Dos jóvenes con el rostro desencajado deambulan por las calles de París abrazados y cubiertos por una manta isotérmica, mientras miran confusos y asustados al resto de viandantes. Son dos supervivientes de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclán de la capital francesa, a quienes el cineasta Isaki Lacuesta observa desde la recreación que permite el cine para encontrar las huellas emocionales y físicas de aquel suceso, del que en unos días se cumplen siete años.
Un año, una noche es el título de la película con la que este cineasta, responsable de producciones como Entre dos aguas (2018) o Los pasos dobles (2011), se sumerge en el libro Paz, amor y Death metal, de Ramón González, un español que consiguió salir ileso físicamente de aquel horror, pero que arrastró unas secuelas que le llevaron a trasladar aquel trauma a las páginas de un libro.
Con las imágenes casi intermitentes a lo largo de toda la película del concierto de Eagles of Death Metal, banda que actuaba aquella noche en la sala Bataclán, y del posterior ataque, Lacuesta va tejiendo los recuerdos distorsionados de sus protagonistas, Ramón y Celine, una pareja interpretada por unos brillantes Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant, que trata de superar el trauma desde perspectivas casi opuestas.
El director, que llevaba tiempo trabajando en asuntos relacionados con el terrorismo, con víctimas y victimarios para un documental, recibió esta propuesta por parte del productor de Un año, una noche, Ramón Campos, que estaba con su familia en París el día de los atentados. Las "dudas" acerca de realizar "algo abstracto" sobre Bataclán y el terrorismo desaparecieron en el momento en el que conoció a los protagonistas reales y sintió el reto de retratar lo que les había ocurrido. "Nos responsabilizaba mucho que fuera su historia, pero tenerles al lado en la escritura y en los ensayos nos legitimaba", cuenta Lacuesta a Vozpópuli con motivo del estreno de este filme este viernes en los cines españoles.
Decidimos no mostrar terroristas ni impactos de bala, pero no podíamos hacer una película en la que todo quedara fuera de campo, porque no respondía a la realidad que habían vivido", cuenta el director
Ramón y Mariana -nombre real- mantienen recuerdos muy diferentes de lo que pasó aquella noche en la sala Bataclán, una experiencia que vivieron "de manera opuesta en lo emocional e incluso en lo físico", lo que llamó la atención del director, así como todo lo que ocurre cuando el suceso ya no ocupa un espacio protagonista en los medios de comunicación. "Las noticias se terminan poco después del atentado y no sabes qué consecuencia tiene en las vidas. Incluso lo que cuentan de la misma noche del atentado -cómo huyeron por las escaleras, las reacciones que tuvieron, el camerino- era algo que desconocía por completo", cuenta.
Uno de los principales retos era representar una violencia cercana, lo que solucionaron desde el guion a partir de la "imagen reprimida", es decir, "lo que han visto y quisieran no haber visto, estos recuerdos que emergen y rompen la coraza de sus defensas, recuerdos que a veces son transfigurados, contradictorios". A partir de ese momento, se marcaron las "líneas rojas" acerca de qué tenía que aparece en la pantalla y qué no.
"Decidimos no mostrar terroristas ni impactos de bala, pero no podíamos hacer una película en la que todo quedara fuera de campo, porque no respondía a la realidad que habían vivido ellos ni a la realidad que querían mostrar. Para ellos era importante enseñar lo que había vivido en el atentado. Quisimos reflejar las violencias más deconocidas, como las que se autoinflingen por el instinto de supervivencia subiendo las escaleras, tan extremadamente crueles. Aprendimos sobre la marcha", reconoce el director.
Un año, una noche y lo colectivo
A partir del atentado de la sala Bataclán, para muchos -incluida la banda que tocaba aquella noche- la celebración colectiva y los grandes espacios eran sinónimo de miedo, e incluso uno de los protagonistas sufre crisis de pánico que le impiden tener una vida normal. "Quería hacer una película propositiva, en la que el espectador se preguntara si vivimos como queremos vivir, y que esta fuera una pregunta que nos hiciéramos de forma activa al igual que se la hace Ramón. Hay una parte de reivindicación de lo colectivo. Atacaron el placer compartido. Atacaron las terrazas y los conciertos, fue un ataque a lo colectivo", señala Lacuesta.
Quería hacer una película propositiva, en la que el espectador se preguntara si vivimos como queremos vivir", señala Isaki Lacuesta
El rodaje se produjo en plena pandemia. Isaki Lacuesta vivió en su propia piel la emoción de una figuración que deseaba disfrutar de ese placer colectivo en la recreación del concierto, que tuvo lugar en el interior de la Sala Apolo, "la más parecida por volumen y aspecto", mientras que la fachada de la sala Bataclán si fue la real. Precisamente, Eagles of Death Metal iban a actuar en la sala barcelonesa justo después del fatídico concierto en la sala parisina, una coincidencia que el director destaca.
Para Lacuesta, el cine es un medio "muy adecuado para dar cuenta de cómo la distinción entre los recuerdos falsos, transfigurados y reales es falsa" y hace referencia a las investigaciones que se realizaron sobre la falsa memoria a raíz de los atentados del 11S. "Aquí pasaba mucho, todos tienen recuerdos inventados. Uno vio morir a su compañero que luego no estaba muerto, y algunos policías aún están traumatizados, a pesar de que nunca entraron, sino que se han apropiaron de recuerdos de otros. Queríamos que fuera una pelicula muy subjetivizada, que respondiera a lo que ellos habían vivido y sentido", apunta.
De nuevo, Isaki Lacuesta vuelve a trabajar junto a su inseparable compañera de profesión y de vida, Isa Campo, con quien ha firmado el guion de todas sus películas, y con quien codirigió La próxima piel, así como con Fran Araújo. Isaki no es, en realidad, su verdadero nombre, sino el resultado de incluir el nombre de Isa en el de Iñaki, nombre real. "Cuando empecé a trabajar como periodista de chaval empecé a firmar como Isaki, metí a Isa, mi pareja, en el nombre. Igual que hay gente que se tatúa el nombre, yo me lo metí en el mío", ha señalado.