Casi todos recordaremos la frase: “Desconfíe de los consejos de quien tiene las manos manchadas de cal viva”. La pronunció Pablo Iglesias en el Parlamento español, animando a Pedro Sánchez a dejar de escuchar los consejos de Felipe González en cuestiones de Estado. El reproche también sirve para titular la primera novela del periodista Daniel Serrano (Madrid, 1971), que ha pasado por diversos campos la profesión, desde los informativos a la prensa rosa. La presentación en Madrid de Cal viva (Suma de letras, 2019) fue apadrinada por el propio Pablo Iglesias y por Juan Luis Cebrián, equivalente a Lord Darth Vader en el grupo Prisa, principal altavoz mediático del PSOE en los años del felipismo. Las 373 páginas del texto diseccionan las principales guerras culturales de la izquierda española, desde el GAL al 15-M, pasando por aquella generación sin relato (la de los nacidos en los años setenta) que no supo articular ninguna revolución, ni siquiera ciudadana. Este es el resumen de su charla con Vozpópuli.
Hay una escena brutal en la novela: tras el asesinato de Lucrecia Pérez, la asistenta dominicana de una familia burguesa de izquierdas mira a sus empleadores con rechazo y decide marcharse.
El asesinato de Lucrecia Pérez por un grupo de extrema derecha lo viví en primero de carrera. Mi familia se había mudado de Vallecas a Pozuelo de Alarcón y tenía amigos en Aravaca. Intenté ser fiel a lo que me contaron y a lo que viví. Entonces se contrataban muchos dominicanos para el servicio doméstico. El problema es que molestaban a los señores burgueses cuando se reunían en la plaza de Aravaca y más cuando abrían bares con música dominicana. La extrema derecha comienza a poner carteles y a hacer pintadas hasta que ocurre el asesinato en el Four Roses, antigua discoteca pija abandonada que había sido ocupada por los migrantes más pobres. Cuando los jóvenes progresistas de Aravaca acuden a la plaza para solidarizarse con Lucrecia, los dominicanos les echan porque les reconocen como los hijos de quienes les han discriminado de manera cotidiana. Es injusto, pero también comprensible por el racismo que habían sufrido.
Usted lamenta que, tras el asesinato de Lucrecia Pérez, “nos manifestamos pero poco”
Aquello se procesó más como un episodio de la sección de sucesos que como un problema político y social. Luego se fue tomando conciencia y ahora todavía hay pintadas de recuerdo a Lucrecia en el pueblo. De todo modos, la militancia de izquierda ha sido muy pequeña en España en el periodo que va del antifranquismo al 15-M. Siempre éramos las mismas cinco mil o diez mil personas manifestándonos entre Atocha y Jacinto Benavente. La única excepción relevante a esto tuvo que ver con el rechazo a la guerra de Iraq. Este país se manifiesta poco en general.
Me interesa conocer su postura sobre el elitismo de izquierda, algo que retrata en la novela cuando escribe que los cuadros de Manuela Carmena solo se sobresaltan cuando entra una estrella del ‘indie’ en el bar donde están tomando algo.
La izquierda necesita recuperar los barrios. No soy partidario de exagerar: en Vallecas sigue ganado la izquierda, pero Vox ha experimentado una subida significativa, un fenómeno que muchos politólogos se niegan a ver. Que tengan un diez por ciento de votos ya es delirante porque ni siquiera tienen un programa social para los españoles similar al que tiene Reagrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) para los franceses. Necesitamos una izquierda que no esté dirigida en exclusiva por universitarios de clase media. No solo hay que hacer trabajo de calle, sino incorporar gente de la calle. Además hay una generación de españoles hijos de migrantes que todavía no ha entrado en política. ¿Dónde está nuestra Alexandria Ocasio-Cortez? ¿Donde está nuestro diputado que haya trabajado como ‘rider’ de Glovo? ¿Por qué nos cuesta tanto incorporarlos?
Su novela trata del enfrentamiento o distanciamiento entre dos generaciones de la izquierda española: la del PSOE y la de Podemos. ¿Es significativo se publique en un momento en que se han reconciliado y pueden gobernar juntos?
Es curioso que el epílogo no escrito de esta novela sea que el petimetre pueda terminar siendo vicepresidente. Ni el padre ni el hijo que hacen de protagonistas lo esperaban, ya que son tirando a derrotistas. Dicho esto, para mí la quiebra generacional sigue existiendo, ya que la generación que hizo la Transición sigue sin ver con muy buenos ojos este posible acuerdo. Ciertos prohombres y promujeres de aquella socialdemocracia se están mostrando faltos de entusiasmo ante un Gobierno de coalición.
También estaba dividida la izquierda de la Transición: los comunistas militantes fueron torturados y olvidados, mientras los líderes del PSOE no pagaron nunca ningún precio y vivieron trayectorias políticas exitosas.
