Durante 47 años, el profesor canadiense Bruce Farrer pidió a sus alumnos preadolescentes y adolescentes que escribieran una carta a su yo del futuro. Durante años, estuvo guardando y reenviando las 2.000 cartas que llegó a acumular, que hacía llegar a los ya adultos pupilos cuando habían pasado 20 años. Ahora, aquella noticia salta de los periódicos al documental El método Farrer, el debut en el largometraje de Esther Morente, que ha hablado con Vozpópuli sobre esta película.
P. ¿Cómo surgió este proyecto y cómo entras en contacto con Bruce Farrer?
R. Inicialmente quería hacer un documental sobre las cartas de correos que no llegan a sus destinatarios, y conocer las historias que hay detrás de cada una de ellas. En la búsqueda me topé con un artículo canadiense que explicaba la tarea de Bruce. En el momento en el que lo vi me quedé impactada y me pusé a buscar sus contacto. Le escribí por Facebook y me contestó a los diez minutos. A raíz de ahí empezamos cinco años de conversaciones, tanto con él como con los alumnos. Cuando leí la historia no me parecía real y decidí contarla como si fuera un cuento.
P. ¿Cómo es él? Parece generoso y carismático.
R. Es una persona apasionada, generosa, comprometida, carismática, y le gusta vivir muchísimas experiencias. Anda rápido, es un atleta, te cuenta sus peripecias porque físicamente es muy ágil. En el rodaje aguantaba las horas y horas que implica cada secuencia como si fuera un actor profesional.
P. Tiene la apariencia de un personaje irreal, como si se tratase de un Santa Claus cuando nadie le espera. ¿Por qué quisiste aportar esta aura de magia?
R. Me vino de forma orgánica. A veces, como creadora, una vez tienes la historia decides el tono, pero en este caso estaba todo implícito. Nada más leer la noticia pensé que no podía ser real, que exista un profesor que durante 47 años haya enviado todas esas cartas. Por eso decidí que la línea entre la realidad y la ficción fuera muy fina. Decidí usar la voz en off, la música y los efectos especiales como elementos que aportaban magia al relato.
P. ¿Cuántas cartas guardó y dónde las mantenía?
R. Fueron 47 años en los que estuvo con la tarea. Han sido casi unas 2.000 cartas las que ha enviado y él cuenta que inicialmente las guardaba en un despacho, pero las cajas empezaron a amontonarse y pensó que no iban a estar seguras, así que las guardó en el salón de su casa, algo que no le hizo gracia a su mujer. Conforme fue enviando, fue aligerando el espacio. La entrega de la última carta se rodó en directo y se ven las emociones en el documental.
P. En esta película hay muchos testimonios. ¿Cómo los eligió de todos y qué representaban?
R. Inicialmente, Bruce me envió una selección de alumnos con cartas potentes. De todos, hice una entrevista exhaustiva de 40 preguntas a todos para introducirme en la carta de cada uno. Hice una selección de los testimonios más emotivos, o que me llegaban más al corazón, y entre todos traté de cubrir todos los vértices que tiene la adolescencia. Quería cubrir, entre todos los relatos, ya sea tanto la gente que hablaba de autoestima, de ilusiones cumplidas o no, si sientes que encajas en la sociedad, temas muy habituales. Todos los alumnos tenían que representar una parte de los rasgos del adolescente.
P. Parece un ejercicio sano, volver a etapa vulnerable y de cambios y lidiar con expectativas desde el presente, desde la edad adulta.
R. Todo lo que implica escarbar en el pasado y en nuestras heridas es sano para el presente y, por tanto, para el futuro. Una de las lecciones poderosas que aprenden muchos alumnos es a ser compasivo con uno mismo. El hecho de poder abrazar a ese niño herido que todos tenemos y vamos arrastrando toda la vida, nuestros particulares traumas o heridas profundas, nuestra propia sombra. Poder abrazarlo y tomar distancia, ver cómo es ese niño desde la distancia te permite aligerar las cosas y pensar que el paso del tiempo dulcifica también esas heridas, y que cada herida tiene la gema detrás del aprendizaje que te hace tener una autoestima más fuerte y crecer más anclado a la tierra.
P. Esta película se puede mirar en otros proyectos en los que el maestro tiene esa misma presencia, pero también deja ser protagonistas a los alumnos. ¿Has tenido algún referente real, tanto en la ficción como en la vida real?
R. Investigando en la tarea de Bruce, hay unos premios a nivel mundial, los Global Teacher Prize, y ahí se mostraba el trabajo de Maggie MacDonnell, una profesora canadiense cuyas tareas iban más allá de las aulas. Tanto ella como César Bona, un español nominado, mostraban lecciones de vida. Ellos se apartan el camino y revierten roles consiguiendo que sea el propio alumno quien se convierta en profesor, quien se da las lecciones de vida. Esto está en la personalidad de Bruce, que pedía a cada alumno que se convirtiese en un personaje histórico y la gente la tenía que preguntar, conocer las propiedades de las plantas medicinales, o cuando hablaban les hacía recitar sonetos de Shakespeare. Uno de sus colegas dice en el documental que tiene una visión futurista y épica.
P. Es una película muy emotiva y visualmente es muy atractiva. ¿En qué pusiste todo tu máximo esfuerzo?
R. Quería que todas las entrevistas tuvieran lugar en el exterior para que el entorno natural fuera también como un espacio simbólico sobre el tamaño del ser humano en comparación con la vida y el paso del tiempo. Les hice sentarse porque un ambiente natural no invitaba tanto al recogimiento y para conseguir que se abrieran. Con los efectos busqué todo lo que nos permitiera volar y meternos en el cuento de este profesor guardián de los recuerdos, para quien la memoria es muy importante. Todos los alumnos comparten protagonismo con Bruce, es una película muy coral.