El destino de la humanidad se tambaleó durante unas horas en otoño de 1962. Las profundidades del mar Caribe acogieron uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría, cuando en el interior de un submarino soviético, el capitán del buque decidió atacar a un portaaviones estadounidense con un torpedo atómico. En aquel momento, el hielo que protagonizó la geopolítica internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial estuvo a punto de transformarse en un apocalipsis atómico entre las dos potencias que regían el mundo.
Americanos y soviéticos se enfrentaban apoyando a distintas facciones dentro de países remotos. Corea, Vietnam, Afganistán y cada rincón de Latinoamérica tensaban la cuerda de este choque de bloques en el que la posesión de armas atómicas y la consiguiente amenaza de un armagedón disuadían a las dos potencias de iniciar un enfrentamiento directo.
Guerra Fría
El planeta estaba dividido en dos por un telón de acero que se había materializado a comienzos de los sesenta en Berlín. La lucha también llegaba a los cielos con una carrera espacial en la que los rusos todavía se mostraban exultantes. Sputnik, Laika y Gagarin llevaron la hoz y el martillo a lo más alto de la historia de la ciencia. Con una sobrada ventaja en el espacio, las preocupaciones soviéticas en 1962 eran mucho más terrenales. En 1961, Estados Unidos financió una operación para derrocar a Fidel Castro de Cuba, y lo que era más preocupante para Moscú, los americanos habían instalado misiles nucleares en Italia y Turquía. En este tablero de ajedrez que representaba el globo terráqueo, Rusia emuló el avance de los alfiles de Kennedy plantando misiles en suelo cubano.
En el verano de 1962, el Kremlin y la Casa Blanca tenían armas nucleares apuntándose directamente. El 14 de octubre un avión U-2 de la CIA fotografió la isla de Cuba y el Pentágono pudo confirmar las sospechas de que la Unión Soviética había instalado misiles a 90 millas de suelo estadounidense. La presencia de las armas fue vista por la administración Kennedy como una “agresión” y llegó a planificar la invasión de la isla. Estados Unidos entró por primera vez en el nivel DEFCON 2 de seguridad, el máximo estado de alerta que ha llegado a estar el país norteamericano hasta el día de hoy, y que describe la situación previa a una guerra nuclear.
El 22 de octubre Kennedy se dirigió a la nación y anunció el bloqueo naval de la isla de Cuba. Uno de los puntos de su discurso señalaba que “cualquier misil nuclear lanzado desde Cuba contra cualquier nación del Hemisferio Occidental como un ataque de la Unión Soviética a los Estados Unidos”, sería contestado con una “respuesta total de represalia contra la Unión Soviética”.
Las conversaciones entre Washington y Moscú se mantuvieron, conscientes de la gravedad de la situación, mientras que líderes cubanos como Castro y Guevara tensaban la cuerda reclamando un ataque contra Estados Unidos, convencidos de que la isla iba a ser invadida de forma inminente.
En este clima el 27 de octubre, el submarino soviético B-59 fue interceptado por una flota estadounidense que comenzó a lanzarle cargas de profundidad para obligarle a salir a la superficie e identificarse. Los destructores americanos no sabían que el sumergible soviético portaba armamento nuclear y dentro del submarino tampoco conocían si aquellas detonaciones obedecían al inicio de la guerra. Y en aquel sábado negro, sin comunicación con Moscú en las profundidades del Caribe, con el casco del B-59 vibrando por las cargas americanas, tres oficiales soviéticos discutieron si lanzar un torpedo nuclear contra alguno de los buques americanos.
El capitán, Valentin Grigorievitch Savitsky, consulta a sus segundos Ivan Semonovich Maslennikov, y Vasily Arkhipov qué hacer. Los dos primeros apuestan por el ataque y solo la determinación de un joven Vasily Arkhipov de 36 años logró convencer al resto de rehuir el choque directo. El B-59 emergió y huyó de la escena. Ese mismo día, Kennedy y Kruschev acordaron desmantelar los misiles de Cuba y Turquía. Décadas más tarde, Thomas S. Blanton, director del Archivo de Seguridad Nacional, describió a Arkhipov como "el hombre que salvó al mundo".