Cultura

El Padrino: 50 años desde que el cine cambió para siempre

La obra maestra de Francis Ford Coppola cumple medio siglo de su estreno en España, pero sigue siendo el referente cinematográfico de la industria por su enorme calidad

Cuando El Padrino vio la luz en España hace 50 años, el cine entró en una nueva dimensión. Las pupilas de toda una generación se dilataron cuando vieron, como si de un cometa se tratase, las decenas de escenas para la historia que aquella película nos regaló. Del inicio con Vito Corleone acariciando a su gato escuchando la petición de Amerigo Bonasera en el día de la boda de su hija Connie a la cabeza de caballo en la cama de Jack Woltz, pasando por el final con Al Neri cerrando la puerta a Kay mientras Michael se proclama oficialmente padrino.

En términos puramente numéricos, la cinta se llevó tres Óscar (mejor película, actor y guion adaptado) y una recaudación bastante alta (248 millones). Pero su legado fue mucho más allá. La influencia de El Padrino cambió para siempre el género y supuso un giro de 180 grados en muchos ámbitos del cine.

Todo lo relacionado con el rodaje y estreno de la película fue en sí mismo una película de gánster del más alto nivel. Dudas, extorsiones, miedos y un sinfín de problemas que estuvieron a punto de tumbar el film de los films. El guion original que crearon Coppola y Mario Puzo, autor de la novela, tenía 160 páginas, casi 40 más de lo habitual en una producción cinematográfica. A su vez, tal número de páginas estaban divididas en 50 escenas que se desarrollarían en cinco actos. Al finalizar el rodaje, se llegó a los 150.000 metros de película, lo que equivaldría a 90 horas de metraje. Una absoluta barbaridad.

Coppola, contra todo y contra todos

El Padrino fue la obra maestra de un genio, Coppola, el cual tuvo que luchar contra viento y marea para defender su trabajo y poder rodarla como él quería. 32 años tenía el cineasta cuando llamó la Paramount a su puerta. Tal era el calibre del proyecto que tenía ante sí, que renunció a sus tres reglas de oro como director: empezar con el guion acabado, trabajar solo con gente de confianza y que la productora enredase con cambios. En sus propias palabras, ninguna de ellas se pudo cumplir.

Consciente de que una obra así requería de grandes actores, conseguir firmar a Marlon Brando fue el primer ochomil que escaló el genio de Detroit. El intérprete, que en aquel momento rozaba los 50 años de edad, era la estrella por excelencia del panorama cinematográfico. Había participado en cintas tan sobresalientes como La jauría humana, Queimada, Morituri, Rebelión a bordo, La ley del silencio o Un tranvía llamado deseo.

Las dudas sobre su calidad interpretativa estaban fuera de toda duda, pero Paramount sí parecía tenerlas. Tanto es así que el productor de Coppola, Albert Ruddy, se jugó 200 dólares con el cineasta a que la productora diría que no. Los perdió. Pese a la victoria inicial, Paramount puso varias condiciones a Marlon para hacerse con el papel. No cobraría hasta acabar el rodaje, se le descontarían del salario los gastos que provocase y tendría que hacer una prueba. Esto último fue lo que más le molestó, ya que Brando no estaba acostumbrado a ello.

Tras aceptar la petición, Marlon bordó el texto y entró en el equipo. Laurence Olivier y George C. Scott, contendientes en la misma pugna, no tuvieron opción. El resto es historia. Pacino ganó a Robert Redford y James Caan, este último acabaría interpretando a Sonny. Diane Keaton pasó de la comedia al drama de forma sensacional en su papel de Kay.

Fue costoso poner en marcha la maquinaría, pero los 77 días que duró el rodaje (Coppola pidió 80 y le dieron 53) estuvieron llenos de sobresaltos. Especialmente con la mafia, que torpedeó la cinta con amenazas de muerte y bomba. No tuvieron más remedio que reunirse con Joe Colombo, gánster y líder del movimiento Liga de los Derechos Civiles Italoamericanos. Colombo solicitó que la palabra mafia no apareciese en la cinta y que la recaudación de la premier fuese destinada a la Liga.

