Todos la llaman Elenita, pero ella lo detesta. Dice que la aniña, acaso que se trata de la expresión de un cierto cariño machista. Tampoco está ella para diminutivos, que ya son 81 años los que cumple y la vida merece que se la tomen en serio. Se trata de Elena Poniatowska, una de las escritoras más comprometidas de la izquierda intelectual latinoamericana, que este martes recibió el Premio Cervantes 2013 como reconocimiento al "compromiso" de su trayectoria literaria. El Premio, contra todas las quinielas, ha levantado cierto escozor. No tardó el colombiano Fernando Vallejo en calificar el veredicto de "miserable". La suya, una obra fundamentalmente periodística aunque irregular en la ficción, se impuso tras ocho votaciones sucesivas para conseguir la mayoría, convirtiéndose así en la cuarta mujer en obtenerlo después de las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010) y la cubana Dulce María Loynaz (1992).
Reportera, entrevistadora, cronista, ensayista y novelista, Poniatowska es autora de un universo literario marcado por la realidad social mexicana, un país sobre el que -admite- no había escuchado hablar hasta que cumplió 8 años y del que ahora, dice, “todo le duele”. Con La noche de Tlatelolco (1971), un libro de testimonios sobre la matanza estudiantil perpetrada por Gustavo Díaz Ordaz en 1968, Poniatowska dio voz a un país ansioso de justicia y democracia -sus entrevistas y testimonios fueron de vital importancia-. No fue ese su primer libro pero sí uno de los que trazó un antes y un después en su carrera, signada por una bibliografía dispar de la que el jurado del Cervantes extrajo su firme "compromiso con la historia contemporánea" como principal mérito.
Cuando se editó La noche de Tlatelolco, Poniatowska ya había publicado la colección de cuentos Lilus Likus, las crónicas y entrevistas reunidas en Palabras cruzadas y Hasta no verte Jesús mío, un libro -más bien una 'historia de vida'- que recoge la voz de la oaxaqueña Jesusa Palancares, personaje inspirado en Josefina Bórquez, una lavandera de la que se sirvió la escritora para plasmar la pobreza, la miseria y la invisibilidad de un México dominado por las drásticas diferencias sociales y raciales con las que Poniatowska se solidarizó desde muy pronto y en la que, valga decir, encontró una enorme cantera periodística y literaria.
El Premio, contra todas las quinielas, ha levantado cierto escozor. No tardó el colombiano Fernando Vallejo en calificar el veredicto de "miserable"
Si existe, sin embargo, un personaje realmente importante en la obra de Poniatowska es la sociedad civil mexicana a la que vuelve en Fuerte en el silencio (1980) y Nada, nadie. Las voces del temblor (1985), un libro que recoge los testimonios del terremoto de 8,1 grados que azotó México los días 19 y 20 de septiembre de 1985, una de las peores tragedias en el país desde el sismo de 1957. País y obra se solapan en las páginas de Poniatowska en una mezcla que la convirtió en el referente cultural del México de los sesenta.
De princesa y aristócrata a madrina del Subcomandante Marcos
Cuando Elena Poniatowska nació, heredó el título de princesa Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor. Pero la vida le acortó el nombre y la colocó en otra parte, acaso en las casas de suelo de tierra o las redacciones en las que una mujer de sangre azul nada tenía que hacer. Allá fue a parar, muy empeñada y militante; muy militante ella.
Su padre, príncipe heredero de Polonia, abandonó Francia y se dirigió a México huyendo de la segunda guerra mundial. Elena llegó a Ciudad de México en 1942, a los diez años de edad, con su hermana y su madre, una mujer que había nacido en 1913, en París, en el seno una familia porfiriana exiliada en Francia tras la revolución mexicana. Su abuelo, amigo de Débussy y Paul Valery, le enseñó a leer y escribir; vivió con él hasta los 9 años.
Su abuelo fue amigo de Débussy y Paul Valery, le enseñó a leer y escribir; vivió con él hasta los 9 años.
Al poco tiempo de llegar a México, en 1949, Poniatowska se marchó a Estados Unidos para estudiar primero en un colegio católico de Filadelfia y después en el Manhattanville College de Nueva York. Regresó cuatro años más tarde, en 1953. Entonces comenzó su carrera periodística: trabajó primero en el periódico Excélsior y el año siguiente en los diarios Novedades y La Jornada.Conoció a los más importantes del siglo XX mexicano: Frida Kahlo, Diego Rivera, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Carlos Fuentes o Carlos Monsiváis –uno de sus más cercanos amigos-.
Se dedicó al periodismo, dice ella, por "andar de preguntona", una vocación por saber las cosas de "primera fuente" del que existen magníficas entregas, entre ellas, por ejemplo, Las soldaderas (1999), un libro que reúne los testimonios de las mujeres que participaron en la Revolución Mexicana: más de 1.900 líderes que lucharon en bandas rebeldes, una multitud anónima de lavanderas, cocineras, enfermeras, madres, esposas, hermanas y combatientes entre las que los lectores vuelven a encontrarse con Jesusa Palancares.