De hecho, hay un momento en el libro en que Tristán abandona la militancia antifranquista para ingresar en el PSOE. Un camarada (Fuenfrías) le recuerda que nadie del PSOE luchó nunca su barrio. El PSOE se dedicó a hacer antifranquismo después de Franco. Hubo una generación que se comió todas las manifestaciones y otra que se dedicó a gestionar. Estos últimos reiniciaron España en los años ochenta. Es cierto que son dos izquierdas con posiciones políticas muy distintas. Veo absurdos esos manifiestos del mundo de la Cultura que piden votar de manera difusa a “la izquierda”, cuando son dos enfoques tan alejados. Creo que tiene que ver con que todavía asusta decir públicamente que votamos a Izquierda Unida o a Podemos. Hay pocos intelectuales de izquierda con discursos que les supongan un riesgo. Me parece más valiente, por ejemplo, el posicionamiento político que tomó la presentadora Paula Vázquez. Me parece admirable porque está muy sola en su sector.
Otra frase clave del texto: “Mi padre asaltó los cielos verdaderamente y le dieron un despacho bastante satisfactorio”. ¿Se puede ser de izquierda haciendo vida de derechas?
Diría que sí: lo que tienes que intentar es seguir pisando la calle. La generación del PSOE fue victoriosa en muchos sentidos, logró quitarse de encima el franquismo y pasar de una España en blanco y negro a los fastos de 1992. No creo que vuelva a ocurrir algo así. Vivieron entre domingos de toros, restaurantes de lujo y continuas renovaciones de casa. Me da igual en qué gasta la izquierda su dinero, si en comilonas o chalés de Galapagar. Creo que una clave del éxito de Salvini es pisar mucho la calle, estar con la gente, sea una fiesta popular o un chiringuito de las playas donde veranean la mayoría de los italianos. Puede ser una escenificación, pero creo que no hay que perder eso de vista. Para mí ha sido frustrante el Gobierno de Carmena porque hizo una política para Malasaña e inmediaciones. Me da mucha vergüenza que cuando Almeida gana la alcaldía las primeras lágrimas de cierta izquierda tienen que ver con que ya no van a tener carteles tan bonitos y tan bien diseñados. Eso aumenta, todavía más, la distancia cultural con barrios como Usera, Pan Bendito y Villaverde.
Parece que la izquierda española sea incapaz de ganar sin recurrir a los enfoques del PSOE. Digo esto porque Carmena fue una especie de Tierno Galván 2.0.
Con una diferencia. Tierno era alguien más hábil y más astuto, muy consciente de la importancia de los barrios para ganar Madrid. Lo primero que hace al entrar en el Ayuntamiento es buscar un descampado en cada zona popular y poner tres árboles una fuente y dos columpios. Luego ponía un cartelito, bautizando el parque con el nombre de una persona respetada. Eso no cambiaba gran cosa, pero mandaba un mensaje de dignidad: a esta administración le importamos. En cambio, muchos vallecanos se preguntaban por qué no podían acercarse al centro con Bicimad. Puede ser una anécdota, pero es importante que los barrios sientan que también importan. Muchos tenían la impresión de que no ponían bicis en Vallecas porque temían que las fueran a robar o a vender como chatarra. Luego te dabas un paseo por Malasaña y todo el mundo iba en ‘bici’.
Volvemos a la izquierda elitista.
Los programas de izquierda no pueden ser una Disneylandia que ignore los problemas de la gente. Eso ocurre con cierto tipo de ecologismo: como dijo uno de los chalecos amarillos en Francia “mi problema no es el fin del mundo, sino el fin de mes”. Por supuesto que existe el cambio climático, pero no se pueden proponer impuestos a la carne que lo único que logran es que los ricos coman bien y los pobres y la clase media cada vez peor. Lo mismo pasa con el control del azúcar en los alimentos. Si hay que poner impuestos, que sea a las grandes empresas y a la gente que está arriba. Antes que aplicar este tipo de medidas hay que garantizar condiciones de vida digna para todos. Pier Paolo Pasolini ya avisó de esta desconexión entre la izquierda y la gente común cuando decía que era importante combatir la inseguridad ciudadana porque afecta sobre todo a los más pobres. Advertía que la inseguridad ciudadana es un fascismo blando porque condena a los barrios a la ley del más fuerte. La izquierda lleva décadas mirando para otro lado en este asunto.
Otro conflicto central de la novela es el GAL.
El PSOE fue un partido pragmático. Cuando llegan al poder, se publica un artículo en el Financial Times donde se advierte a los inversores que los socialistas españoles no eran socialistas de verdad sino “jóvenes nacionalistas españoles”. Eso significa que para ellos la ideología era lo de lo de menos, ya que su objetivo era poner a España al nivel de Europa. Si había que saltarse la ley, se la saltaban. Además decidieron no renovar las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y estas siguieron funcionando de manera parecida a como lo hacían con Franco. Cuando Pablo Iglesias dice la frase de la cal viva en el Parlamento ofendió a muchísima gente del PSOE que piensa que el GAL es un problema del que no se debe hablar. Tocó un nervio que sigue al descubierto. Todavía no tienen una respuesta a esa acusación. Es algo que les avergüenza y que no han procesado, como Convergencia y el tres por ciento. Cuando Maragall denunció este tipo de comisiones, Artur Mas no le contesta que sea mentira sino que se ha cargado la legislatura. No niegan la evidencia, sino que se indignan por un comentario de mal gusto.