Viajemos al Reino Unido, en plena Segunda Guerra Mundial. Pocos escenarios de la Historia reciente son más propicios para un debate sobre el bien y el mal. Entre todo lo que se escribió, destaca el libro que el pensador católico C.S Lewis dedicó a su gran amigo J. R. R. Tolkien, titulado Cartas del Diablo a su sobrino (1942). La trama son treinta y una epístolas para el aprendiz demoníaco, que buscan instruirle en las diversas y alambicadas estrategias para hacer el mal.
El pasado verano, Juan Manuel de Prada rindió homenaje a este clásico con treinta y una columnas en ABC donde se cambiaron las tornas: el joven sobrino de Escrutopo -nombre el diablo original- se dedica a informar a su tío de cómo avanza el trabajo para sabotear la España del coronavirus. ¿Resultado? Un sátira salvaje del peor año de nuestras vidas. Lo ha publicado la editorial Homo Legens, bajo el título de Cartas del sobrino a su diablo. Crónicas de la España coronavírica. El resultado es tronchante, además de una lección sobre la vigencia de la moral católica para analizar la actualidad política. Toda una demostración de cómo apoyarse en los clásicos para renovar su vigencia (también se cita a Pemán, Foxá o Chesterton, entre otros conservadores consagrados).
Hay leña para todos, empezando por la ‘izquierda caniche’, que en lugar de ayudar a las pequeñas empresas las abandonó a su suerte
La mejor prueba de que el experimento funciona no es que el libro vaya por la segunda edición, sino las reacciones furibundas que provocó en los lectores. De Prada explica en el prólogo que sufrió “presiones marrulleras” para interrumpir la publicación de la serie. “Al parecer, a cierto tipo de lector -burguesote y obtuso, también timorato y meapilas- se le hacía demasiado incómoda, tal vez porque se sentía señalado y zaherido”. Tras desvelar algunos detalles más, concluye con la impresión de que “algún día deberá reconocerse sin ambages la devaluación que ha sufrido la literatura (y también el periodismo) por intentar halagar el gusto de los zoquetes que pululan por interné”, denuncia.
Contra la gresca política
Tiene más razón que un santo, aunque tampoco podía esperarse una recepción plácida de un texto que en su primer página describe a España como un “pudridero apóstata más lastimoso que los pudrideros paganos de antaño”. Aquí hay leña para todos, empezando por la ‘izquierda caniche’, que “en lugar de ayudar a con fondos del erario público a las pequeñas empresas locales que procuran un trabajo digno a millones de trabajadores, para que puedan seguir empleándolos mientras dure la plaga, las abandona a su suerte, para que luego la plutocracia globalista pueda comprarlas a precio de saldo”, lamenta el personaje.
La derecha también recibe, por ejemplo Pablo Casado por presumir en una revista de leer Homo Deus, el exitoso ensayo del historiador israelí Yuval Noah Harari, “esa refutación pitufa y venenosa de El hombre eterno de Chesterton”. Se califica el libro de Harari como una baratija “para que modernillos progresistas y ayunos de filosofía se sientan inteligentes”, un “bodriete que recomiendan Obama, Bill Gates y toda la recua globalista”. Sale mejor parada Isabel Díaz Ayuso, debido a su “fotogenia acojonante, contra la que no se puede combatir”. También se alaban sus lágrimas en la catedral de Madrid y el rápido levantamiento de un hospital de campaña, emborronadas más tarde por “su activismo pasado de revoluciones” y por meteduras de pata como “la merendola” de cierre del recinto o la dimisión de su principal experta sanitaria.
Resulta memorable el episodio dedicado a Fernando Simón, “heraldo pimpante de todas las patrañas e intoxicaciones gubernativas"
Como era de esperar, la ideología más castigada es el sanchismo, algo lógico al ser el máximo responsable de la situación. El diablillo arremete contra “esas manadas de españoles progresistas que se manifiestan contra la muerte de un negro en Estados Unidos, a la vez que consideran fachas a quienes se manifiestan contra la muerte de cuarenta mil compatriotas de todos los colores”. Resulta memorable el episodio dedicado a Fernando Simón, “heraldo pimpante de todas las patrañas e intoxicaciones gubernativas, que durante meses disuadió del empleo de mascarillas para después -cuando sus amos las tornaron obligatorias- reconocer con muy garboso desparpajo que lo había hecho porque había desabastecimiento. Y todo dicho con esa glamurosa afonía y esos jerséis gualtrapas que ponen palotes a sus fans”, resume. Hay críticas hasta para Hegel.
Buscadores del logos
La conclusión sobre el debate político actual, también conocido como 'demogresca', es que “mientras unos y otros espumajean de rabia, se deja de hablar, por ejemplo, de las decenas de médicos y auxiliares sanitarios que han muerto porque tuvieron que atender a los infectados de coronavirus sin protección; o, para mayor escarnio tétrico, con la protección de pega que el Gobierno compró (a precio de oro y con remanguillé de comisiones) en el chino”, señala.
Por encima de los chascarrillos peyorativos, aquí se expone una disidencia de fondo: “Nuestro auténtico enemigo será el ‘buscador del logos’; es decir, quien se atreva a denunciar la argucias ideológicas de esta oligarquía intelectual”, señala.
Más claro: “Para combatir a esos impertinentes ‘buscadores del logos’, ningún instrumentos más eficaz que la fantasía del pluralismo, donde del enjambre de opiniones sistémicas acaba condenando a la irrelevancia o el pintoresquismo a la voz auténticamente discrepante”, subraya. El capítulo final, un duelo en la catedral de Alcalá de Henares, pone un digno cierre a este libro pequeño pero matón.