Miranda July es una de las artistas multidisciplinares más extrañas, exquisitas y volubles del panorama contemporáneo. Es difícil encasillarla en estilos o en formatos, se escapa a cualquier definición, aunque consigue defender un estilo inconfundible. Sin embargo, cuando recurre al lenguaje cinematográfico se adapta a las normas y a una industria que le vuelve a abrir las puertas en esta ocasión con la película 'Cómo sobrevivir en un mundo material (Kajillionaire)', una especie de fábula tierna acerca del peso de la herencia paterna, de la necesidad del amor sobre todas las cosas y de la maldición de la pobreza.
La creadora, nacida en Vermont (Estados Unidos), en 1974, ya encandiló al panorama cinematográfico con 'Me, you, and everyone we know' (2005), una comedia que ella misma escribió, dirigió y protagonizó y con la que logró el Premio Especial del Jurado de Sundance y la Cámara de Oro en Cannes. Su propuesta entonces fue una original historia de amor y ahora, con otra perspectiva, vuelve a apuntar hacia el mismo tema. Sin embargo, durante estos tres lustros ha enriquecido su mirada de crítica y reflexión, aunque sin perder la cordura.
El territorio en el que está ambientada esta historia es fácil de reconocer: algún lugar del vasto territorio estadounidense, una ciudad cualquiera, con sus hamburgueserías, sus urbanizaciones clonadas, sus autobuses escolares y sus bares con neones. Allí sobrevive como puede el matrimonio formado por Theresa (Debra Winger) y Robert (Richard Jenkins) junto a su hija Old Dolio (Evan Rachel Wood), a quien han instruido desde pequeña en las artes de la estafa. Estos tres ladrones recurren a la picaresca para sobrevivir a costa de pequeños hurtos con los que no tentar a la ley, pero poder comer e intentar pagar el alquiler del cuchitril en el que duermen. De pronto, en uno de sus golpes, se topan con una desconocida que se suma a su siguiente fraude y que pondrá en duda la estabilidad de esta familia de granujas.
La cineasta consigue que el espectador empatice con esta familia y medite acerca de lo que llevó a este matrimonio sesentón a vivir al margen de cualquier estructura, orden, coherencia y sentido. ¿Eran hippies? ¿Hijos de "beatniks"? ¿Olvidados del sistema? ¿Simplemente holgazanes? ¿Se arruinaron al poner en pie un proyecto fallido? ¿Qué les ha llevado a perder la esperanza en un futuro mejor? Nunca se sabrá, pero lo cierto es que esta cinta evoca a la perfección la caída del sueño americano, los restos de un sistema decadente y enfermizo, de una sociedad de consumo decrépita y de las contradicciones morales del país más poderoso del mundo.
Este matrimonio solo ha encontrado un lugar en el mundo, una pequeña rendija en la que encajar y de la que no van a salir jamás. Su pobreza es tan endémica que ni siquiera su hija, que ha aprendido a falsificar antes que a leer y a escribir, se plantea ninguna otra opción
Este matrimonio solo ha encontrado un lugar en el mundo, una pequeña rendija en la que encajar y de la que no van a salir jamás. Su pobreza es tan endémica que ni siquiera su hija, que ha aprendido a falsificar antes que a leer y a escribir, se plantea ninguna otra opción más allá de un día a día improvisado y a la carrera. Y en esa supervivencia tan límite -que por desesperada permite en algunos momentos del metraje la sonrisa o la carcajada disimulada- esta pareja olvidó mostrar afecto a su única descendiente, y ella, incapaz a sus 26 años de entablar una relación, se enfrenta a la difícil tarea de sentir y dejarse querer.
Del mismo modo, Miranda July también invita a contemplar lo duro que resulta madurar y soltar el lastre de la infancia, de las esperanzas que depositan a veces los padres en los hijos y del destino impuesto, que en muchas ocasiones se dilata durante toda una vida. Nunca es tarde para encontrar una mirada y una voz, para mostrarse sin vergüenza, con seguridad y sin dudas. Lo que la directora cuenta, en esencia, es que cualquier momento es idóneo para aprender y para amar, a pesar de lo vivido, y a pesar de los padres. Y que ellos tratarán de enmendar una y otra vez lo que podrían haber hecho, pero siempre caerán en los mismos errores y reproducirán sus carencias hasta el infinito en una rueda difícil de detener.