Beatriz Serrano (Madrid, 1989) se está consolidado como la voz de una generación. Su estilo es ácido y mordaz, por lo que la amas o la odias. Sus protagonistas, que detestan ir a trabajar y viven en un estado constante de crisis existenciales, reflejan su mirada crítica y, en cierto sentido, políticamente incorrecta. Tras el éxito de su primera novela, ‘El Descontento’ (Temas de Hoy), publicada el año pasado, ahora da un paso firme con ‘Fuego en la garganta’, obra con la que ha sido finalista en los premios Planeta.
Esta novela aborda temas como la soledad, la búsqueda de identidad y la salud mental a través de la vida de Blanca, una adolescente que vive en los años 90. La obra explora cómo la evolución de Internet y las culturas de masas impactan en la vida de los jóvenes, mientras la protagonista lucha por encontrar su lugar en un mundo que le resulta desconcertante.
Serrano se ha convertido en una escritora relevante para quienes buscan en la literatura una manera de entender y cuestionar las presiones sociales, el sentido de la vida, y el valor de la autenticidad en un mundo donde las expectativas externas pueden a menudo abrumar. En Vozpópuli, la autora nos habla sobre su nueva novela y su experiencia como finalista del premio Planeta.
P. ¿Qué ha significado para usted quedar finalista en el premio Planeta?
R. En una palabra: libertad. He cumplido mi sueño, que creo que es el sueño millennial, pedir una excedencia. El periodismo y la literatura son profesiones muy precarias, que están muy romanizadas y son muy vocacionales. Parece que nos pagan con eso en lugar de con salarios dignos. Pero claro, también son muy bonitas y llenan mucho. Cuando te dedicas a esto y tienes amigos periodistas, siempre está en el aire el tema del dinero. Así que cuando, de repente, he recibido una inyección económica que me regala, además de lo mediático, quitarme el peso de lo que supone publicar una segunda novela, que siempre es un horror para cualquier escritor, pues también da tranquilidad. Al menos sé que el libro la gente lo va a leer y no va a pasar desapercibido, porque va con el “sello de aprobación” de Planeta.
Entonces, por un lado, para mí significa esa tranquilidad de que es una segunda novela que viene como muy bien empaquetada, y luego, además, el tema del dinero, que a mí me ha permitido pagar como cuatro años de mi vida, yo lo pienso a nivel de sueldo. Así que me ha cambiado la vida.
P. ¿Siente vértigo por lo que viene, sobre todo lo relacionado con las críticas literarias? ¿Cómo lo está llevando?
R. Con esto, yo creo que tenía mucho más miedo y era mucho más prejuiciosa cuando me presenté al premio, que no se lo había contado a nadie. Los premios Planeta son muy comerciales, y creo que yo antes estaba dentro de una literatura quizá un poco más independiente, más alejada de lo súper comercial.
Sin embargo, siempre he valorado mucho a autores que son comerciales y al mismo tiempo literarios. Al principio sentía mucho más vértigo porque tenía toda esa idea en la cabeza, pero este tipo de autores existe. Desde que me dieron el premio, me he dado cuenta de que estaba equivocada y tenía muchos prejuicios.
Además, tengo muchos amigos que ya han leído el libro, porque son periodistas y amigos de mi círculo más cercano, y les está gustando. Es verdad que es diferente a ‘El Descontento', pero hay una línea, un universo literario que ya estoy creando, y creo que entre ambos libros hay algunos puntos que se parecen mucho. Así que, poco a poco, se me va quitando el vértigo. Aunque es raro entrar a una librería y que te conozcan o que haya gente que ahora me trata distinto. Pero bueno, igual podemos hablar de esto dentro de un año y te digo que fue horroroso… pero, de momento, bien.
P. Pero sigue siendo un libro con ese estilo tan particular, un poco ácido…
R. Por eso digo que se parecen. Quizá ‘El Descontento' era una novela más contemporánea. ‘Fuego en la garganta’ tiene un elemento más fantástico, pero al final no deja de ser una metáfora para hablar de cómo no sabemos gestionar nuestras propias emociones. Hay una voz, la de la madre, que en cierto momento se parece bastante a la forma de pensar de Marisa en ‘El Descontento'.
También creo que ambas novelas tratan temas con los que estoy obsesionado, como la soledad, la figura del “outsider”, la salud mental o las familias escogidas.
