Todos tenemos en la cabeza, imposible que fuera de otro modo, los nombres de farsas, farsantes, mentirosos, estafadores y el largo etc. que ustedes quieran poner. Es noticia obligada y repetitiva en todos los medios de comunicación actuales.
Pero esto no es nuevo. Nuestra historia está llena de ellas y de ellos. Algunas nos costaron una invasión, otras crearon falsas esperanzas, otras se adelantaron al papado a la hora de declarar dogmas, otros embaucaron, sisaron y robaron a propios y extraños con más o menos donaire y gracejo, otros se anticiparon a su tiempo creando estafas financieras que hoy son millonarias e internacionales. De todo ha habido en este país que, como decía mi abuelo, “es el más rico del mundo, pues desde que existe, todos han ido a robarlo y todavía no han conseguido arruinarlo”.
En la brevedad de espacio del que disponemos, hemos elegido algunas de estas grandes farsas y sus protagonistas así que, pidiendo de antemano excusas por los muchos que se quedan en el tintero y que mis agudos lectores siempre al quite seguramente conocerán, examinaremos hoy las siguientes.
Invasión árabe
La primera que hemos elegido nos costó… la invasión árabe. Como suena. Además, el episodio está trufado de farsa sobre farsa. Veamos. Primera farsa: muerte de Witiza, de la que se desconoce casi todo (pues poco se conoce también de sus escasos ocho años de reinado independiente), pero de la que se saben dos cosas: que murió antes de los treinta años, y que lo hizo de improviso lo que, entre los godos, era muy mala señal. Tras el óbito real se proclamaron al unísono dos reyes como sucesores: Don Rodrigo (Roderico) en la Bética, y Agila II en la Tarraconense.
Los hermanos de Witiza llegaron a darse un paseíto por costas norteafricanas para pedir ayuda a los árabes.
Se supone que este Agila II (o Akhila), era hijo de Witiza. Muchos lo niegan pues si aquél murió antes de los treinta sus hijos debían ser de corta edad, pero el caso es que se proclama rey. Don Rodrigo fue finalmente el elegido (recuerden que los godos tenían una monarquía electiva). Sin embargo, los hermanos de Witiza, tíos de Agila, encabezaron la oposición que llegó al extremo de darse un paseíto por las costas norteafricanas para pedir ayuda a los señores moros, los cuales estaban deseando desde hacía tiempo tener una excusa para cruzar el charco, lo que hicieron y… ya sabemos el resto.
Farsa dentro de la farsa: el trato era que una vez vencido el oponente (Roderico), los moros se irían a sus calurosas tierras con los agradecimientos debidos. Pues no; Tariq primero y Muza después, burla burlando, lo conquistaron todo. Más farsa dentro de la gran farsa: la leyenda creada sobre la violación de la pobre Florinda, hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta, por el rey Roderico y que justificó que el padre injuriado abriera la puerta a los siete mil bereberes de Tariq. Los protagonistas: todo los señalados más la Iglesia, que justificó con cierta impostada moralina la pérdida de un reino católico a manos del infiel por los pecados de sus reyes, especialmente del rijoso Don Rodrigo.
Los Libros plúmbeos
Por cierto que a este Roderico lo encontramos citado, años después, en otra de las grandes farsas de nuestra Historia: la de los Libros plúmbeos, conocidos también como Plomos del Sacromonte. Los farsantes: según los más sesudos historiadores, unos moriscos cultos que trataron de evitar la persecución o expulsión de los suyos. Se sospecha de Alonso del Castillo, traductor de árabe para Filipo Segundo; de Miguel de Luna, que escribiera Historia verdadera del Rey Don Rodrigo con alusiones coincidentes a algunas de los libros plúmbeos; y de otros moriscos como Núñez Muley o Granada Venegas.
La farsa, primer acto: sobre el año 1588 se descubre una caja de plomo conteniendo un pergamino escrito en árabe, castellano y latín, con algunas letras griegas intercaladas. Ya es. Pero seguimos para nota: además hay un hueso de dedo de San Esteban (el primer mártir) que junto con San Cecilio eran mártires cristianos pero de origen árabe (según se lee en tal pergamino). Se narra también en el mismo como San Cecilio (patrón de Granada) de regreso de Tierra Santa pasa por Atenas y allí le entregan, además del dedo santo, el paño con el que la Virgen se secó los ojos de lágrimas de sangre vertidas por la crucifixión de su Hijo (ojo y no se rían que el paño en cuestión se venera hoy en un relicario en El Escorial).
A pesar de la farsa, la Corona española decretó en 1609 la expulsión de los moriscos.
Segundo acto: entre 1594 y 1599 un buscador de tesoros, ¡qué oportuno!, encuentra unas láminas de plomo escritas en árabe y latín en unas cuevas del cerro de Valparaíso, hoy Sacromonte. En ellas se relata entre otras muchas cosas, el martirio de varios santos, entre ellos, faltaría más, el de San Cecilio a manos de los romanos. Se encontraron 233 láminas de plomo junto con cenizas y huesos que el arzobispo Pedro de Castro consideró auténticos. Y no se lo pierdan: en esos libros plúmbeos se hace referencia expresa a… ¡la Inmaculada Concepción de María!, lo que hizo que tanto Filipo El Grande, como su hijo, el Tercero de tal nombre, fuesen fervientes defensores de un dogma que no se declaró hasta 1854 por el papa Pío Nono (y ojo de nuevo, no confundir la Inmaculada Concepción con la maternidad virginal. Los plúmbeos, con extraordinario acierto indican que “a María no le tocó el primer pecado”. ¡Qué adelantados!).
Pues bien, a pesar de la farsa, la Corona española decretó en 1609 la expulsión de los moriscos. A cambio, en el lugar del descubrimiento se alza hoy la magnífica abadía del Sacromonte donde se pueden ver aún las catacumbas. Preciso es dejar claro que el asunto fue un “sostenella que no enmendalla” español, pues la Santa Sede siempre los consideró, además de plúmbeos, falsos.
Otro día les hablaré de Rinconetes y Cortadillos, de falsos médicos curadores de la peste o de financieros que se adelantaron a los Madoff y compañía.