El Senado aprobó el pasado jueves de forma definitiva la ley audiovisual. La noticia ha caído como un jarro de agua fría en la industria cinematográfica, dispuesta a llevar ante la UE la definición en dicha norma de "productor independiente", algo que, a su juicio, ha supuesto toda una "traición" para el sector cinematográfico español. Tal y como alertan, es un ataque contra la diversidad del cine del país, que solo beneficia a las grandes empresas, y que llega además en el peor momento posible.
La industria audiovisual española se enfrenta a este y otros muchos retos en la actualidad en lo que para el productor Enrique Lavigne supone una "tormenta perfecta". A las nuevas leyes que perjudican al tejido industrial, se suma un desinterés creciente por asistir a las salas de cine y una convivencia con las plataformas que aún tiene que cristalizar para que cada formato encuentre su lugar.
El productor de películas como Los amantes del círculo polar (1998), de Julio Médem, Lo imposible (2012), de Juan Antonio Bayona, La llamada (2017), de Los Javis, o The Sister Brothers (2018), de Jacques Audiard, y uno de los españoles miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas ha hablado con Vozpópuli sobre estos asuntos.
Pregunta: En Twitter te defines como "productor apache". ¿Eso qué significa?
Respuesta: Es más una filosofía de trabajo y vital que otra cosa. Tiene mucho que ver con la producción de guerrilla, con poder hacer cine independiente, con trabajar desde el caos, con las tribus. Tanto con el imaginario de la tribu india como con el imaginario de las tribus apaches de París, de un país con el que trabajo mucho en coproducción.
El monopolio que hasta ahora estaba centralizado en la relación entre el productor, el distribuidor y el exhibidor se ha roto, esa es la crisis", señala Lavigne
P: Algunos cineastas, cuando se les pregunta por la crisis del cine, dicen que ellos llegaron a una industria en crisis que siempre ha tenido problemas. Sin ir más lejos, recientemente Michel Franco. ¿Lo ves así?
R: El cine español siempre ha estado en crisis, es una frase que repetía Berlanga. A lo que estamos asistiendo es a una tormenta perfecta para el productor. Por un lado, estos dos años de cambio de paradigma que nos ha empujado a consumir en casa, lo que ha deteriorado la vuelta del espectador a los cines, que es la principal fuente de ingresos de lo que era hasta ahora el productor independiente. La crisis que se establece es de hábitos de consumo, exclusivamente. Se produjo esa crisis en los años 50 con la televisión y se está produciendo ahora mismo con el cambio de hábitos de consumo a partir del confinamiento, que cristalizó una situación que parecía irreversible, que surge desde momento en que hay películas colgadas en internet. La capacidad del espectador de decidir cuándo, cómo y dónde consume las películas. Ese monopolio que hasta ahora estaba centralizado en la relación entre el productor, el distribuidor y el exhibidor se ha roto, esa es la crisis. Esta ley llega en el peor momento, en el menos oportuno. Entiendo, y no con cierto pesimismo y sensación de derrota, que quizás en el momento en el que más necesitábamos diferenciarnos del resto, hemos caído en la misma situación.
P: Se habla de traición. ¿Es una palabra que se queda corta?
R: Es palabra una fuerte pero hay que utilizarla. Durante décadas el productor independiente ha estado arriesgando su posición, su dinero, su crédito para producir cine. No todo el cine está subvencionado, no el 100% recibe ayudas públicas, el resto hay que financiarlo. En el momento en el que más necesita diferenciarse se toma una decisión que da la espalda a las decisiones que se están tomando fuera. Durante años se ha trabajado en una ley que respetara los derechos del productor independiente y en el último momento ha habido un cambiazo.
El papel del productor ha cambiado por completo y esto nos va a hacer competir a todos y seguramente va a sacar del sector a muchos", asegura el productor
P: Esta ha sido una enmienda del PSOE, un partido que siempre ondea la bandera de la cultura. Sin embargo, con esta ley han dado la espalda a las peticiones de todas las asociaciones de productores.
R: Me parece un error politizar la cultura, se ha usado como moneda de cambio y se ha empleado mal. Somos prisioneros de esa etiqueta y hemos sacrificado parte de nuestra identidad y de nuestra independencia con este tipo de manipulaciones políticas. Hay que saber separarlo totalmente. Hay un elemento importante: el cine también crea industria. Entiendo que el modelo de consumo ha cambiado y que los países se irán adaptando, pero debería haber habido una transición para que esto se produjera de una forma menos radical. No es pesimismo ni melancolía, pero es evidente que el liberalismo económico a lo que lleva es a que el consumidor tome decisiones y elija. Cuantos mayores suscriptores en plataformas más competencia para los cines. En dos años el papel del productor ha cambiado por completo y esto nos va a hacer competir a todos y seguramente va a sacar del sector a muchos.
P: ¿Algo parecido a lo que ocurre cuando llega un supermercado de una cadena grande a un barrio?
