El cineasta canadiense Denis Villeneuve consiguió en 2021 dar otra vida cinematográfica a Dune, la novela de ciencia ficción de Frank Herbert de 1965 que David Lynch llevó al cine en 1984 con un resultado que fracasó en la taquilla. El proyecto de Villeneuve fue alabado por la crítica, que destacó la espectacularidad de la propuesta, a la altura de los grandes blockbusters, pero también su valentía en el tono pausado y lírico.
Este viernes llega a los cines la segunda parte de este universo galáctico ambientado 10.000 años en el futuro, en un sistema feudal en el que una especia con poderes premonitorios es clave para el control del imperio. En esta ocasión la duración aumenta -de 155 a 166 minutos, es decir, un total de dos horas y 45 minutos de metraje- pero la acción es mayor en una entrega con la que el director de películas como La llegada (2016) y Blade Brunner 2049 (2017) logra salir victorioso.
Villeneuve exhibe en esta ocasión más adrenalina, más violencia, más batallas, más combates -con algunos encuentros cuerpo a cuerpo memorables como el que se produce entre los personajes de Timothée Chalamet y Austin Butler-, y, sin embargo, según esta redactora de Vozpópuli, pierde cierta poética y el preciosismo que caracterizó a la primera entrega y se convierte en una película más convencional, lo que no implica menos riesgo en su apuesta.
Dune, intensa y colosal
El encargado de poner la banda sonora vuelve a ser Hans Zimmer, que repite una fórmula basada en sonidos graves y atronadores, perfecto acompañamiento para la épica que desborda por todas sus esquinas esta segunda parte de Dune, que continúa en orden cronológico la historia. En esta ocasión, Paul Atreides (Chalamet), que ha perdido a su padre, el Duque Leto, se une a Chani (Zendaya) y los Fremen (entre ellos, Javier Bardem) en la batalla contra quienes se encargaron de destruir a su familia y quienes atemorizan el futuro. En este recorrido, Atreides descubrirá si, como piensan algunos, él es el elegido.
A este viaje, se suman Christopher Walker, Austin Butler, Rebecca Ferguson, Lea Seydoux o Florence Pugh, entre otros, así que cuesta imaginar un reparto contemporáneo mejor para una película de esta magnitud, porque si bien en el apartado técnico Dune deslumbra y es colosal en toda su forma, en el apartado actoral todos están sobresalientes, con mención especial para Zendaya, la actriz encargada de dotar de humanidad a los diferentes acontecimientos de la película.
Dune es bella, es cruda, sigue siendo poética en los sueños de algunos de sus personajes, es cruel y también muy intensa, tanto que puede llegar a ser asfixiante
Si la música de Hans Zimmer es monumental no lo es menos el trabajo de Greig Fraser, que repite como responsable de fotografía en un trabajo casi de orfebrería en cada plano, desde las escenas más íntimas entre los protagonistas (Chalamet y Zendaya) a los combates en la arena, como si se tratara de luchas entre gladiadores, a las composiciones simétricas de un estado autoritario que llevan al espectador a pensar en imágenes de la propaganda nazi y, en concreto, en El triunfo de la voluntad (1935), de Leni Riefenstahl.
Del mismo modo, las composiciones en blanco y negro le sirven para mostrar ese estado despiadado y las dimensiones dictatoriales que adquiere todo cuando se centra en la casa Harkonnen, mientras que el calor del desierto sirve de estampa para el romance pero también como terreno árido para la crudeza, para las batallas y el peligro. Dune es bella, es dura, sigue siendo poética en los sueños de algunos de sus personajes, es cruel y también muy intensa, tanto que puede llegar a ser asfixiante porque Villeneuve no permite ni un minuto de descanso al espectador en sus casi tres horas de duración.