El gran hotel Budapest, recién llegada a las carteleras patrias, es de todas formas una de las películas mejor afinadas de su director. En ella, la ficticia República de Zubrowka, trasunto de algún país nórdico devastado por el totalitarismo, acoge el hotel transalpino de más prestigio durante el romanticismo, regentado por el conserje más legendario parido por Europa (un inédito Ralph Fiennes) y fotografiado por Robert Yeoman, cámara habitual de Anderson, con maestría de cuento de hadas. El gran lobby del hotel Budapest de Anderson -malas noticias- no existe como tal. El alojamiento es, en realidad, el Görlitzer Warenhaus de la ciudad de Görlitz, un gran almacén del siglo XVIII que fue redecorado para la ocasión, adecuándolo a los saltos temporales de la película, pero que no requirió de muchas más modificaciones para lucir así de bien. El edificio, a punto de ser derribado, fue adquirido hace unos meses tras la publicidad gratuita que da un rodaje de Hollywood.
No hace falta salirse de los márgenes del excentricismo indie para buscarnos otra habitación. Esta vez, en compañía de Scarlett Johansson. La compañera generacional de Anderson y heredera favorita de papá, Sofia Coppola, facturó con Lost in Translation la película que a fecha de hoy, mejor representa las inquietudes narrativas y estéticas de estos soñadores americanos. El hotel Park Hyatt de Tokio, en el corazón de Shinjuku, uno de los distritos de negocios más conocidos de la ciudad, es el espacio ideal para que la soledad sexy de Johansson y Bill Murray campe a sus anchas. Además de un completo spa y varios restaurantes, la planta 52 es un excelente mirador para contemplar las vistas más espectaculares de la metrópolis japonesa.
Pero es hora de montar en un escarabajo amarillo y hacer algo de ruta. Eso hicieron los Torrance, subiendo por la serpenteante carretera que les llevó hasta aquel maldito hotel Overlook. El Resplandor, la única y brutal embestida de Stanley Kubrick al cine de terror, rechazada en su época y convertida en clásico del cine después, nos lleva directamente al Hotel Mount Hood en Oregón. O al menos para sus vistas exteriores: los pasillos que el pequeño Danny recorría con su triciclo y que llevaban inequívocamente a la habitación 237 fueron construidos para la ocasión bajo la estricta supervisión del director (incluyendo esa moqueta, esa diabólica moqueta), que meticuloso él, empleó doce meses en preparar los decorados basándose en cientos de fotografías de hoteles solitarios.
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Seguramente muchas jóvenes de corazón sientan todavía palpitaciones al alojarse en la suite Patrick Swayze. Una posibilidad si reservan plaza en el hotel Historic Lake Lure Inn situado en los bonitos parajes del Lago Lure en Carolina del Norte, donde se rodó gran parte del mítico hit musical Dirty Dancing. Un servidor, que siempre apostó por Footloose en esa competición inexistente de musicales ochenteros, no participa del fenómeno.
En la cima de la nevada montaña de Schilthorn (Suiza), ascendiendo mediante una cabina, se encontraba la clínica de alergias de Blofeld (Telly Savalas), un verdadero paraíso en la tierra en el que las chicas Bond -rubias, morenas, asiáticas, latinas- se alojaban en habitaciones y paseaban en sucintos bikinis perseguidas por el lerdo George Lazenby. Pero lo que en 007 al servicio secreto de su Majestad, la única cinta de 007 protagonizada por el maniquí australiano -y una bastante recuperable al margen suyo- era una base dispuesta para el mal de SPECTRE, ahora encontramos un paraje más inofensivo, una vez reconvertida en un restaurante giratorio con helipuerto construido por la productora como condición para autorizar el rodaje. La misma película nos permite abrir las puertas del hotel Palacio, en Estoril, aunque probablemente la compañía de Diana Rigg tuvo algo que ver con lo grato de la estancia.