R: Exactamente lo mismo. El productor independiente es el negocio de barrio. Exigía una protección, no poner al mismo nivel el colmado y la gran superficie.
P: El ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, ha prometido cambiar los temas más sensibles para el sector en una futura ley del cine. ¿Esto es como no decir nada?
R: Iceta ha prometido más dinero y no es una cuestión de dinero, es una cuestión de establecer una diferencia a la hora de presentarse frente a las plataformas. Es muy difícil competir con distribuidores de grandes empresas. El talento se persigue en la calle y no tanto en los despachos. Es inevitable que las cosas vayan a cambiar. Es una cuestión de formas y de tiempo para ponernos al día. En poco tiempo vamos a ver que esas películas van a pasar por detrás de las películas que las grandes plataformas quieren financiar. Algo lógico, igual que uno compra un producto en una gran superficie que es más económico que en un negocio de barrio.
Los índices de satisfacción son menores. La gente tiene la sensación de que lo que hacemos no es tan bueno como antes", reconoce Lavigne
P: ¿No ha servido la pandemia como momento de reflexión para mantener o aumentar la calidad?
R: ¿Es posible hacer este número de productos y que todos tengan calidad? Nunca ha habido un momento de mayor contratación que ahora, pero también es difícil encontrar trabajadores en este sector. Esta inflación de los costes está vinculada a su calidad. Creo que no y los espectadores se están dando cuenta de esto. Tenemos más producto que nunca, se consume de una manera diferente a hace tres años y se consume peor, y esos índices de satisfacción son menores. La gente tiene la sensación de que lo que hacemos no es tan bueno como antes. Por supuesto, siempre hay excepciones. Pero creo que no es una cuestión española, es mundial.
P: Durante un tiempo, se vivió una desafección entre el público y el cine español, algo que cambió en parte gracias al éxito de Ocho apellidos vascos. ¿Se corre riesgo de perder el terreno ganado?
R: Vamos por detrás de las situaciones, por detrás de la tecnología, de los hábitos de consumo y de la legislación. Estos elementos son difíciles de poner encima de la mesa, es muy fácil criticar la actitud de todo el mundo, pero ha habido poco tiempo para la reflexión. Por otro lado, hemos visto también desaparecer la clase media de películas que se hacían en España entre los dos y los cuatro millones, que parecía que el espectador no aceptaba ya. Estamos en una polarización entre películas puramente de autor que frecuentan solo festivales y los blockbusters españoles, y en esos dos sitios nos hemos encontrado muy cómodos con propuestas tan dispares pero que han recibido aceptación de los espectadores como Cinco lobitos, las películas de Santiago Segura o Voy a pasármelo bien. Nos hemos conseguido adaptar en poco tiempo a estos dos tipos de propuestas que el público sigue comprando. El productor es relativamente ágil a la hora de adaptarse a las demandas del público, solo que las demandas ahora están regidas por los algoritmos de las plataformas. El problema de eso -que no es problema porque abastece de más contenido- es desatender el resto, la producción independiente, esas películas pequeñas que marcan la pauta en los festivales.
P: ¿Vamos a dejar de ver a España en los grandes certámenes, más allá de los nombres consagrados?
R: No soy tan pesimista, porque creo que el cine surge de un impulso creativo, incluso sin financiación. En cualquier caso, espero que esta racha que tenemos la sigamos teniendo, pero sin protección, sin ayuda y sin diferenciación este cine no se hará o lo tendrá muy complicado. La especie humana tiende a la comodidad.
P: Ante el dilema de intervenir en el sector cultural o no existen varios ejemplos, desde Estados Unidos a Francia. A los dos les va bien en el audiovisual. ¿Qué modelo ves más factible en España?
R: Son modelos muy diferentes. Aquí hablamos de diversidad cultural, de idiomas diferentes. Desde mi nueva productora estamos intentando establecer lazos con Latinoamérica, que parecía que de forma lógica por idioma era muy sencillo, y las diferencias culturales no enormes, por lo que estamos intentando romperlas. La película que estrenamos este verano, Voy a pasármelo bien, con los Hombres G, es una coproducción hispano-mexicana. Son igual de conocidos o más en México que en España, hemos establecido un puente. Los españoles partimos con una gran ventaja, que es el idioma. Empezamos a entender que Latinoamérica también es nuestro continente, pero si te fijas en Europa todos necesitan proteger su espacio, su idioma y la economía de la industria cultural.
P: ¿Cómo se puede quitar esa etiqueta de industria subvencionada?
Creo que es muy complicado a estas horas, porque se cometió el error de vincular política con cultura. Es un enorme error del que nos arrepentiremos y tardaremos mucho tiempo en volver a verlo de otra manera. Lo hemos intentado por activa y por pasiva, identificar que el cine no solo es cultura sino que también es industria, y cuando hemos llegado al final del camino nos hemos dado cuenta de que las directivas europeas no se aplican en España como en otros países. Lo que ha demostrado es que España es el país más débil de la cadena.