Además, el propio Ruddy anunció en comparecencia de prensa junto a Joe la tregua, algo que dañó tremendamente la imagen de la producción, hasta el punto de costarle el puesto a Albert, aunque fuese solo unos días, ya que Coppola pidió inmediatamente su vuelta. Pese a las amenazas, egos y demás contratiempos, la película estaba lista para ver la luz.

El Padrino, un éxito inmediato y un legado eterno

Si algo tuvo la película, desde el primer momento, fue una gran acogida por parte de crítica especializada y público generalista. No tardo en empezar a ser considerada como una obra maestra dentro del cine negro, amén de empezar a escalar posiciones de forma vertiginosa en el ranking de mejores cintas de la historia.

Coppola dibujó en El Padrino el retrato perfecto de un grupo de italianos emigrantes que acabaron aterrorizando la tierra prometida y haciéndose los dueños del negocio. Un guion que sacó al género del excluyente rincón de cine b en el que se encontraba, reescribiendo para siempre el cine de mafiosos.

Desde 1972, año del estreno, hasta nuestros días, decenas de películas icónicas han bebido en las aguas que abrieron Coppola y Puzo. El golpe (1973), Uno de los nuestros (1990), Érase una vez en América (1984), Bugsy (1991), Casino (1995), El precio del poder (1983), Una historia del Bronx (1993), Los intocables de Eliot Ness (1987), American Ganster (2007), Infiltrados (2006), El caso Slevin (2006), Promesas del este (2007) o RocknRolla (2008) son algunas de los grandes prodigios cinematográficos herederos de aquella obra.

Hasta la música, creada con sumo mimo por Nino Rota al pie de unas claras y precisas instrucciones de Coppola, ha sido ejemplo inquebrantable a la hora de componer las bandas sonoras que han ido detrás de decenas de asesinatos y miles de balas escupidas en 35 mm. El vals con el que todo empieza, un baile melancólico y apagado, un vals que define la actitud de Michael resignado con el mundo y acompaña a una familia que siempre quiso esconder su verdadera naturaleza.

O Love Theme, una preciosa composición amorosa que sigue a Michael y Apollonia allá por donde pisan. Una nostalgia existencial que destila pena y esboza un final dramático. La elección de instrumentos tales como la mandolina o el acordeón traían al espectador la esencia más pura de Sicilia. Un fracaso telegrafiado.

Una mafia que se echó gomina y corbata

Andaba el hampa perdida entre delatores, vulgaridad y una salvaje ración de violencia. De repente, y sin pretenderlo, fueron descritos al mundo entero como tipos elegantes, con una moral más que reseñable. Nació el honor entre asesinos y se adoptaron códigos de vestimenta y actuación hasta entonces imposibles de asumir. Dejaron la jerga y compraron diccionarios.

Igual que Rebeca cambió para siempre el nombre de la chaqueta, los mafiosos antes de El Padrino eran gente cutre y pasaron a acariciar gatos y hablar de sus sastresÓscar Cabrera, crítico de cine en Vozpópuli

Empezaron a hacerse trajes a medida, a presumir de sus bienes y a rodearse de un lujo más propio de la élite aristocrática. Las mujeres de los gánsteres salieron de las tinieblas del hogar y empezaron a frecuentar actos de caridad y a fundar organizaciones benéficas para seguir construyendo esa imagen que la película había escupido sobre ellos. Hasta acariciaban gatos, todo con tal de parecerse en algo a la grandeza interpretativa que Marlon Brando había destilado.

En definitiva, que Coppola cambió para siempre el orden mundial reinante. Hizo del género un manjar exquisito, del cine un Olimpo de grandeza y del hampa un lugar menos lúgubre y más glamouroso. Pero, sobre todo, alteró las vidas de cada de uno de los espectadores que, en algún instante, hemos disfrutado de El Padrino. Y como los dioses no entienden de racionalizar la misericordia, nos regaló dos años después una segunda parte prácticamente igual de sobresaliente y un epílogo fallido pero siempre disfrutable.

50 años, quién lo diría.

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