Aquellas Navidades de 1933, los americanos podrían beber. Es decir, podrían beber sin salirse de la ley, puesto que el consumo de alcohol no había disminuido tras la imposición de la ley seca, sino que se había disparado hacia arriba.
Es un fenómeno similar al que se produce ahora con las fiestas multitudinarias en casas particulares, uno de sus atractivos es precisamente trasgredir las leyes, desafiar a la Policía.
En 1920 el Senado de Estados Unidos aprobó nada menos que la XVIII Enmienda a la Constitución para imponer la Prohibición (así llaman en EEUU a la ley seca). Se mantuvo en vigor hasta que, el 5 de diciembre de 1933, Roosevelt la derogó con la XXI Enmienda, aunque cada Estado conservó la libertad de sojuzgar la libertad. Misisipi, uno de los Estados más atrasados de la Unión, mantuvo hasta 1966 la Prohibición, igual que la segregación racial. No era casualidad.
Desde el siglo XIX existía un pujante movimiento de raíces religiosas contra el consumo de alcohol, que se consideraba origen de todos los males de la sociedad. En 1873 se fundó la organización que lideraría hasta el triunfo esa campaña, la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza, la organización feminista más antigua del mundo, que fue creciendo en influencia hasta convertirse en el primer poder fáctico de Estados Unidos.
La Unión tenía el apoyo de una masa femenina popular, harta de que los obreros se gastasen el salario que cobraban los sábados en la taberna, y luego maltratasen a esposa e hijos. También la apoyaban las iglesias protestantes, los movimientos puritanos, celebridades como el inventor Edison, y el Ku-klux-klan, pues la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza no admitía negras ni judías ni católicas.
Su capacidad de recaudar fondos era enorme, y los dedicaban a financiar campañas de políticos que se comprometieran con el prohibicionismo, lo que le daba influencia desde el Congreso de los Estados Unidos al último ayuntamiento del país. Exigieron y lograron el control de la educación infantil; en 1902, 22 millones de escolares americanos –la inmensa mayoría de la población infantil- estaban sometidos al Departamento de Instrucción de la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza, que establecía los programas anti-alcohólicos, los libros de texto, y podía vetar profesores que no comulgasen con el credo prohibicionista. Reescribieron la Biblia quitando toda referencia al consumo de alcohol, de modo que en la Última Cena, cuando Jesucristo instituyó la eucaristía, no les dio a los apóstoles vino diciendo “esta es mi sangre”, sino sólo pan.
En esa época ya había tres estados que habían prohibido el alcohol. En 1916 eran más de la mitad, 26. Y en 1920 la XVIII Enmienda de la Constitución implantó la Prohibición en todo el país.
Consecuencias nefastas
“La miseria será pronto sólo un recuerdo. Convertiremos nuestras prisiones en fábricas, nuestras cárceles en graneros”. Así auguraba el famoso evangelista Billy Sunday el reinado de la prosperidad y la virtud que traería la Prohibición. Algunos ayuntamientos vendieron sus cárceles, porque ya no iban a hacer falta, pero en realidad la ley seca elevó la población penal de Estados Unidos de 4.000 presos en 1920 a 27.000 en 1932.
Y es que el comercio clandestino de alcohol dio lugar a la aparición del crimen organizado, a que el gángster Al Capone y sus colegas amasaran fortunas con las que sobornaban a políticos y policías, mientras el Estado perdía 500 millones anuales del impuesto sobre el alcohol. Pero quizá peor fue la desmoralización en que cayó la sociedad norteamericana.
En esa época la inmensa mayoría de los jóvenes americanos no había probado el alcohol, pues había severas medidas en bares y tiendas que impedían servir o vender bebidas a menores de 21 años
En esa época la inmensa mayoría de los jóvenes americanos no había probado el alcohol, pues había severas medidas en bares y tiendas que impedían servir o vender bebidas a menores de 21 años. Pero con la Prohibición sus padres buscaron el margen de la ley para seguir bebiendo, y los hijos descubrieron que ellos también podían moverse por esos vericuetos.
De pronto una mayoría de la sociedad se convirtió en delincuente, empezando por el presidente de los Estados Unidos, Warren Harding, que como senador había respaldado la ley seca. Pero al llegar a la Casa Blanca y descubrir su magnífica bodega, no la clausuró, sino que la disfrutó a placer. Ser invitado a la Casa Blanca suponía que se iba a beber mucho y bueno, pues allí no podía incordiar la policía, ése era el ejemplo que transmitía la cumbre sociopolítica de Norteamérica.
Si no pertenecías a la elite del círculo presidencial, siempre podías acudir a un médico para que, previo pago, te recetase una bebida alcohólica por razones de salud
Si no pertenecías a la elite del círculo presidencial, siempre podías acudir a un médico para que, previo pago, te recetase una bebida alcohólica por razones de salud. ¡Cuatro millones de litros de whisky se consumían al año por prescripción facultativa! O podías ir directamente a la farmacia, donde vendían sin receta jarabes que contenían alcohol. Muchos se hicieron adictos a esos medicamentos, pero lo peor es que como no había control y era difícil conseguir alcohol de buena calidad, fabricantes sin escrúpulos empleaban substancias que provocaron decenas de miles de casos de parálisis.
La gran Concha Piquer cantaba un pasodoble, “En tierra extraña”, que resumía lo explicado:
“… Fue en Nueva York una Nochebuena
Que yo prepare una cena
Pa’ invitar a mis paisanos
Y en la reunión, toda de españoles,
Entre vivas y oles por España se brindó
Y como allí no beben por la ley seca,
Yo pagué a precio de oro una receta
Y compré en la farmacia vino español,
¡Vino español!…”
El autor de letra y música fue Manuel Penella, célebre compositor de la época, que junto a Concha Piquer hizo una gira por América en los años 20, y reflejaba una experiencia real. La Piquer y Penella pasaron una Nochebuena en Nueva York, aunque en las farmacias no tenían vino español y se conformaron con jarabe alcohólico del que producía parálisis.