Ahora que quizá tenemos su atención, nos arriesgamos a perderla trayendo al recuerdo la poco exitosa y prematuramente olvidada Sexo en Nueva York 2. Una segunda entrega concebida a lo grande pero cuyo mérito real fue acabar con la fama de osadía de la serie HBO, y en la que la pandilla de Carrie Bradshaw se plantaba en Abu Dabi, en realidad Marruecos, debido a la prohibición de las autoridades para rodar por los valores ‘conflictivos’ que promulgaba el cuarteto de damas. Por eso, y aunque las protagonistas se alojan en el Emirate Palace, que goza de suites de más de 600 metros cuadrados, el lujoso hotel que en realidad se afanaba en complacer a las chicas es una combinación de Mandarín Oriental y el Amanjena, aunque también las cinco estrellas de La Mamounia (750 dólares la noche la habitación estándar) tuvieron su papel en la cinta.
Para quitarnos tanta arena de encima retornamos al antiguo continente y, de la mano de una imponente Eva Green, pedimos habitación en el Grandhotel Pupp en Karlovy Vary (República Checa), un lujoso y confortable cinco estrellas en el que deberemos jugarnos el tipo con unas cuantas manos de póker. En Casino Royale, el estreno de Daniel Craig como James Bond, el agente secreto se plantaba en Montenegro para dar caza al peligroso terrorista apodado La Cifra, aunque el equipo del filme se trasladó realmente a este espléndido local del siglo XVIII con unas espectaculares instalaciones destinadas al relax y dotado de servicio médico propio, ubicado estratégicamente en ese balneario rococó que lleva por nombre Karlovy Vary, a menos de dos horas de Praga, que parece concebido a eliminar todo tipo de desórdenes.
George Clooney debió sentirse como en casa en el gran hotel Bellagio durante el rodaje de la exitosa Ocean’s Eleven. Ubicado en pleno Strip de Las Vegas, todo el complejo -que incluye hotel y casino- está concebido como si del lago se tratara, incluyendo una piscina artificial y su fuente de chorros de agua sincronizados, sin duda toda una distracción para un buen robo... o una buena juerga, como demostraron los amigos de Resacón en Las Vegas y ese involuntario spin-off de geriátrico, Plan en Las Vegas.
Y enlazando una cosa con la otra, cuando este verano se estrene la secuela de con Richard Gere y un equipo nuevo de huéspedes, recuerden el sleeper o éxito sorpresa del cine británico de hace un par de primaveras, El exótico hotel Marigold, en la que Judi Dench, Bill Nighy y un grupo de turistas veteranos daba con sus huesos en el Lake Palace de Udaipur (India) para obtener un par o tres de merecidas catarsis adultas.
Afrontamos la recta final del trayecto y ya vislumbramos el hogar. En Oviedo, y fruto de ese tour europeo que ha definido la última década del neoyorquino Woody Allen, el genio neoyorquino utilizó el hotel Reconquista para ubicar parte de la acción de Vicky Cristina Barcelona, una de sus películas más discutidas y discutibles. Escenario de la entrega de los premios Príncipe de Asturias, Bien de Interés Cultural desde hace décadas, se trata de un antiguo hospicio del siglo XVIII que, con sus galerías neoclásicas y una capilla muy especial diseñada por Ventura Rodríguez, que, sin embargo, nos ofrece todos los servicios de la vida moderna. Come with me to Oviedo!
Mire por la ventana. En la cima de la colina aneja a su habitación se encuentra esta casa victoriana que se recorta en el cielo nocturno, y que parece sacada de algún cuadro de Edward Hopper. ¿Qué mejor forma de terminar la enésima recopilación de hoteles que el Motel Bates, lugar de delirio, enajenación y muerte? De terminar, en todos los sentidos. El origen de la mansión de Norman, que ahora mismo probablemente nos esté observando desde la ventana, es difuso e incluye una combinación de nombres que haría las delicias de cualquier teórico de la conspiración. Cuenta la leyenda que la viuda del creador de los rifles Winchester, residente en la californiana San José -y no sabemos si madre castradora- amplió desmesuradamente su casa creyéndose perseguida por las almas de las víctimas de los rifles creados por su marido. Años después, y en busca de un diseño para una casa encantada en Disneyland, el mismísimo Walt Disney tomó como referencia los planos de Winchester, aunque nunca llegó a construir la atracción. Lo que sí hizo fue enseñárselos a Hitchcock, que buscaba localizaciones e ideas para su personal adaptación de la novela de Robert Bloch. El resto, como se suele decir, es historia. O Psicosis.