P. Es madrileña, aunque creció en Valencia. ¿Por qué ha decidido ambientar la historia ahí?
R. Cuando empecé a escribir mi primer libro, cómo estaba relacionado con el mundo laboral, quería situarlo en una ciudad que, desde mi punto de vista, se está volviendo un tanto hostil. Además, quería ambientarlo en un agosto madrileño, donde sientes que el calor te asfixia. En ese momento pensé: estoy hablando del mundo laboral, de identidad, de una mujer de 30 años que ha seguido todos los pasos que se supone que tiene que seguir; vi el escenario claro.
Sin embargo, cuando empecé a pensar en escribir sobre una infancia y, además, quería tratar ciertos temas -como que la protagonista fuese de una familia de clase humilde- todo ese universo me empezó a llevar a mi propia infancia.
Situé la historia en un barrio a las afueras de Valencia al que no daba nombre, al principio, por una cuestión narrativa. Necesitaba que la protagonista, Blanca, pudiera ir andando al centro en un momento concreto del libro. Pero después empecé a pensar que todos estos sitios se parecen bastante entre sí: son esas infancias un poco de extrarradio, pero de extrarradio de provincias, que no es el extrarradio madrileño. Quería retratar bien eso, y eso me llevó allí.
Además, para mí, los lugares están asociados a determinadas emociones. Al principio de la novela estaba hablando, sobre todo, de la inocencia. Entonces, la protagonista tenía que estar en un lugar donde yo había sido inocente. Cuando hablo de la rabia o de la indignación, como en ‘El Descontento’, la trama se sitúa en un sitio donde yo he tenido esos sentimientos. Cuando estoy hablando en esta novela “del paraíso”, me gusta que el personaje esté en un lugar donde yo he sido feliz; en este caso, Rodalquilar, en Cabo de Gata, un pueblo que me encanta.
Para mí, todos los lugares tienen un sentido narrativo, y a veces son un acompañamiento del mundo interior de los personajes, de sus propias vivencias. Por ejemplo, esto pasa también en esta novela con Vallecas. Estamos hablando de las figuras de “outsiders” y de gente que no se siente identificada, como el personaje de Verónica. Pues resulta que Vallecas fue Villa de Vallecas y fue independiente de Madrid muchísimo tiempo. Así que me gustaba esa parte rebelde para situar ahí a un personaje que también lo es. Me gustaba mucho jugar con eso también.
P. Sus novelas, tanto ‘El Descontento’ como ‘Fuego en la garganta’ tratan temas bastante transversales como la salud mental, las crisis o el vacío existencial, ¿considera que la sociedad actual impone demasiadas expectativas en cuanto a metas y logros?
R. Bueno, podríamos hablar de los últimos 40 años. Por ejemplo, en ‘El Descontento' hablaba de un vacío existencial que llega cuando has cumplido con todos los checks de la chica millennial. Has conseguido todo lo que se supone que tenías que conseguir, y encima te ha ido bien, pero llegas ahí y te preguntas: “¿La vida entonces era esto?” Pero antes esto también pasaba. Para muchas mujeres, hace unos años, el problema era: cásate, ten hijos, y esa era la idea de felicidad. Pero cuando cumplían con esto y llegaban a ese momento pensaban: “Esto no puede ser, soy completamente infeliz.” Es un poco ese sentimiento de ser un pájaro en una jaula de cristal. Siempre me han gustado mucho este tipo de personajes.
De hecho, una de las referencias que se hace en ‘El Descontento' es al libro ‘Madame Bovary', una mujer que en realidad viene de familia campesina y a la que le dicen que, para encontrar la felicidad, lo que tiene que hacer es casarse con un médico. Aunque consigue ese objetivo, acaba comiendo arsénico desesperada. Pues a Marisa le pasaba un poco lo mismo.
Creo que hay determinadas personas que sufren mucho porque están constantemente, como dijo Bret Easton Ellis, intentando formar parte de un tipo de sociedad que en el fondo detestan. Y esto se da tanto en universos familiares como en laborales.
Luego también están esas exigencias que nos autoimponemos. Hay un relato de la optimización constante. Hace poco releía una frase del libro ‘El arte de no hacer nada’ de Jenny Odell, que decía que consideramos producción solo la idea de crear o generar algo nuevo. No consideramos productivo recuperarnos, ¿no? O descansar, o sea, siempre tiene que ser para algo más. Entonces sí, me da la sensación de que hay unas metas impuestas desde fuera, y también una falta de cuidado, porque odio la palabra autocuidado, pero como una falta de aceptar que está bien pasar una tarde tumbada en el sofá leyendo un libro, aunque no hagas nada después.
