"Cuando pase esto del coronavirus te vienes a casa y nos tomamos una copa, ¿te parece? Oye, y me vas contando si hablas con esa editorial para mi 'Nueva Crónica del Café Gijón". Una semana antes de morir, Marino Gómez-Santos, escritor, periodista, Premio Nacional de Literatura, me transmitía una vez más su vitalidad, una energía interminable a los 90 años para seguir escribiendo, porque la literatura es un oficio sin fecha de caducidad.
Siempre me dijo que del periodismo uno se sube y baja en marcha, algo que en su caso se cumple a rajatabla. Marino Gómez-Santos tenía buena salud a sus 90 años, pero eso tampoco es garantía de nada. Una mala caída en casa le ha llevado a la muerte. Él, que enterró a tantos amigos ilustres, cuyas biografías son oro literario e histórico: Severo Ochoa, Camilo José Cela, Azorín, Gregorio Marañón, César González Ruano, Julio Camba...
Escribió más de 50 libros, pero lo que sabe y no contó daría para muchos ejemplares más. No lo podía evitar, siempre fue un caballero. Era delicioso verle divagar. Hace poco le llamé también para compartir impresiones sobre el reciente documental sobre la vida de Francisco Umbral, Anatomía de un dandy, y terminó, como era habitual, contándome alguna de sus anécdotas únicas.
Por ejemplo, cuando entrevistó a Lola Flores y andaba por allí 'El Pescailla', con quien estaba liada, pero nadie lo sabía. Dio fe en su periódico de algunos detalles poco agradables sobre la vivienda de la Flores y el resultado fue unos cuantos gitanos presentándose en la puerta del periódico con navajas para amedrentarlo. "Suerte que el guardia, que era un antiguo falangista, llevaba pistola y no le costó disolver a los furiosos", me contó.
Su verbo fluido le llevaba a disculparse cada dos por tres, a pesar de que escucharle era como asistir a la mejor serie de HBO posible. "Perdona, que te estoy aburriendo con mis cosas". "Para nada Marino, siga, siga". Cuando entré en su casa me fijé en la cantidad de cuadros y recuerdos que la poblaban. Una foto con Severo Ochoa, a quien adoraba y del que fue su testaferro, presidía el saloncito de nuestra primera conversación. "Oye niña, no me hagas tantas fotos que no soy Gary Cooper", le dijo a mi compañera fotógrafa.
Periodista de raza
Marino Gómez-Santos fue un periodista de raza, de los que tienen recursos para colarse en los sitios más inverosímiles y contar las mejores historias, con una agudeza mental digna del personaje de Paul Newman en El Golpe. Por algo fue quien consiguió entrevistar por primera vez a la reina Victoria Eugenia en el exilio. Conocía a todo Madrid, al viejo Madrid, a esa ciudad donde uno podía compartir tertulia en el Café Gijón con Cela, Umbral y César González- Ruano, compartir whisky con Hemingway, pasar la tarde con Gregorio Marañón en su finca 'El Cigarral' en Toledo, visitar a Pío Baroja a su casa o acompañar al cine a Azorín... si te llamabas Marino Gómez-Santos.
Y es que eso solo estaba al alcance de una mente ávida y talentosa como la suya. En uno de los emails que me envió contaba: "A Ava Gardner la conocí ocasionalmente, cuando salía con Mario Cabré, el torero, actor y poeta un tanto olvidado. Pero entonces yo estaba en mis tareas y no disponía de tiempo para emplearlo en los enredos de aquella complicada señora. A Hemingway le veía a mediodía en el bar del Hotel Suecia, y para comer en el restaurante Callejón de la Ternera, ya desaparecido".
A Marino Gómez-Santos, Camilo José Cela (“Camilín”) le cuidó "como una madre" cuando estuvo convaleciente en su casa de Palma de Mallorca, y Hemingway lo dejó sin respiración "tras un puñetazo amistoso". Por él, Cela y González-Ruano dejaron de ir al Café Gijón, como contó en su último libro César González-Ruano en blanco y negro.
Marino no entendía bien el mundo de hoy día. Ni yo mismo lo entiendo y solo tengo 28 años. Es un fracaso que la mayoría no conozca a Marino Gómez-Santos. No les culpo. Yo mismo no le hubiera conocido de no encontrarme con su Vida de Gregorio Marañón en una tienda de libros de segunda mano. Tres euros a cambio de un Premio Nacional de Literatura. Una fuente de sabiduría, uno de esos libros a los que se vuelve una y otra vez, que contiene grandes ideas como que “el fin no justifica los medios, son los medios los que justifican el fin”.
Nuestro país es un fracaso si hemos sepultado en el olvido a figuras claves de nuestra literatura, ciencia, arte y filosofía. Afortunados los que le conocimos y a los que nos legó su pasión por el día a día. Siempre en movimiento. Siempre en mil proyectos. Siempre en marcha como un inagotable tren asturiano repleto de tesoros del siglo XX.
Una vez le pregunté a bocajarro que por qué trabajaba tanto con 90 años. Me contestó: "No creo que pueda considerarse trabajo la lectura... En cuanto a la escritura es una facultad que no se domina nunca. Cuando Azorín cumplió noventa años y le pregunté qué pensaba en aquel día memorable me respondió sonriendo: ¡Quién supiera escribir!". Quién supiera 'vivir a su manera', como canta Frank Sinatra, vivir como Marino Gómez-Santos.