Hace unos días, los sillones T y la p de la RAE, Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico, tuvieron una agria polémica. Todo comenzó con la columna de opinión Patente de Corso que publica todas semanas Arturo Pérez Reverte en XL Semanal. No siempre limpia y da esplendor, era el título. En aquellas líneas, Pérez-Reverte denunciaba y criticaba la pasividad de algunos de sus colegas al negarse a apoyar una iniciativa suya y de otros académicos que pretendía criticar a la Junta de Andalucía por el "despropósito" –escribió- de querer utilizar el desdoblamiento de género en las clases de colegios e institutos. Esa misma semana, el académico especialista en Cervantes, Francisco Rico, respondió en las páginas de El País con el texto Las académicas y los académicos. El texto sentó como una boma.
En aquellas líneas, Pérez-Reverte denunciaba y criticaba la pasividad de algunos de sus colegas
Luego de referirse a su interlocutor como "alatristemente célebre productor de best sellers", Francisco Rico sacó un lápiz rojo y atravesó el texto de Pérez-Reverte con correcciones y apuntes que trufó con descalificaciones al artículo y a su autor. Desde “pintoresco” y “sexista” hasta “soez”. La pieza tenía tanta pólvora como efecto sorpresa, porque nadie se esperaba tanta virulencia de alguien a quien no parecía molestarle ni las novelas ni las opiniones de Pérez-Reverte.
Luego de referirse a su interlocutor como "alatristemente célebre productor de best sellers", Francisco Rico sacó un lápiz rojo y atravesó el texto de Pérez-Reverte con correcciones y apuntes que trufó con descalificaciones al artículo y a su autor. Desde “pintoresco” y “sexista” hasta “soez”. La pieza tenía tanta pólvora como efecto sorpresa, porque nadie se esperaba tanta virulencia de alguien a quien no parecía molestarle ni las novelas ni las opiniones de Pérez-Reverte.
La pieza tenía tanta pólvora como efecto sorpresa, porque nadie se esperaba tanta virulencia de alguien
La tercera y definitiva entrega la hizo Pérez-Reverte, también en las páginas de El País: Paco Rico, autor del Quijote. Sorprendido por las palabras de Rico en su contra, Pérez-Reverte le afeó la ortografía –una cita en latín incorrecta por ejemplo- y la poca claridad de sus ideas. El asunto se desbordó del tema original y llegó incluso hasta Cervantes. “(Rico) lleva fatal el intrusismo de quienes, aunque sea sin cobrar y para beneficio de la Academia, dentro o fuera de ella, interfieren en su negocio”, refiriéndose a la edición escolar del Quijote elaborada por Arturo Pérez-Reverte y que, según él, alimentaban buena parte de las biliosas palabras de Rico en su contra.
El intercambio de textos entre Rico y Pérez-Reverte dio para mucho, desde cabeceras que titularon “Duelo a garrotazos en la Academia” pasando por “pelea a navajazos” hasta aquello de “ajuste de cuentas” entre los miembros del claustro. Sin embargo, ésta no es, ni mucho menos, la primera gresca entre miembros de la institución. Trescientos años dan para mucho: desde Ramón del Valle Inclán, quien calificaba a la RAE como uno de sus esperpentos –se dice que el autor de Max Estrella no perdía ocasión en miccionar en sus muros cada que pasaba por ahí- pasando por Unamuno, que declinó tomar posesión –aquello ocurrió en un momento convulso, en 1936- o Julio Camba, que rechazó su entrada. Azorín cargó tintas contra la RAE, al igual que Francisco Umbral, quien tampoco perdió ocasión de sembrar polémica sobre el papel de la institución. Pero, a lo que vamos: las discusiones o reproches entre miembros. Sobre eso hay bastante qué contar.
Sin embargo, ésta no es, ni mucho menos, la primera gresca entre miembros de la institución. Trescientos años dan para mucho:
Algunos de estos episodios son bastante recientes. En nombre de una coma o una tilde suprimida, a veces, y por motivaciones más políticas en otras, se han levantado no pocos huracanes, uno de ellos hace relativamente poco. Cuando se publicaron las nuevas normas ortográficas de la Real Academia Española, que habían entrado en vigor en 2011, Javier Marías, sillón R de la institución, protestó y emitió durísimas críticas debido a su desacuerdo con muchas de ellas. "Tal vez esté mal que un miembro de la RAE objete públicamente a una obra que lleva su sello, pero como considero el corporativismo un gran mal demasiado extendido, creo que no debo abstenerme. Mil perdones", dijo para criticar el hecho de que la RAE considerara un error ortográfico "guión" en lugar de “guion”.
