Cultura

Domingo de Resurrección

Vozpópuli publica un adelanto de 'Gracia de Cristo' de Enrique García-Máiquez, ensayo en que glosa los momentos más luminosos de la vida de Jesús, con la intención de subrayar su sonrisa

Jesús tiene un vivo interés en demostrar que Él no es un fantasma. Por eso Él queda para comer con sus discípulos después de la Resurrección, además de para ameritar su condición de comedor y bebedor, que el prestigio hay que cuidarlo. También por eso muestra sus llagas como joyas.

Se niega en redondo a ser considerado un ectoplasma etéreo. Y Tomás se lo pone fácil, con su incredulidad, que Jesús agradece y, en la práctica, premia. Le ha gustado que Tomás diga que necesita tocar sus heridas y meter su mano en su costado. Tomás tampoco está por los fantasmas ni por las ilusiones ni por lo parapsíquico. En Visiones y comentarios, Unamunove y comenta que Jesús le da su tiempo a Tomás: ocho días; pero yo diría que le compra el método. "Estupendo: pues mete tus manos en mis llagas", le dice, nada menos. Sin metáforas ni hipérboles.

Con eso establece dos relaciones subconscientes. Sus heridas se asocian a la falta de fe, porque, si hubiesen creído en Él los fariseos y el pueblo, no se producido. En el gesto, tan tremendo que se exige a Tomás hay, por supuesto, una penitencia por su duda, pero también un premio, porque tocar a Cristo (recuérdese la hemorroisa) es un privilegio. Un premio por no haber dado el mínimo margen a la opción fantasmal.

Al Cuerpo glorioso de Jesús es imposible que le doliese ese roce de Tomás, tembloroso y delicado. Pero como no es un fantasma, es imposible que no tuviese una consecuencia física, material. ¿No tuvo que hacerle cosquillas, además del alivio, como cuando te acarician una cicatriz reciente?

El desayuno milagroso (Jn 21, 1-9)

vieron unas brasas preparadas…

Emmanuel Carrère se fija en esta escena en un detalle descacharrante de Pedro. Los apóstoles están pescando (intentándolo, porque "aquella noche no pescaron nada"). Desde la orilla un desconocido les pide algo de comer y, como no tienen qué darle, les conmina a tirar la red a la derecha. ¡Cuánto han ganado los discípulos en humildad, pues esta vez la tiran sin decir ni pío, sin excusas ni dilaciones!

El humor de Jesús vuelve a ser silencioso: gestual; obras y bromas son amores, y no tantas razones

Como pescan tantísimo, deducen —concretamente deduce Juan, el discípulo amado— que el hombre de la orilla sólo puede ser el Señor. Aquí viene la glosa de Carrèrre: "Es el Señor", repite Pedro, "pasmado, y hace entonces algo encantador, algo que podría haber hecho Buster Keaton: se pone la túnica, pues estaba desnudo, y salta al agua vestido".

Es Keaton puro, desde luego, pero también un reconocimiento de la majestad del Señor, ante el que uno no puede presentarse desnudo ni con traje de faena. Ignoro si esta escena se ha usado como argumento de autoridad para defender los mejores ropajes litúrgicos, pero debería.

El humor de Jesús vuelve a ser silencioso: gestual. Obras y bromas son amores, y no tantas razones. Resulta que quien les había pedido "algo de comer" ya tenía unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. "Entonces, ¿para qué pedías?", podrían haberse preguntado los apóstoles, con las manos en jarras, pero no lo hicieron porque, a estas alturas, ya lo conocían de sobra y sabían bien que Él pide para dar.

Resucitar da hambre (Jn 21, 15)

Cuando hubieron comido…

Jesús resucitado desayuna pez a la brasa, se sienta a la mesa con los de Emaús, y come aquí y allí. Si lo viesen los fariseos, lo iban a llamar "comilón" con un nuevo espanto. No es un caso aislado. Dentro de la experiencia limitada que tenemos de resucitados, resulta que a la hija de Jairo lo primero fue darle algo de comer. Y la siguiente aparición de Lázaro después de su resurrección es cenando: "Jesús, seis días antes de la Pascual, fue a Betania, donde vivía Lázaro, al que Jesús resucitó de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban en la mesa con él" (Jn 12, 1-2).

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