Cultura

J.D. Vance: un vicepresidente culto, católico y conocedor de los problemas del país

Triunfó con ‘Hillbilly: una elegía rural’, crónica de la agonía del sueño americano

  • Donald Trump y J. D. Vance en la Convención Republicana -

A algún lector de esta pieza seguro que le suena el nombre de James David Vance (Middletown, Ohio, 1984), el joven candidato a vicepresidente de Donald Trump. Su libro de memorias, editado aquí por Deusto, triunfó por la integridad que traslucía su análisis, el de alguien que creció presiguiendo el sueño americano antes de que este empezara a desintegrara. Así lo explica en un fragmento de Hillbilly, una elegía rural (2016): “En un viaje reciente a Jackson, paré en la vieja casa de Mamaw Blanton, ahora habitada por mi primo segundo Rick y su familia. Hablamos sobre cómo habían cambiado las cosas. ‘Han llegado las drogas —me dijo Rick—. Y nadie está interesado en mantener un trabajo”. Deseé que mi querido valle hubiera escapado de lo peor, de modo que le pedí a los hijos de Rick que me llevaran a dar un paseo. Vi por todas partes los peores signos de la pobreza de los Apalaches”, recuerda.

Luego continúa: “Algunos eran tan descorazonadores como prototípicos: chabolas decrépitas pudriéndose, perros callejeros suplicando comida y muebles viejos tirados en los patios. Otros eran mucho más alarmantes. Mientras pasábamos frente a una pequeña casa de dos habitaciones, vi unos ojos asustados que me miraban tras las cortinas de la ventana de un dormitorio. Me picó la curiosidad, miré más de cerca y vi no menos de ocho pares de ojos, todos mirándome desde tres ventanas con una inquietante combinación de miedo y deseo. En el porche frontal había un hombre delgado, de no más de treinta y cinco años, al parecer el cabeza de familia. Varios perros rabiosos, malnutridos y encadenados protegían los muebles tirados en el patio yermo. Cuando le pregunté al hijo de Rick cómo se ganaba la vida el joven padre me dijo que el hombre no tenía trabajo y que estaba orgulloso de ello. Pero, añadió, ‘son malos, así que tratamos de evitarlos’. Casi un tercio de Jackson vivía entonces en la pobreza, entre ellos la mitad de los niños del lugar.
El libro de Vance despachó más de dos millones de copias en todo el mundo y fue objeto de una película en 2020. Muchos lectores se identificaron de corazón con la historia de alguien que ve cómo el viejo mundo se desintegra a su alrededor, sin más asidero que los principios morales de cada persona. Hijo de padres divorciados, Vance fue criado por sus abuelos con las reglas de los hombres de antes. Se apuntó joven a los marines, fue destinado a la guerra de Iraq y a su regreso se doctoró en Derecho en la prestigiosa y elitista universidad de Yale. En 2019 se convierte al catolicismo, religión que termina de formar su modo de ver el mundo: oposición al aborto, rechazo al cambio de sexo en menores y militancia profamilia. Es admirador de las políticas socialpatriotas del presidente de Hungría, Víctor Orban. Si Trump gana las elecciones, Vance será vicepresidente con solo cuarenta años.

"No puedo defender el comercio cuando se utiliza para hacer adicto el cerebro de un niño a las pantallas, y se utilizará para hacer adicto a la pornografía su cerebro adolescente", explica

Conservador y antilibertario

Quien quiera acercarse en quince minutos a las convicciones de Vance, hará bien en buscar el artículo “Una elegía por el sueño americano”, publicado por la espléndida revista digital Unherd en 2019 y resucitado estos días en su primera página. Allí Vance explica por qué los valores conservadores le parece superiores al credo libertario. "Lo que persigo es esta visión de que mientras los resultados públicos y los bienes sociales sean producidos por elecciones individuales libres, no deberíamos preocuparnos demasiado por lo que esos bienes producen en última instancia. Un ejemplo: en Silicon Valley, es común que los neurocientíficos ingresen mucho más en compañías tecnológicas como Apple o Facebook, donde creo que literalmente están ganando dinero haciendo que nuestros hijos sean adictos a dispositivos y aplicaciones que deforman sus cerebros, que la gente que es neurocientífico tratando de curar el alzheimer. Conozco a muchos libertarios que dirán: ‘Bueno, esa es la consecuencia de las elecciones libres’. Ésa es la consecuencia de que la gente compre y venda mano de obra en un mercado abierto, y mientras no haya ninguna coerción gubernamental en esa relación, no deberíamos preocuparnos tanto por ello”, lamenta.

Para un conservador, por supuesto, es mucho más deseable que un neurólogo se dedique a cuidar cerebros que a buscar los puntos débiles para hacer a los humanos más vulnerables. “Sirvo a mi hijo (ahora ya tiene tres) y ha quedado muy claro que no puedo servir a dos amos. No puedo defender el comercio cuando se utiliza para hacer adicto el cerebro de un niño a las pantallas, y se utilizará para hacer adicto a la pornografía su cerebro adolescente. No puedo defender el derecho de las compañías farmacéuticas a vender veneno a sus vecinos sin ninguna consecuencia, porque esas personas eligieron tomar esos medicamentos. Es hora, como dijo una vez Ronald Reagan, de elegir, y yo elijo a mi hijo. Elijo la constitución cívica necesaria para apoyar y sostener una buena vida para él, y elijo una nación estadounidense saludable, tan necesaria para defender y apoyar esa constitución cívica”, concluye el potente texto, que ofrece pistas sustanciosas sobre sus prioridades políticas.

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