Los caballos encierran algo devastador y trágico en la literatura rusa del XIX. Parecen absorber la violencia que los hombres que los domestican ejercen entre sí y la que la vida dirige contra ellos. Son alegorías del oprimido y abusado. Aquel al que Raskólnikov ve morir a latigazos en Crimen y Castigo. Pero todavía más que el Dostoievski, otro equino sirvió para retratar la demolición humana. Se trata de Jolstomer, el animal que protagoniza La historia de un caballo, una nouvelle de León Tolstói publicada recientemente por el sello Acantilado con la traducción de Selma Ancira.
En las páginas de este libro, Tolstói narra la historia de un viejo y enfermo caballo al que utilizan como bestia de carga en una granja de purasangres. Su decrepitud y falta de pedigrí lo convierte en objeto de desprecio de sus compañeros, hasta que la yegua más veterana de la cuadra le concede su atención y Jolstomer, reconocido al fin por los otros, da cuenta de una larga vida marcada por la barbarie y la explotación. Tolstói opta en estas páginas por alterar el tono de la tercera y primera persona, un ajuste del relato que convierte esta nouvelle en una evocación de la condición humana.
Desplazando el punto de vista del narrador, Tolstoi consigue alternar la tercera persona con el punto de vista del caballo. “Muy despacio, como si estuviera saludando, bajó y alzó la cabeza, suspiró tanto como se lo permitía la ceñida sobrecincha y, moviendo sus patas entumecidas y torcidas, caminó pesadamente en pos de la yeguada llevando sobre su huesudo lomo al viejo Néster. «Ya sé lo que va a pasar ahora: en cuanto salgamos al camino, encenderá su yesquero y fumará su pipa de madera, la que tiene una montura de cobre y una cadenita—pensó el castrado—“.
La historia de un caballo fue escrita por Tolstói entre 1863 y 1886. Permaneció largo tiempo aparcada entre sus dos obras más conocidas, Guerra y Paz y Ana Karenina. A partir de Jolstomar, Tolstói construye una alegoría del marginado, al mismo tiempo que confronta al lector con los prejuicios y vicisitudes de la vida en sociedad: la idea del infortunio y la vejez, el rechazo a la senectud, la enfermedad y la diferencia, prejuicios que llegan intactos hasta nuestros días y determinan aún buena parte de las ansiedades y frustraciones de la sociedad contemporánea. Esta novela fue adaptada varias veces durante el siglo XX, una de ellas por Georgi Tovstonogov, en 1975.
“Pese a la repugnante vejez de este caballo, al verlo, uno involuntariamente pensaba—y un conocedor sin duda de inmediato habría afirmado—que en sus buenos tiempos aquél debió haber sido un ejemplar espléndido. Había algo majestuoso en la figura de este caballo, y en la terrible combinación de los repelentes signos de decrepitud, que el pelaje manchado acentuaba, con la actitud serena y segura de un animal consciente de su fuerza y su belleza. Como un vestigio viviente se alzaba solitario en medio de la pradera cubierta de rocío, mientras no lejos de él se oían las pisadas, los resoplidos, los relinchos jóvenes, el alboroto de la yeguada dispersa”. Aquello que lo distingue, su extravagancia y su condición de raro en la granja, lo convierten de pronto en objeto de interés, cuando antes sólo había sido merecedor del desprecio de los otros.
A la manera del Cervantes del Coloquio de los perros, que ha servido de ejemplo clásico en el uso de una voz animal como narrador -“Desde que tuve fuerzas para roer un hueso, tuve deseo de hablar para decir cosas que depositaba en la memoria”-, León Tolstói vuelca las inquietudes humanas en la voz de este viejo caballo. Aborda la voz del aninal con empatía y compasión. Retrata en él al maltratado y dominado, al mismo tiempo que muestra nobleza . Lo hizo también en una serie de fábulas a las que pertenece El mujik y el caballo, en la que un potro dice a su amo que quiere evitar que le capturen sus enemigos en la guerra-: “No te seguiré, porque yo no estaré mal con tus enemigos: lo mismo me da trabajar para ti que para ellos”.