ocurre con Pronto seremos felices (Destino), del periodista y escritor Ignacio Vidal-Folch. Este libro no se lee, se sobrevive: es un estallido de literatura y belleza. Un viajante comercial cuyo nombre ignoramos emprende un viaje en tren hacia Praga. En el vagón, acompañado por desconocidos, piensa en Camila, aquella mujer que se comparaba con los arbustos y que jamás renunció a llevar el carné del Partido Comunista, incluso hasta el día final. Y así como los rieles tiran del tren en el que viaja, otro hilo conduce al protagonista a través de un tiempo áspero y remoto; extinto. Comienza entonces el viajante a reconstruir su paso por los países y las ciudades de Europa del Este en los que ha estado: Rumanía, Bulgaria, la entonces Checoslovaquia, pero también Brno, Sofia, Bucarest…
Pelea entre montañas
Para algunos, el Nobel de Literatura de este año fue un desaire -siempre ocurre cuando no lo gana el escritor favorito-. Para otros, un acierto. Una cosa sí es cierta: hay a quienes ya no les queda tiempo para recibirlo. Porque la vida se acaba, se seca, se encoge, se hace insuficiente. El Nobel a Patrick Modiano deja fuera de la carrera a Milan Kundera, quien, con 85 ya, este año desembarcó con La fiesta de la insignificancia, un libro que hace lo que con fogonazos: encandilar; arder cual un pequeño incendio que viaja en el bolsillo del abrigo para protegernos de lo que nos rodea.
Publicada por Tusquets, La fiesta de la insignificancia reúne una serie de personajes que discurren alrededor de la muerte, la enfermedad e incluso sobre los ombligos como centro del universo. Lo fundamental del libro radica en el hecho de que, en sus páginas, Kundera traza un círculo perfecto y parece cerrar ciclo, vital y literario, apelando a la idea de la risa, al chiste que sostiene a la vez que propicia una demolición; ese espíritu que impulsa La broma y que se revela, en ésta, como –acaso- la gran broma final.
Oponentes en esa carrera de premios Nobel no concedidos hay muchos. Está Philip Roth, de quien se publica, en un solo volumen, el ciclo de cuatro novelas sobre la vejez y la muerte: Elegía, Indignación, Humillación y Némesis. Editada por Penguin Random House, en esta entrega se reúnen no las historias más áridas o crudas –él comenzó muy pronto a moverse en ese registro; Columbus y El lamento de Portnoy lo confirman-, que lo son, sino acaso el Roth más experto, el más eficaz y por tanto, el más duro.
Con el Nobel, una vez anunciado, los libros y las reediciones llueven como los sapos en la Magnolia de Paul Thomas Anderson: sin parar. Eso le ha ocurrido a Patrick Modiano. El autor de Trilogía de la ocupación, dueño de una obra obsesionada con la búsqueda de la identidad, la culpa y la memoria, del que ahora se consiguen tanto la novedad más rabiosa, como es el caso de La hierba de las noches, una entrega más de ese París personal y espectral con el que Modiano ha levantado una biografía íntima y a la vez colectiva, hasta libros que permanecían inéditos en España como Más allá del olvido, la historia de un amor obsesivo, una novela inédita hasta ahora en España, que Alfaguara ha publicado hace apenas unos días.
Los híbridos
En 2014 hubo, también, rarezas: libros que pasan a veces borrosos, desconcertantes. Aunque cada uno de una manera distinta. Ocurrió con Kassel no invita a la lógica (Seix Barral), un libro que se descuelga de una frase de Calvino y en el que Enrique Vila-Matas narra su viaje a Documenta. En la mayor y más importante reunión del arte contemporáneo, Vila-Matas fue invitado a escribir en un chino. Sí, en un restaurante chino. A mitad de camino entre el libro de viajes y el ensayo, el escritor sorprende con un libro afirmativo, ¡incluso entusiasta y en el que nadie desaparece!, que aprovecha el arte para reflexionar sobre Europa, nuestra idea de la innovación y el espíritu.
Diseñado entre la ficción y la autobiografía, en este puñado de raros ejemplares hay que mencionar Lo que a nadie le importa (Penguin Random House), la segunda novela de Sergio del Molino, y en la que el autor repasa la historia de cuatro generaciones de una familia –y de una nación- a través de José Molina, el abuelo paterno, un hombre apagado que habitó una España apagada. Su protagonista actúa como metáfora de todos aquellos que no pudieron elegir; aquellos a quienes les tocó ocupar un bando, un empleo, un rol. En Lo que a nadie le importa, Sergio del Molino retrata a un hombre que pasó de un ejército a otro: de ser un recluta del bando nacional a dependiente de la planta de caballeros del Corte Inglés. Un hombre gris, acaso invisible, que compra los libros de la Guerra Civil en la participó y en cuyas páginas no consigue su nombre. Alguien cuya historia no importa a nadie: ni a sus nietos ni sus hijos, tampoco al país que le confinó al olvido y la soledad.
