Cuenta Samaniego en una de sus fábulas la llegada de un filósofo, tras largo camino, a la choza de un pastor. El filósofo llega atraído por la fama de esta humilde persona, cuya sabiduría se canta a los cuatro vientos. Buscando el origen de su saber, el filósofo preguntó: “Dime, ¿en qué escuela te hiciste sabio? ¿Acaso te ocupaste largas noches leyendo a la candela? ¿A Grecia y Roma sabias observaste? ¿Sócrates refinó tu entendimiento?”. A lo que respondió el anciano pastor: “Lo poco que yo sé me lo ha enseñado la Naturaleza en fáciles lecciones”.
El ars vivendi o arte de vivir ha ocupado siglos de reflexión y filosofía, e incluso hoy hay quien se devana los sesos buscando la fórmula mágica, la lista de tareas a cumplimentar para hallar eso tan etéreo a lo que llamamos felicidad. Hay quien piensa y hay quien, sencillamente, vive. En el aquí y ahora, sin mirar a un futuro siempre incierto.
En ‘Entre Copas’, obra dirigida por Garbi Losada que se puede ya ir a ver al Teatro Reina Victoria de Madrid, se ofrecen dos modelos de vida. Por un lado, tenemos a Miguel, una suerte de filósofo de bata, alpargatas y Netflix los fines de semana, al que pone cara Patxi Freytez.
Tenemos ante nosotros a la quintaesencia del existencialista moderno, un insufrible pedante y pesimista al que su compañero de aventuras bautiza como el “listo más tonto que existe”. Miguel aspira a ser escritor, y malvive pensando en la respuesta de sus editores sobre el manuscrito que acaba de enviar. También dedica buena parte de su tiempo a recordar al amor que se fue, algo así como Humphrey Bogart en Casablanca, pero con menos clase.
En la otra cara de la moneda, nos encontramos a Andrés, interpretado por un colosal Juanjo Artero al que es imposible no cogerle cariño. Este absoluto tunante no tiene ni idea de vinos, ni de libros y llevarle a un recital de poesía sería lo más parecido a una sesión de tortura china. Pese a su inexistente bagaje cultural, exprime la vida al máximo. No sabe de vinos pero los saborea hasta el final, sean buenos o malos. Con Andrés, cada día hay motivos para disfrutar.
La obra es una adaptación del guion de la película del mismo nombre, estrenada en 2004 con bastante éxito. Cuenta la historia de dos amigos que van de despedida de soltero a conocer bodegas en La Rioja. Andrés, productor de televisión, se casa en pocos días y quiere aprovechar sus últimos momentos de libertad. Miguel va a rastras con él y no se arrepentirá. Entre aquellos viñedos riojanos ambos vivirán sendas historias de amor o ligoteo (según el protagonista de las mismas).
La adaptación teatral brilla por su dinamismo y por un elenco que trabaja de manera excelente. La puesta en escena es sencilla, pero sin llegar al minimalismo cienpesetista de otras obras, y permite colocar al espectador en cada situación a la perfección. Los interludios musicales vienen muy bien para dar un respiro entre carcajada y carcajada y hasta para reflexionar sobre los temas que se tratan, siempre de manera velada, evitando los monólogos trascendentalistas.
A medida que transcurre la obra la borrachera va en aumento (entre copa y copa la verdad asoma), y a uno le entran unas ganas pavorosas de abrirse una botella de tinto nada más salir. La narración gira en torno a las dos personalidades tan opuestas, y a la vez complementarias, de Miguel y Andrés. Uno atenazado por el miedo, y otro con total ausencia de él.
Dos formas de pisar el mismo suelo, como el filósofo y el pastor de Samaniego. El personaje de Zorba el griego dice en el libro de Kazantzakis que él vive como si se fuera a morir al día siguiente. Y ese es el sabor de boca con el que uno sale del céntrico Teatro Reina Victoria tras una velada entre copas. Así, y con la idea de uno de los protagonistas: “Vivir es seguir viviendo”.