Cuando se publicaron las nuevas normas ortográficas de la RAE, Javier Marías protestó y emitió durísimas críticas
Tras citar una larga lista de ejemplos de otras palabras que pasarían a escribirse de otra forma, remató Marías: "Y dado que la Academia parece inclinada a facilitarles las cosas a los perezosos e ignorantes suprimiendo tildes, no veo por qué no habría de eliminar también las haches. (Dios lo prohíba, con su hache y su tilde.)". Todo aquello lo formalizó el escritor en su artículo semanal de opinión y volvió a hacerlo en las entrevistas concedidas en ocasión de su libro Ni se les ocurra disparar, publicado ese año. "Supongo que a los escritores de la Academia, los filólogos nos deben de considerar un grupo de ignorantes, y a veces me pregunto si no estamos ahí un poco de adorno, lo cual es una sensación que no me agrada mucho", señaló Marías, quien había ingresado a la institución tres años antes, en 2008.
En la década de 1990, concretamente en 1994, el académico Martín de Riquer –junto con otros miembros- criticaron una carta que remitió la RAE al entonces presidente del Gobierno Felipe González y en la que se pedía mayor atención, protección y difusión del castellano en las comunidades autónomas bilingües. Ni Martín de Riquer, ni Pere Gimferrer ni Francisco Rico estuvieron presentes en la sesión, así que elevaron una protesta a través de un manifiesto publicado en la prensa nacional.
En 1994, el académico Martín de Riquer –junto con otros miembros- criticaron una carta que remitió la RAE al entonces presidente del Gobierno Felipe González
Los roces de orden político no terminan aquí. Los enfrentamientos se han producido, en numerosas ocasiones, por las críticas a fundamentos ideológicos, teóricos y metodológicos de la norma académica y su vigencia, como por ejemplo, las alusiones sexistas o xenófobas , entre las que se ubican las reivindicaciones de colectivos gitanos al solicitar que se retirara la acepción trapacero de la palabra Gitano. En muchas ocasiones, esos señalamientos han servido de portaaviones para críticas más agrias. Alguna de esas versiones están recogidas en El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española , un volumen compilado por Silvia Senz y Montserrat Alberte y en el cual 16 autores cuestionan qué factores han contribuido a sustentar el extraordinario ascendiente social de la Real Academia Española, cuyos intereses y acciones son sometidos a examen.
Algo parecido, aunque con algo más de bilis que de método, hizo Gregorio Morán en El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los Letrados (Akal). El libro, que analiza los vínculos entre la cultura y la política en España entre 1962 y 1996, y que iba a ser editado por el sello Crítica, finalmente no vio la luz en ese sello. Según comentó el propio Gregorio Morán, para publicarlo la editorial exigía que se eliminara alrededor de una oncena de páginas en las que el autor se refería con duras críticas contra la Real Academia Española, especialmente contra Víctor García de la Concha, director de la institución durante 12 años.
"Son títeres puestos ahí por alguien más, así que tampoco es que tuviesen una cabeza propia que cortar", dijo Gregorio Morán
En el volumen finalmente editado por AKAL, Morán menciona –y no muy elogiosamente- a otros académicos como Luis María Ansón y Juan Luis Cebrián. Eso, sí, con Víctor García de la Concha ya había para rato: desde el visto bueno a jugosos contratos editoriales con determinados sellos en detrimento de otros hasta calificativos personales contra García de la Concha. "Son títeres puestos ahí por alguien más, así que tampoco es que tuviesen una cabeza propia que cortar", dijo. "Son los tipos como Víctor García de la Concha los que interesan en la Academia, hacen su papel de títeres... sin cabeza", decíaMorán en alusión a un “mandarinato sin fisuras” representado también en académicos como Luis María Ansón o Juan Luis Cebrián.
En menos de 20 años abundan los ejemplos: algunos entre académicos, otros desde fuera de la institución. El asunto, con todo y su miga, de nuevo tiene poco: los afectos y los desacuerdos literarios empezaron hace ya rato. Lope ofendido por el prólogo de Cervantes al Quijote; Quevedo y Góngora desahuciándose; realistas contra idealistas... Que la literatura es un animal muy viejo, milenario. Si en ella miles han cantado la cólera de Aquiles, cómo no iba este a ser el caso.