Antonio Garrigues Walker no ha tenido tiempo de descansar demasiado la semana que ha cumplido 80 años. Las entrevistas se suceden estos días, aunque él, hábil conversador, parece encantado con el peregrinaje de periodistas hasta su despacho en la planta noble del cristalino edificio proyectado por el arquitecto Rafael de La-Hoz que acoge la sede madrileña de su bufete.
Garrigues, que reflexiona con serenidad sobre lo simbólico de su recién adquirida edad, se sienta junto a la mesa de trabajo del despacho y antes de comenzar la entrevista, café (descafeinado) en mano, comenta la peligrosa relación entre la longevidad y la baja natalidad –“vamos hacia un suicidio demográfico”– para recordar que la única forma de arreglarlo es apoyando la maternidad sin descuidar el papel de la mujer en el mercado laboral –“la idea de que renuncie para siempre al trabajo es perversa”–. Antes de entrar a hablar sobre sus memorias y sobre la actualidad española, este testigo clave de medio siglo de nuestra historia –así reza el subtítulo de sus memorias– hace un llamamiento para poner en marcha una Europa más joven que active una revolución tecnológica que, como la estadounidense, nos sirva de salvación –“Una Europa envejecida es una Europa decadente”–.
Pregunta: Comencemos dando un salto atrás en el tiempo. De todas las operaciones asesoradas por Garrigues, la llegada de Ford a Valencia en los años 70 ocupa muchas páginas en los primeros pasajes del libro. ¿Cuál fue la relevancia real de esta operación, tanto para España como para su despacho?
Antonio Garrigues Walker: El dinamismo que generó en materia de atracción de capital exterior fue grandísimo. Hay que ubicarse en los años 70: la idea de que una compañía como Ford invirtiera en España era algo que muchos no entendieron. No estábamos en el mercado común, teníamos la dictadura de Franco y había una gran competencia con otras ofertas de Portugal, Noruega, Austria, Gran Bretaña, Francia… Henry Ford, con el que llegué a tener una buena relación de amistad, tomó la decisión personalmente. Vio y conoció este país y dijo ‘lo van a hacer bien’. Teníamos un potencial de crecimiento tremendo, unos salarios bajos… A partir de ese momento, en este despacho empezaron a caer llamadas de todo el mundo preguntándose qué pasaba aquí. Como el mundo americano es muy mimético, otras empresas comenzaron a seguir la estela de Ford, como General Motors.
P.: Hablando de llamadas, a usted le llamó Calvo Sotelo para ser ministro de Justicia. ¿Qué habría hecho si le llama Rajoy hace unas semanas en circunstancias parecidas?
A.G.W.: ¡Bueno, a los 80 años no te llaman para un ministerio! Sobre la llamada de Calvo sotelo he de decir que, antes de aquello, yo había tenido una relación de amistad muy grande. Después también me ha unido la amistad y la admiración; me he reído mucho con él a pesar de que muchos dicen que carecía de sentido del humor. La verdad es que no estaba en condiciones de aceptar aquel puesto; mi padre no estaba en España, yo estaba dirigiendo el despacho y no podía abandonarlo. No es que yo fuera una pieza decisiva, pero no era el momento para asumir aquel tipo de responsabilidad.
P.: ¿Es posible encontrar alguna similitud entre aquel momento y este, entre aquella UCD que se desmembraba y la crisis actual del sistema bipartidista?
“La ciudadanía le está diciendo a los partidos no solo que están distnciados y desconectados; también que por ahí no se va”.
A.G.W.: UCD fue una operación que tenía todo el carácter de provisional, era la época de la transición y había que unirse creando ese conglomerado. Era un intento de amalgamar en un solo partido seis o siete ideologías distintas… y sobre todo personalidades muy complicadas y difíciles de gestionar. Yo diría que fue una caída previsible. En cuanto al momento actual, todos hemos de tener un especial cuidado. El mapa político español afecta a nuestro futuro de una manera definitiva. No sería bueno que tras todo este jaleo que estamos viviendo, después de una larguísima crisis económica, se desvirtúe el mapa político con una especie de galimatías a la italiana. La ciudadanía española no se merece eso. Espero que haya una reacción: lo que la ciudadanía le está diciendo a los partidos no solo es que están distanciados y desconectados; también que por ahí no se va. Por eso aparecen fenómenos como Podemos. Creo que esos partidos políticos clásicos se dan cuenta de que han de cambiar; estar siempre haciendo cosas pensando en el interés partidista no tiene sentido. En Alemania ha habido coaliciones entre los dos grandes partidos y no pasa nada. Yo no pido que en España haya una gran coalición, pero se podría llegar a consensos en materia territorial, en materia de Educación, en materia de Justicia, en materia de Sanidad… y realmente la tendencia a los consensos es mínima. Si el estamento político diera un paso adelante y se preocupara por la estabilidad democrática, mejoraría nuestra situación de una manera profunda. Falta un último rapto de grandeza. Puede que suene utópico, pero no lo es. No hay nada malo contra los consensos, no son pecado y, de hecho, resultan radicalmente necesarios en momentos como estos.