En Las soldaderas (1999) reúne los testimonios de las mujeres de la Revolución Mexicana: una multitud anónima de lavanderas, cocineras, soldados, madres, enfermeras...
En 1959, con apoyo de general Carlos Martín del Campo, pudo ingresar a la cárcel de Lecumberri y luego a Santa Martha Acatitla, donde entrevistó a Demetrio Vallejo, Valentín Campa y David Alfaro Siqueiros. Realizó un intercambio epistolario semanal con el escritor colombiano Álvaro Mutis cuando estuvo preso en esa misma cárcel. Fue una década frenética, en la que no paró de escribir y entrevistar. Diez años más tarde, en 1969, se nacionalizó mexicana. Octavio Paz se refirió a ella como “un pájaro en la literatura mexicana", alguien capaz de entrar en todos los rincones y dar cabida a todas las voces coloquiales en su obra.
Su voracidad periodística la colocó muy cerca de personajes que abrazó de manera entusiasta; aunque no sin reveses. Desde el presidente venezolano Hugo Chávez -ella le hizo una extensa entrevista en su programa Aló, presidente y él le cantó una canción; también participó en una de sus campañas electorales- hasta el Subcomandante Marcos, líder del grupo armado indigenista mexicano denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que marchó sobre Chiapas el 1 de enero de 1994, y al que ella entrevistó ese mismo año. Sin embargo, las cosas entre Marcos y Poniatowska no terminaron nada bien. El zapatista marcó distancias con la escritora cuando esta apoyó, en 2006, a Manuel López Obrador, pupilo del Cuauhtémoc Cárdenas que provocó un cisma en el PRI y candidato del PRD a las elecciones en las que resultó ganador –tras una fuerte polémica de fraude- el panista Felipe Calderón.
Su voracidad periodística la colocó muy cerca de personajes que ella abrazó entusiasta. Desde el presidente venezolano Hugo Chávez hasta el Subcomandante Marcos.
La novelista: buenas obras mal escritas
Hay quienes insisten que Elena Poniatowska es más una magnífica cronista y periodista que una novelista de pura raza. De hecho, al leer el veredicto del Premio Cervantes, hay un énfasis especial en el periodismo como parte de la obra reconocida.
En el terreno de la ficción, la mexicana ha publicado, entre otras, Tinísima (1992), novela basada en la vida de la fotógrafa Tina Modotti y La piel del cielo (Premio Alfaguara de Novela 2001). En ocasión de su más reciente libro Leonora (Seix Barral, 2011), novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2011 y en la que narra la vida de la pintora surrealista Leonora Carrington, el crítico y ensayista Christopher Domínguez Michael escribió uno de los análisis probablemente más acertados de la ficción de Poniatowska.
Según Christopher Domínguez, Poniatowska posee en ficción un grupo de “buenas obras” mal escritas, que se apagan por “el maniqueísmo metodológico de quien asume la pureza del alma proletaria"
“La simpleza de alma de Poniatowska, ese buen corazón suyo errático y valiente que la rige y luego la salva de la obcecación impuesta por su estalinismo mental” la ha conducido, en muchas ocasiones, "a la novela social a la manera decimonónica", escribió el crítico en la revista Letras Libres. Se refiere así Domínguez, por ejemplo, a El tren pasa primero (2006), la novela con la que ganó el Premio Rómulo Gallegos 2007, y que forma parte según Domínguez de ese grupo de “buenas obras” mal escritas, que se apagan, dado “el maniqueísmo metodológico de quien asume la pureza del alma proletaria, la malicia de cualquier novelista”.
Mejor periodista que novelista, Poniatowska divide su ficción en dos direcciones: una primera que hace las veces de prolongación de su reporterismo –de ahí que Tinísima o Leonora destaquen debido al uso de la voz literaria para el perfil biográfico- y una segunda rama, acaso demasiado afectada por la idea social de lo literario y que tiene su mejor ejemplo de sus excesos en El tren pasa primero (2006), libro en el que ficciona la vida de Demetrio Vallejo, líder de la primera gran huelga de ferrocarriles mexicana en 1958.Con este ganó el Premio Rómulo Gallegos, en 2007.
En una entrevista concedida en 1999 para la Revista Eñe, el suplemento literario de Clarín, Poniatowska dijo: “Yo nunca he pretendido hacer literatura. Bueno, ahora estoy haciendo una novela como se tiene que hacer”, expresó refiriéndose a lo que entonces era La piel del cielo, una novela en la que narra la vida de Lorenzo de Tena, un inconformista y rebelde, quien “deberá luchar contra las desigualdades sociales, las trampas burocráticas y las tentaciones políticas para ver realizada” su vocación científica.