Y son las personalidades fuertes, complejas, y, como casi todas, contradictorias, las que despiertan esos amores y odios. Y sin embargo, incólume ante dichas desavenencias, pocos podíamos esperar que aquel chaval con pinta arrabalera que lloraba porque esto no era Hawai conseguiría con el tiempo lo que gritaba a los cuatro vientos, ser una rock star.
Porque ese es el status que actualmente podemos atribuirle. Con una carrera más que consolidada, no pierde el norte, y el año pasado volvió a convertir en hito su último trabajo, La nave de los locos, para sorprender con un reencuentro personal, musical y sentimental con la persona con la que compartió sus inicios, Sabino Méndez.
Aprovechando su indiscutible actualidad, en estos momentos centrada en la gira conjunta que, bajo el nombre de “Uno de los nuestros”, realiza junto a Ariel Roth y Leiva, la editorial EMI lanzará a mediados de abril la reedición remasterizada y con sabrosos extras de cinco de sus más icónicas producciones.
- Los tiempos están cambiando (1980): aún con Los Intocables, a principio de los 80 ponía sobre los surcos canciones que muchos conocían en maqueta, desde sus históricas “Esto no es Hawai (Qué wai)” y “Rock & Roll Star”, hasta esa versión del “Brand new Cadillac” de Vince Taylor.
- La mafia del baile (1985): cambiando el cuero por sus primeros, y posteriormente, eternos trajes, “Carne para Linda” y “Chanel, cocaína y Dom Perignon” serían canciones sobre las que otros construirían toda una carrera.
- Mis problemas con las mujeres (1987): convertidos ya en grupo de masas, demuestran que su corazón rocker es igualmente romántico.
- Morir en primavera (1988): los problemas con Sabino Méndez iban en aumento, pero Loquillo demostraba con “La mala reputación”, una personal visión del tema de Georges Brassens, que no entendía de cortapisas estilísticas.
- Cuero español (2000): ya con Jaime Stinus en los controles, mantenía la colaboración compositiva iniciada años antes con el gran Gabriel Sopeña, y eso se notaba.