En un bosque espeso y de un intenso color verde, cientos de hombres caminaban descalzos durante las horas más frías de la noche rajando con un pequeño cuchillo la corteza de los árboles. Cada noche, cada uno de estos hombres sangra unos 1.800 árboles, liberando el látex, que la magia del capitalismo transformará en las ruedas que circularán por los adoquines parisinos. A los ojos europeos del inspector de trabajo le asalta la primera imagen llamativa cuando antes de llegar a las oficinas de la plantación de Michelín en Tonkín ve a tres jóvenes al borde de la carretera, atados unos a otros con un alambre. Una vez allí, al olfato del inspector le llama la atención una puerta que permanece cerrada y ordena que la abran. Los responsables se miran y dicen no saber qué se esconde tras ella. Dentro, un vietnamita esquelético con los pies atados con hierros y con la espalda lacerada con la marca de seis varazos se aterroriza y trata de cubrirse los genitales ante la comitiva que le observa. El inspector empezaba a encontrar las primeras explicaciones a la “epidemia de suicidios” que sorprendía a la plantación de Michelin, en la que en 1928 murieron el 30% de los trabajadores, más de 300 personas.
Es uno de los mejores narradores de Historia del momento, siempre conciso, sus libros rondan el centenar de páginas en las que tarda unas líneas en llevar al lector al Versalles previo a la Revolución francesa (14 de julio); la Primera Guerra Mundial (La batalla de Occidente) o a las reuniones de los magnates alemanes con la cúpula del nazismo (El orden del día), con la que logró el Premio Goncourt 2017. Y como en esta última, en Una salida honrosa, Vuillard sigue el rastro del dinero.
La guerra de Vietnam y la oposición a ella supuso un grito generacional tan atronador en Estados Unidos que resonó en todo el mundo. Tanto fue el impacto en el cine y la música de la participación y derrota yanqui que gran parte de la población ha olvidado que antes de la entrada americana, la zona estuvo bajo control francés, la colonia conocida como Indochina francesa que agrupaba a territorios de Vietnam, Camboya y Laos.
Una de las producciones más recordadas sobre el conflicto, Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola recordó brevemente la presencia gala en una de las escenas de la cinta cuando el personaje interpretado por Martin Sheen, el capitán Benjamin L. Willard, llega a la plantación francesa y observa atónito a los empresarios franceses negándose a abandonar su empresa. Una escena envuelta de una textura borrosa que da un aire onírico y hace cuestionar si el comando americano está viviendo una escena real o un sueño.
Coppola quería transmitir la imagen de una familia anclada en un pasado colonial francés que en la década de 1970 resultaba ser un vestigio de otra época. Francia arrió la tricolor en octubre de 1954, claudicando ante la más imperiosa necesidad de atender al independentismo argelino.
Crítica al sistema colonial
Vuillard muestra el cinismo de todas las personalidades que conformaban el entramado colonial en Indochina, banqueros, empresas como Michelin, o políticos patrioteros que se daban golpes en el pecho en el Parlamento mientras enviaban a la muerte a miles de hombres a sabiendas que era una tierra perdida. “El ejército, pues, no combate por una simple avanzadilla perdida en la selva, ni por algunos colonos franceses dispersos; y deberíamos, para ser precisos, rebautizar la batalla de Cao Bang, por la que se pelea el Parlamento, batalla por la sociedad anónima de Mines d'Étain de Cao Bang; esto le conferiría su verdadera importancia”, señala el autor.
Los soldados, la mayoría de ellos también de origen colonial no peleaban por el bienestar y protección de unos colonos franceses, sino por los intereses comerciales de empresas industriales que mantenían a la población local en un régimen de esclavitud. “Parecerá curioso, pero no había, ni hubo nunca, ningún colono francés establecido en Cao Bang, ni barrios, ni vida social europea, ni comerciantes emprendedores, ni hosteleros audaces, ni pioneros de nada, nadie”, insiste Vuillard.
El autor francés atiza párrafos en la memoria de gigantes de las finanzas como el Crédit Industriel et Commercial o el Crédit Lyonnais. Lo hace cuando recrea la reunión del Banco de Indochina en la que se anunció que las acciones pasaban de 350 a 1.001 francos. “Hay que decir que el incremento era considerable, los dividendos se multiplicaban por tres. Eran rigurosamente proporcionales al número de muertos. En medio de la derrota de Francia y después de una reorganización general de las actividades del bando de negocios y de su holding, era una proeza notable”.
Vuillard también recoge una escalofriante sugerencia que el secretario de Estado de Estados Unidos John Foster Dulles realizó al ministro de Asuntos Exteriores francés, Georges Bidault en una visita relámpago a París:
- ¿Y si le diera dos?
- Dos ¿qué?
- Dos bombas atómicas… aclaró el secretario de Estado estadounidense del que Vuillard traza unas páginas de su currículum internacional derrocando presidentes, provocando golpes de Estado e instaurando dictaduras. Operaciones como la que derrocó a Jacobo Árbenz, presidente de Guatemala que se disponía a hacer una reforma agraria y repartir 90.000 hectáreas a campesinos pobres, lo que iba en contra de los intereses de la United Fruit Company de la que los Dulles eran accionistas.
Con la retirada francesa de Indochina quedó demostrado que aquella salida honrosa que buscaban las élites francesas solo había sido un enorme derramamiento de sangre y recursos. La síntesis de Vuillard llega hasta la última página con una breve nota: Francia y Estados Unidos sufrieron 400.000 muertos, la mayoría de ellos tropas coloniales e indochinas; por parte de los vietnamitas, la guerra causó al menos 3.600.000 muertos, tantos como franceses y alemanes durante la Primera Guerra Mundial.
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