También híbrido pero en este caso en la sustancia de los géneros de no ficción que lo sujetan –la biografía, la crónica, el ensayo y el reportaje periodístico-, otro libro brilla potentísimo este 2014: Aquellos años del boom (RBA) de Xavi Ayén, que narra el origen del movimiento más importante de la literatura en castellano durante el siglo XX. Un fenómeno que se abrió al mundo desde Barcelona entre 1967 y 1976. Para pintar el enorme fresco que supuso, Ayén orquesta un libro de esos que ocupan el año entero. En sus páginas arroja luz sobre detalles, componendas, informaciones que contradicen a los chascarrillos… hasta los puñetazos suenan bien contados por él.
Los poetas, los joyeros, los bellos imprevistos
Otros géneros, por ejemplo la poesía, recibieron dos títulos magníficos: Los desengaños, de Antonio Lucas, libro ganador del Premio Loewe de Poesía, y Chatterton, de Elena Medel, un poemario con el que ganó el XXVI Premio Loewe a la Creación Joven .“Nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío/ en el cajón/ de la fruta que se pudre”, escribe Medel. A ambos volúmenes los une una cierta desolación pero les separa algo mucho más potente: la voz de donde ésta proviene. "Imagina la vida como no lo es ahora/, no quiero decir como algo perfecto,/ sino un resplandor, cierto abril de muy lejos (…)Ver la vida llegar de su noche a tu noche/ en un cuerpo ajeno,/ pronunciar su silencio,/ abrazar su alambrada, desear su vacío,/ delirar sin camino, sin mapa, sin fuego,/ hasta el tiempo sin tiempo/ del país que no hacemos", escribe Antonio Lucas poema Fuera de sitio y que él urde, cual poeta relojero. Así es la gente que se entiende con el tiempo. Son capaces de unir la precisión y la belleza.
La editorial Círculo de Tiza, dirigida por Eva Serrano, se estrenó con Anatomía poética, un libro que surgió tras la larga amistad que une al Premio Cervanntes José Caballero Bonald y al pintor José Luis Fajardo desde hace más de cuarenta años. La pintura de Fajardo acompaña, cómplice, la escritura de Caballero Bonald. El volumen revisita un primer libro, publicado en 1986: Los personajes de Fajardo, donde Bonald reflexionaba "libremente" sobre lo que le inspiraba la obra del artista. Anatomía poética contiene ocho textos de aquel libro, más unos cuarenta inéditos.
Pero acaso el relato recibió también una piedra preciosa con la edición que ha hecho Lumen de Todo queda en casa, una selección de los mejores cuentos de Alice Munro elegidos por ella misma. Se trata de 24 relatos en los que la Premio Nobel 2013 intenta reflejar el trabajo de una vida entera dedicada a la escritura. En sus páginas, Munro se despliega, dueña de una voz que ilumina el largo abismo que separa a unos de otros. El vértigo que ocurre en los lugares mínimos, en el escollo de la memoria y, sobre todo, en el cemento firme que sostiene su universo femenino.
Publicado nada más comenzar el año, Compro oro, el primer libro de relatos de Isaac Rosa, aguanta -fresco- hasta el final del 2014. Titulado con esa frase, tras la que se esconde la usura y la precariedad de quien vende lo que es suyo, el escritor traza un nuevo relato de la crisis, acaso uno más real que irrumpe desde la ficción. Originalmente publicados en el periódico La Marea, los 12 relatos adquieren entidad propia al publicarse juntos. Un libro potente, duro como un metal, cuyos personajes vuelven al lector en ráfagas imprevistas: al sacar dinero del cajero, al redactar un currículo o leer el de otra persona o usar el BUS VAO.