P. En ‘Fuego en la garganta’ también tiene mucho peso cómo Internet puede cambiarnos la vida, para bien o para mal. ¿Hay una generación marcada por su relación con Internet?
R. Absolutamente, sí. Bueno, Marisa ya estaba enganchada a YouTube; de hecho, me hacía mucha gracia pensar que Marisa, en un momento dado, podría ver vídeos que fuesen los “Milagros de Blanca”. Me imaginaba en mi cabeza la escena de Marisa llegando a alguno de estos vídeos y pensando: “Pues está guapo”, y Orfidal al canto.
Pero en ‘Fuego en la garganta’ voy a los orígenes de Internet. Es muy curioso, porque era cuando más nos alertaban de lo peligroso que era, pero yo creo que era mucho más inocente. Se alertaba mucho sobre tener cuidado con quién hablabas, porque es verdad que primaba mucho más el anonimato que ahora, pero al mismo tiempo era todo mucho más inocente.
Cuando esas pantallas llegaron a las casas, para muchas personas que nos sentíamos solitarias, porque hacías milagros, como en el caso de Blanca, porque eras el “gordo” de la clase, o porque eras una persona LGTB que necesitaba entender qué le pasaba, era el lugar donde escapar para encontrar una comunidad afín y poder hablar de las cosas que no podías hablar en tu entorno.
La evolución del personaje de Blanca se va volviendo más oscura conforme avanza la novela. Hay un momento en el que se convierte en una tirana con su grupo de amigas, y esta evolución va en paralelo con el desarrollo de Internet. Es como que, más o menos, van evolucionando a la vez hasta convertirse en algo muy oscuro y donde hay muchísimo poder que todavía no sabemos de dónde viene.
Pero me hace mucha gracia cómo ha cambiado el cuento. En los 90 queríamos entrar en Internet porque sentíamos que era una vía de escape, y ahora queremos escapar de Internet y hacer un “detox digital”. Nos queremos comprar un Nokia, como el de la portada del libro, para sólo recibir llamadas. Y si lo piensas en frío, ha pasado muy poco tiempo entre una cosa y otra.
P. Además su protagonista, en este caso Blanca, es una chica que se siente siempre fuera de lugar, ¿por qué esta fijación por este tipo de personajes?
R. Al final, son estos los personajes que tienen capas y capas de profundidad. También disfruto mucho de secundarios más normales. Me hacía mucha gracia Ramón, el jefe de Marisa, que le daba una mandarina cada vez que iba a su despacho. Y aquí me hace mucha gracia y me da mucha ternura Rosa, la madre de Blanca, y todas sus amigas, aunque estas son bastante “outsiders”. Me gusta tener este tipo de personajes más normales, pero me parecen menos interesantes.
Sin embargo, los “outsiders” te pueden mostrar que el mundo puede ser otra cosa, que se puede ir más allá. Al final, la literatura está llena de este tipo de personajes porque, ¿qué vas a contar? ¿La vida de un señor de Pozuelo de Alarcón que se ha comprado una casa y al que le va genial la vida? Qué aburrimiento. Si cuentas la historia de este señor, seguramente, es porque sufre una de esas crisis existenciales de las que hablábamos antes.
Entonces, sí, siento cierta preferencia por este tipo de personajes y por intentar entender qué es lo que les sucede. Siempre me ha gustado la gente que está un poco en los márgenes.
P. ‘Fuego en la garganta’ también es un libro con muchas referencias culturales de los 90, apela mucho a la nostalgia…
R. Sí, y es por varios motivos. El primero es porque Blanca es una adolescente, y en esa época se hablaba mucho de tribus urbanas, que te definían como un tipo de persona. Por ejemplo, eras gótica, o eras punk, o eras heavy. Es como que tenías que salir a buscar un poco esa cultura. Así que, en primer lugar, tiene mucho que ver con esa búsqueda de identidad en función de sus gustos.
En segundo lugar, por lo que hemos hablado antes sobre Internet. Me parece que los 90 fueron el momento en el que de verdad explotó la cultura de masas. Desde tu casa podías ver una serie que se emitió el día anterior en Estados Unidos porque la pirateabas. Ese fenómeno se vio muy bien con ‘Perdidos’, que fue la primera serie que surgió como un fenómeno de este tipo. Y luego está el factor nostalgia, con el que también me gustaba jugar.
