Su apellido era Donnadieu, no Duras. La fama le llegó a sus 70 años, de los que había dedicado buena parte, por no decir toda, a escribir. Novelista, dramaturga y guionista, Marguerite Duras habría cumplido este viernes cien años, una vida que ella retrató desde la experiencia íntima, la zona de penumbra en la que forcejean la soledad y el amor, la sexualidad y la ideología, el deseo y el lenguaje.
Nació el 4 de abril de 1914 en Gia Dinh, cerca de Saigón, en la antigua Indochina –entonces colonia francesa, hoy Vietnam-. Allí conoció la miseria, el hambre y el deseo; la vida que se confundiría con literatura. Porque no hay una línea suya que Duras no hubiese vivido. Tras la muerte de su padre, su madre, institutriz y profesora de piano –y con la que Duras tuvo una relación conflictiva-, compró una tierra en Camboya a la que dedicó sus mayores esfuerzos. Una crecida del agua arrasó los cultivos de arroz. Ese episodio no sólo dejaría una huella profunda en la situación económica de la familia, sino en la memoria de Duras. Sus historias transcurren cerca del mar o una playa y en ellas la fuerza del agua que lo arrasa todo se convierte en la constante de una escritura en la que todo se desborda.
Será en Indochina donde una joven Marguerite conocería a un comerciante chino. Ocurrió a bordo de un transbordador que cruzaba el río Mekong. Ella tenía 15 años, él 26. Del encuentro quedó una marca profunda en la escritora, quien relató el temprano romance en la que sería una de sus obras cumbre, El amante, una novela autobiográfica –¿qué no lo es en sus páginas?-, con la que ganó el premio Goncourt en 1984 y que se convirtió en su libro más conocido. En 1932, a los 18 –una edad en la que ya se había hecho vieja, según ella- se trasladó a París a estudiar Derecho, Matemáticas, Ciencias Políticas y Económicas. Siete años más tarde, en 1939, se casó con el escritor Robert Antelme con el que participó en la resistencia durante la ocupación de Francia.
Su apellido era Donnadieu, no Duras. La fama le llegó a sus 70 años, de los que había dedicado buena parte, por no decir toda, a escribir.
Antelme fue apresado por la Gestapo y deportado a los campos de Buchenwald y luego el de Dachau. En esos años, Duras conoce a Dionys Mascolo, quien terminaría por convertirse en su amante y padre de su segundo hijo; el primero, con Antelme, había muerto en 1942. Durante la resistencia, Duras se enroló en el Partido Comunista Francés. Pero fue expulsada de sus filas en 1955. Hay quienes afirman que Jorge Semprún estuvo en la reunión en la que se decidió su expulsión y que incluso tuvo que ver con su salida gracias a un informe que él mismo elaboró.
Semprún siempre negó esa versión y desmintió incluso haber estado en la votación. "Hubo una expulsión de Duras y su entorno; se quejaron, escribieron cartas pidiendo que se anulara la expulsión. Como yo era muy amigo de ellos, me encontré metido en este asunto sin saberlo", declaró el escritor al periodista Juan Cruz en 2010. Sea o no precisa tal historia, Duras se declaró ideológicamente desencantada con el comunismo. "Fui comunista hasta que me di cuenta de que el partido soviético no era comunista”, dijo la escritora, quien relata esta experiencia en las páginas de Abahn Sabana David -para algunos su libro más político-, una novela en la que también evoca el Holocausto y la resistencia contra los nazis.
Ya los años finales de la guerra Duras comenzó a escribir. Acabada la contienda –y una vez divorciada de Antelme tras el regreso de éste de Alemania, que relata en su novela El dolor-, se dedicó por completo a la literatura –y al alcohol-. De aquellos años surgen sus novelas La impudicia (1943) y La vie tranquille (1944), y aunque en un comienzo su escritura fue considerada existencialista, la crítica la colocaría después en la corriente de la Nouveau roman. La suya es una obra en la que el deseo sobrepasa a los personajes y el lenguaje a las acciones. La insatisfacción y el sufrimiento, así como el erotismo y la soledad se imponen justamente en la necesidad de transgredir, una constante que atraviesa por completo su vida y su escritura.
"Fui comunista hasta que me di cuenta de que el partido soviético no era comunista”, dijo Duras.
Suyas son 19 películas –como guionista y como realizadora-, más de 40 novelas y una docena de obras de teatro. Entre los guiones de cine que escribió, uno de los más conocidos es el de Hiroshima mon amour, una película de Alain Resnais filmada en 1960. Es sin duda, una historia que arroja pistas sobre distintas etapas de su vida. En ella se narra el encuentro de una joven francesa y un japonés en Hiroshima. Él le hace recordar al primer hombre que ella amó, un soldado alemán en tiempos de la II Guerra Mundial.
La autora de El amor, Escribir o Los ojos azules pelo negro, trazó en su obra temas transversales: la soledad, el aislamiento, la alienación y acaso el amor como combate entre la compenetración y distancia. La figura femenina es la columna sobre la que se sustenta ese universo, prácticamente lo estructura. Se trata de personajes atormentados y profundamente marcados por un amor lejano, extinto, que actúan impulsadas por el deseo como una fuerza tan arrolladora como melancólica. Convencida de que el alcohol era la única compañía posible para sobrellevar el vacío, Duras afirmaba que el ser humano sólo era capaz de recuperarse de su propia locura en la bebida. Se dice incluso que Duras llegó a beber ocho litros diarios de alcohol. “Me gustaba darme asco a mí misma. Me veía destrozándome. Era placentero aquel desplome”, dijo en una oportunidad.
Dueña de un carácter difícil y complejo, incombustible como su propia escritura, Duras atravesó un momento clave del siglo XX. Conoció a François Mitterrand, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o el psicoanalista francés Jacques Lacan. Así lo dejó asentado su amiga y biógrafa Laure Adler, quien retrata sus zonas imprecisas, las muchas máscaras con las que pretendió Duras pretendió esconderse –empezando por su apellido, que alude a la región donde nació su padre- y que no hicieron más que dejar pistas en una obra tan autobiográfica como compleja.
“Me gustaba darme asco a mí misma. Me veía destrozándome. Era placentero aquel desplome”, dijo en una oportunidad.
En Marguerite Duras (publicado en España por Anagrama), considerada como la biografía más rigurosa sobre la escritora y reconocido con el premio Femina de ensayo, Adler narra no sólo la capacidad de Duras para construir leyendas acerca de su propia vida, sino también la costumbre que desarrolló la autora de El amante para hablar de sí misma en tercera persona. En sus páginas, Adler documenta también la relación que sostuvo hasta su muerte de cáncer, en 1996, con Yann Andrea, un hombre 40 años menor que ella y homosexual, que hizo las veces de amante, cocinero y chófer.