Sus conversaciones con Mayta, el revolucionario troskysta en el que basó una de sus novelas; el método de escritura y las formas de trabajo, pero también la náusea y la ansiedad por escribir; las novelas que ya no le entusiasman; los errores que cometió… la bisagra que une biografía y literatura, ese espacio donde la juventud cicatriza y la vejez se abre paso. Son muchos los arpegios en la voz que el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa revela ante los lectores en las páginas de Conversación en Princeton, un libro que –versionando el título de una de sus mejores novelas- recoge las conferencias sobre literatura y política que durante un semestre el peruano impartió junto al profesor Rubén Gallo en la Universidad de Princeton. Ambos conversaron con los alumnos sobre teoría de la novela, así como sobre la relación de periodismo y la política con la literatura, a través de cinco obras del autor: Conversación en La Catedral, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El pez en el agua y La Fiesta del Chivo.
Hay una cierta voluntad de revisión, incluso de claudicación. El derecho a rectificar, a reconocer que el tiempo pasa y la madurez aparece. Ese es parte del espíritu de este libro. Conversación en Princeton se adentra en el universo literario y personal del Vargas Llosa escritor y lector. Explora su relación con autores como Borges, Faulkner, Tolstoi, Victor Hugo, Hemingway y por supuesto, Flaubert. Vargas Llosa además despliega una serie de juicios y opiniones sobre temas que le son afines: la política, la libertad de expresión; las democracias; el papel de los intelectuales en la política y la defensa de las libertades. En relación a este último punto, tiene especial relevancia el último de los encuentros que se recogen en el libro, celebrado en 2015, y en el que participó el periodista de Charlie Hebdo, Philippe Lançon, superviviente del atentado islamista al semanario satírico en enero de ese año. Ambos desarrollan una reflexión sobre el terrorismo fundamentalista como el desafío para las sociedades democráticas del siglo XXI. Pero no es este el capítulo más amargo, ni mucho menos. Podría decirse incluso que se trata de algo global, una sensación de rectificación e incluso derrota que concede la experiencia al Nobel. El poso de vida –aciertos y equívocos- que se asientan en la vida del novelista a sus 81 años y de los que aquí elegimos algunos extractos.
Sobre la literatura y el periodismo
«Yo creía que el periodismo estaba cerca de la literatura, y que podía vivir de esa actividad mientras seguía escribiendo. Pero el uso del lenguaje que hace un periodista y el que hace un escritor son completamente distintos.»
Sobre el acto de escribir
«Para escribir uno no puede guiarse por las ideas: tiene que abandonarse a las emociones y a las pasiones, algo que Sartre nunca pudo hacer porque era una máquina de pensar, un robot. Tenía una enorme inteligencia, que sirve para escribir buenos ensayos pero no para crear buenas novelas.»
Sobre el entusiasmo político
«Mi entusiasmo se atenúa considerablemente y me vuelvo más crítico.»
Sobre su candidatura contra Fujimori
«Lo que describe Maquiavelo es una experiencia que yo viví en carne propia. Cuando empecé la campaña yo tenía la ingenuidad todavía de creer que en la política primaban las ideas y los ideales.»
Sobre El pez en el agua
«Uno de los grandes ejes de El pez en el agua es la diferencia entre la política como idea o como un conjunto de ideas, y la realidad de la vida política, sobre todo en un país latinoamericano (…) Me di cuenta de que en una campaña las ideas tenían un papel muy secundario, que los valores eran pisoteados. Pero, claro, decir la verdad en política lo hace a uno inmensamente vulnerable.»
Sobre el poder de los libros
«En una democracia nadie cree que una novela o un poema pueda ser peligroso o subversivo. Yo diría que en este caso las democracias están equivocadas y las dictaduras tienen razón, porque la literatura sí es peligrosa. La literatura nos enseña a mirar el mundo con una actitud crítica.»
Sobre Conversación en la Catedral
«El recuerdo de mi juventud, que aparece retratado en Conversación en La Catedral, es el de un país donde los jóvenes vivían en un mundo donde la única manera de hacer política era adoptando estrategias subversivas, entrando en la clandestinidad o inscribiéndose en parecidos fuera de la ley. En ese mundo, los periódicos no eran una fuente de información y los lectores sabían que allí no se hablaba de nada que fuera importante ene l campo político (…) Vivíamos en un clima de desesperanza, de abatimiento, de desmoralización, que es lo que intenta reflejar la novela.»
«Siempre digo que todas las canas que tengo me las sacó esta novela. Pasé más de tres años y mucho trabajo escribiendo. Al principio pensé que lo hacía a ciegas, narrando historias y contando epidosios sin saber cómo se iban a engranar (…) La novela no tuvo éxito, sobre todo si se compara con otros libros míos, precisamente por la dificultad.»
Sobre Sartre
«De joven tuve una enorme admiración por Sartre, a tal grado de que mis amigos se burlaban de mí y me dieron el apodo de ‘el sastrecillo valiente’- Hoy en día ya no podría leer a Sartre: me doy cuenta de que esas novelas que tanto me entusiasmaron de joven son mañas y a sin de cuentas poco interesantes .»
Sobre su experiencia ideológica
«La primera vez que tuve una discrepancia importante con la Revolución cubana fue cuando me enteré de los campos de las UMAP. Yo conocía a un grupo de muchachos —muchos de ellos homosexuales y lesbianas— que formaban un movimiento que se llamaba El Puente. Ellos apoyaban a la Revolución y creían que el nuevo régimen fomentaría un clima abierto y tolerante en el campo. De pronto los encarcelaban y los mandaban a campos de concentración. Algunos de ellos se suicidaron.»
Sobre la novela
«Me parece más preciso decir que la novela nace cuando el eje de la vida pasa a ser más urbano que rural. Más que a la burguesía, el surgimiento de la novela está ligado a la ciudad. El mundo rural produce poesía pero la ciudad fomenta el desarrollo de la narrativa.»
(Incluso) Sobre Borges
«Al traducir, Borges, hacía cosas que los autores no le habrían permitido jamás: si el final de un cuento no le gustaba, lo cambiaba. En otros casos alteraba completamente la naturaleza de una frase: si la original le sonaba mal, la mejoraba. La suya es una labor muy creativa, pero no se le puede llamar traducción en el sentido estricto del término. Son versiones escritas en un español impecable, como es el de Borges, pero que a veces se lee como textos borgesianos y no como escritos del autor que traduce.»