P. Es una novela que, en cierta manera, habla sobre la importancia de la amistad, de esa familia que uno escoge.
R. Siempre ha habido un discurso que aboga mucho por la familia tradicional, y me parece importante la familia, pero a veces parece que no hay nada más allá. Hay veces en que la gente ve como una traición cenar en Navidad con alguien que no sea X persona, y yo creo que, en ese sentido, me gusta comprobar que hay personas que no opinan o no lo viven así.
No sé si esto tiene que ver con que alguna vez me haya sentido súper diferente o súper rara. Soy hija única y he sido criada lejos de toda mi familia. En ese sentido, siempre he estado muy sola y, al final, he crecido junto a mis amigos. Ellos han sido como mis primos o mis hermanos. Así que creo que los amigos son muy importantes.
Muchas veces, ni siquiera es porque te sientas raro o inadaptado, sino porque tu familia es tan pequeñita que necesitas ampliarla de alguna forma. Es importante recalcar que cada uno crea sus propios vínculos a medida y que es posible salir de sitios horribles o ampliar aquello que has formado. Hay personas que esto lo tienen muy claro, porque no les queda otra, porque en su familia les trataban mal; y hay otras personas que quizá nunca se lo han planteado. ¿Cuántas mujeres hay que no pueden tener hijos y se sienten un fracaso? Pues hay muchas otras formas de querer. Esto puede parecer tristísimo, pero es verdad que hay otras maneras de ver la vida y otras formas de formar familias.
P. ¿Te molesta la etiqueta de “literatura para mujeres”?
R. Lo odio. Tengo un problema con lo de “literatura femenina” porque, ¿que lo escriba una mujer y que la protagonista sea también una mujer, significa que es algo solo para mujeres?
Yo he leído novelas escritas por hombres y protagonizadas por hombres que me han fascinado, me han roto la cabeza y me la han vuelto a juntar. Por eso me da mucha rabia esa etiqueta, porque me da la sensación de que te ponen en la mesa pequeña de la literatura. Te encasillan, como si la literatura femenina fuese un género, o sea, como si fuese terror o romántica. Me parece que es una etiqueta infantilizante, como si tú no estuvieras a la altura de las grandes historias, como si lo que contaras no fuera un relato universal. Pues, sinceramente, creo que ‘El Descontento’ o 'Fuego en la garganta' son bastante universales. ¿Quién no odia trabajar? Y esta novela creo que resume muchas infancias y que habla de muchos temas que no son exclusivamente femeninos.
Es que, cuando dices “literatura femenina”, me estás poniendo en el mismo lugar a Margaret Atwood con ‘El cuento de la criada’ que a ‘Manolito Gafotas’, que los dos son muy buenos libros pero que no tienen nada que ver el uno con el otro, solo que están escritos por una mujer.
P. ¿Le preocupa que el libro sea malinterpretado o que ciertos temas puedan ser malinterpretados?
No me preocupa en exceso, ¿me debería preocupar? Sí que soy consciente de que, en el momento en el que el libro ha llegado a las librerías, va a haber gente que, probablemente, entienda otra cosa. Pero en ningún caso mi objetivo es adoctrinar ni dejar un mensaje muy claro con las novelas. Al final, es ficción, por lo que creo que la gente puede, y tiene todo el derecho, a tener diferentes interpretaciones.
Por ejemplo, sé que a Chuck Palahniuk, después de 'El club de la lucha', le encasillaron como si fuera un nazi, cuando realmente era un hombre homosexual que escribió sobre los white collars en Estados Unidos, la frustración y la masculinidad tóxica. Por lo que todo se puede malinterpretar, pero no me preocupa y, de momento, no me quita el sueño.
P. Tras ganar el premio y volver a Madrid pidió una excedencia en su trabajo, ¿a qué se va a dedicar durante este tiempo?
R. Pues mira, de momento tengo una gira para presentar el libro. Todavía no ha habido un día que me levante y no tenga nada que hacer, pero lo estoy deseando. Tengo pensado escribir, pero lo haré con tiempos razonables. Podré ponerme una jornada laboral para dedicarme a ello. Tengo muchas ganas de poder vivir eso.
Acontracorriente
10/11/2024 20:33
Pero no rechaza la cuota femenina