P.: ¿Es consenso lo que echa usted en falta en el caso de Cataluña?
A.G.W.: Claro que sí, consenso y diálogo. Lo curioso es que todo el mundo dice que ofrece diálogo y resulta difícil repartir culpas, porque es un ejercicio peligroso. Tiene que haber diálogo y consenso, porque la idea del enfrentamiento y de la colisión es una idea que no podemos ni asumir ni aceptar. Afecta clarísimamente a los intereses de España y Cataluña de una manera inequívoca y aceptar eso sería aceptar una auténtica locura.
P.: Usted trató mucho con Jordi Pujol a mediados de los 80’, cuando Miquel Roca se presentó como candidato a la presidencia del Gobierno por el Partido Reformista Democrático. ¿Cómo ha vivido los últimos acontecimientos relacionados con el ex president de la Generalitat de Cataluña?
“Ver la caída del señor Pujol es un espectáculo políticamente triste”.
A.G.W.: Con sorpresa y con tristeza. Yo tuve una relación positiva con Pujol; siempre me sorprendió su habilidad política y no hay duda de que Convergencia fue un factor de estabilidad democrática. Lo que no podemos es pasar del todo a la nada en un minuto. ¿Que su comportamiento no ha sido correcto? Yo creo que él mismo lo ha reconocido, ha perdido perdón, lo ha explicado ya y seguro que lo explicará con más detalle. A los líderes políticos se les exige más que a los hombres normales y no cabe duda de que ver la caída del señor Pujol es un espectáculo políticamente triste.
P. Usted forma parte de la Comisión Trilateral, una entidad supranacional en la que algunas pseudoteorías conspiranoicas creen ver un gobierno mundial en la sombra. Convénzales de que no son ustedes un grupo de reptilianos que manejan los hilos del mundo desde una cámara acorazada…
A.G.W.: No lo es: la Comisión Trilateral es un grupo estupendo de gente. Para mí ha sido una época de formación maravillosa. Nos reunimos durante un fin de semana trabajando y conectando con gente que tiene la visión de otros lugares del mundo sobre los mismos temas. Estamos en una época en la que todo el mundo sabe todo. Basta con meterse en Internet para obtener información, pero antes, aunque todo era accesible, no lo era enteramente. En esas reuniones, los asistentes compartían información especial. Lo importante hoy en día es garantizar que no tenemos ninguna capacidad de mando e inferencia, pero valoramos la capacidad de discutir sobre los temas. En la próxima reunión plenaria hablaremos sobre la desigualdad en Estados Unidos, sobre Siria e Irak, sobre las próximas elecciones americanas… Lo que sí hay es un debate entre gente significativa de muchos países que hablan del mismo fenómeno desde distintas perspectivas. Solamente a través de ese debate uno tiene una visión global de lo que está ocurriendo en el mundo.
P.: Habla con entrega sobre la abogacía y la política, pero no es posible cerrar esta conversación sin preguntarle por su no tan conocida pasión, el teatro…
A.G.W.: De los 365 días del año, en no menos de 70 ocasiones voy al teatro. Siempre digo que hay deporte profesional y amateur y que en el teatro ocurre lo mismo. Sé que soy un director y autor amateur, pero intentamos hacerlo lo mejor posible y pasarlo bien. Recomiendo a la gente que no deje de practicar sus hobbies, porque es la única forma de evitar aquello que Marcuse llamaba la unidimensionalidad. Es una cosa muy mala; yo no conozco a ninguna persona que no tenga una inquietud artística. Lo que pasa es que en el mundo latino somos muy pudorosos.