En el magnífico arcón de lo que aparece, de aquello que se deja encontrar, entran tres diarios desconocidos escritos por Josep Pla en 1956, 1957 y 1964 y que han sido publicados por Destino en un solo volumen: La vida lenta. Insomnio, mucho insomnio; el alcohol que ablanda los días y alarga las noches y una escritura refugiada en el día a día. Porque si hay un género que identifique al ampurdanés es justamente ése, el dietario, que en esta ocasión permite a los lectores asomarse al tiempo consumido cual cerilla en los dedos de un hombre que escribe: "Paso la tarde y la noche en la masía, entre el fuego y la cama, con los viejos papeles. Viento de garbí cuaresmal que trae el olor de las mimosas y de las primeras violetas. Teresa trae un manojo de espárragos trigueros, excelentes".
Un libro publicado en verano por Siruela da un paso al frente con su aspecto de raro especimen: Los maletines, de Juan Carlos Méndez Guédez. Es una novela, sin duda, pero se comporta con las imágenes fulminantes de un poemario. No es, en absoluto, un libro lírico. Al contrario, su estructura tiende al movimiento pero sin perder los fogonazos de la prosa que hiere, hermosa, sobre la página impresa. No es una novela sobre la crisis, ni la corrupción, ni la memoria, ni la familia, ni la pérdida. Es, acaso, una historia sobre la supervivencia, una tragicómica reflexión que cobra vida en Donizetti García: un hombre gris a quien su padre le dio el nombre equivocado; alguien que nunca ha ganado nada, excepto decepciones, y al que no se le dan bien ni siquiera las infidelidades. Trabaja en una agencia de noticias del gobierno venezolano, y no precisamente escribiendo reportajes, sino llevando maletines de una ciudad a otra del mundo. No sabe qué llevan en su interior. Él sólo quiere ganar algo de dinero para sobrevivir en una Caracas arrasada por la violencia, la escasez, los apagones y la vigilancia política. Y está dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.
En las rarezas, ésta es de las más singulares. Pero ésta sí que no entra en ningún epígrafe, porque los atraviesa todos. No es una novela, ni un volumen de relatos, ni siquiera es un no-libro. Se trata de Esto es agua, las palabras más hermosas que alguien haya leído en público jamás: un discurso que el escritor David Foster Wallace pronunció en el año 2005 -tres años antes de su muerte- ante los alumnos de Artes Liberales del Kenyon College. Traducido por Javier Calvo –quien ha intentado cuidar, al máximo, el ritmo del original en inglés- y editado por Penguin Random House, Esto es agua concilia la reflexión sobre dos actos esenciales: vivir y pensar. Uno no existe sin el otro. Lo urgente en este texto es una idea poderosa: una reflexión abarcante de lo que somos a solas y en conjunto.Una lectura para cerrar el año, para no despeñarse, para no colgarse de ninguna lista. De absolutamente ninguna.
Los centauros
Dijo Alfonso Reyes que el ensayo es el centauro de los géneros. Que sus palabras sean la medida. Y no sólo por la naturaleza híbrida del género literario, sino por la fuerza que tiene para galopar en el tiempo.
El centenario de la Primera Guerra mundial copó buena parte de los ensayos publicados, comenzando por Los sonámbulos, el libro de Christopher Clark publicado por Galaxia Gutenberg, uno de los volúmenes más esperados sobre el tema. También De la paz a la guerra (Turner, 2013), de la historiadora y catedrática de la Universidad de Oxford Margaret Macmillan.
El historiador Santos Juliá ocupa un lugar especial con Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas (Galaxia Gutenberg), un libro en el que el Premio Nacional de Historia analiza la intervención pública de intelectuales y escritores desde la generación del 98 hasta la crisis económica actual. Cuatrocientos cuarenta y seis textos. Manifiestos, cartas, editoriales de prensa... Si existe algo así como una historia de la protesta, acaso una antología razonada de la literatura de combate, este libro es una guía magnífica.
Y si de combate se trata, pues toca retomar a la ya citada Marta Sanz, que con No tan incendiario hace lo que ella mejor sabe: interpelar. Basado en el cuestionamiento de idea dominante que se tiene de la cultura, Sanz desmonta andamios enteros: desde la figura del lector pasivo, del lector cliente, hasta el papel de lo cultural como gasolina ciudadana.
El libro tachado (Turner), de Patricio Pron, es otro de esos libros a los que hay que volver: un ensayo con varios niveles de lectura –los pies de página importan a veces más que el texto central- en el que Pron reflexiona con enjundia, humor y elegancia, acerca de esa literatura extraviada, censurada, enloquecida o apartada, esa cuyos libros y autores no llegaron muchas veces a nuestras manos y que componen un lado B, un reverso del quehacer lector y creador y cuyas páginas permanecen unidas por un pegamento firme que Pron derrama en una frase, una actitud: “No puedo concebir la escritura desmigajada del placer de leer”.