Cultura

Un Juan Marsé agrio, ácimo y póstumo

Hay malestar en estas páginas. Cuantos más días transcurren descritos en sus folios, más se ensombrece el ánimo de quien sostiene el lápiz. Más que escribir, Juan Marsé (1933-2020) rasca

  • Juan Marsé fotografiado por Lisbeth Salas.

Hay malestar en estas páginas. Cuantos más días transcurren descritos en sus folios, más se ensombrece el ánimo de quien sostiene el lápiz. Más que escribir, Juan Marsé (1933-2020) rasca en sus libretas textos cotidianos y urgentes, también agrios apuntes con los que aboceta, describe y hasta lapida a políticos, intelectuales, escritores, periodistas, editores, críticos y demás criaturas de su entorno. 

Al leer este volumen de sus dietarios publicados esta semana por Lumen, y que lleva por título Notas para unas memorias que nunca escribiré, el lector asiste al encuentro con un Marsé roto, que habita a la fuerza en un mundo que desprecia y por el que se siente agraviado e ignorado, prácticamente invisible. “Siento que como escritor estoy ya caducado, desconectado y descatalogado”, escribe el 29 de mayo de 2017. Cabe destacar que una semana antes, ese mes, dedica unas líneas a la editorial Planeta para referirse al grupo como un “peligro cultural”. 

Sus zarpazos no se limitan al mundo cultural o literario. Existe incluso algo democratizador en su desprecio, porque a todos los insulta y humilla por igual: desde Irene Montero o Pilar Rahola, hasta el escritor Javier Cercas al que se refiere como un predicador, un Javier Marías al que tacha de ególatra o un Xavi Ayén, al que se despacha como un “divulgador de basura literaria”. No escatima Juan Marsé en desplantes para los nacionalistas, independentistas, socialistas, charnegos, patriotas. Más que triste, Marsé parece harto. Está exhausto. 

Cuando acometió parte de este diario el barcelonés era ya un consagrado premio Cervantes  y miraba el mundo con el hastío de un converso. “En Cataluña ninguneado por escribir en castellano, y en el Reino no me quieren porque soy catalán”, escribe ya en 2017, un sentimiento de agravio del que ya da noticia una década antes, el el 30 de diciembre de 2007, cuando escribe: “Me encuentro ya en la antesala del olvido, respirando un venenoso silencio y un doloroso ninguneo, pero me esfuerzo por vivir sin lamentos ni rencores”. No parece que haya avanzado en su empresa anímica. 

Están aquí reflejadas sus opiniones sobre Cataluña y España, sobre escritores y artistas, sobre la literatura, el periodismo, el cine y la política; también sus grescas literarias y antipatías  cotidianas

Las impresiones que escribió en libretas durante los últimos diez años conducen a quien lee a un habitáculo oscuro, falto de ventanas y alegría.  Al asomarse a estas páginas es posible conocer, entender y recordar una época no demasiado remota de España y cuyo recorrido en estas notas va del año 2006 al 2019. Sea o no más preciso en el uso del insulto, Marsé sigue mostrándose igual de roto. Sea 2007 o 2015 la herida es la misma. “Jamás aceptaría pertenecer a una patria que me aceptara como patriota”, escribe el 5 de noviembre de un 2012.

Están aquí reflejadas sus opiniones sobre Cataluña y España, sobre escritores y artistas, sobre la literatura, el periodismo, el cine y la política; también sus grescas literarias y las antipatías cotidianas. Sus disgustos se reparten entre sus reconcomios con el Grupo Planeta, del que se marchó con un sonoro portazo al renunciar a formar parte del jurado de su premio de novela. Reúne y retrata la fauna que se despliega desde el pujolismo hasta la moción de segura. Este libro exhibe el “más íntegro y despiadado autorretrato del escritor”, asegura el crítico literario Ignacio Echevarría en el prólogo. Tal y como precisa Echevarría, Marsé entregó estos legajos para su publicación el 18 de octubre de 2019. Dedicó sus últimos meses de vida a corregirlos, con la intención de dejar el libro “listo para ser publicado”. 

Vaya agrio testamento deja de sí un escritor que acaba convertido en el pan ácimo y del que quedan sus libros como un vaso de agua para tragar el mendrugo de sus reconcomios. EL responsable de esta antología, el ya mencionado Echevarría, explica que fue el propio Marsé quien contempló y autorizó la publicación de los materiales, cuya transcripción él mismo revisó en dos ocasiones. Aunque su salud estaba mermada cuando este libro se proyectó, en ningún momento se dio por sentado que su edición fuese póstuma, aclara Ignacio Echevarría. La muerte del escritor, en verano de 2020, quiso que en eso se convirtieran estas páginas. 

Los diarios, la libretas

A finales de 2003, “visiblemente aquejado por aburrimiento, fastidio y fatiga lo llevó a imponerse una especie de diario”, explica Echevarría. A cada día su afán: entre cien y ciento cincuenta palabras volcadas a diario por Marsé en una prosa que va desangrándose de cualquier luz y se adentra en una oscura covacha a la que van a parar los retales de una pluma que se apaga en el mal humor y el escepticismo. 

La mayoría de las veces evita la introspección solemne, rehúye las confidencias y cede terreno a una acritud creciente. Existe un malestar de fondo que hace posible reconocer el año en el que comienza estos apuntes: 2004, que coincide con el atentado de la estación de Atocha de Madrid o la guerra de Irak, pero también sus desencuentros con Fernando Trueba y Andrés Vicente Gómez, o su renuncia a formar parte del jurado del Premio Planeta y que marca su ruptura definitiva con el grupo. 

Las libretas que el novelista escribe en esos años rezuman una cierta amargura, un hartazgo creciente de todo cuanto lo rodea. La actualidad cobra forma en un retrato satírico que Marsé estruja a conciencia. Dedica palabras ásperas para referirse a la deriva soberanista de Catalu­ña, que se agudiza de forma creciente desde 2013 hasta 2017. En ese tiempo, Marsé concede no pocos comentarios a personajes como Pilar Rahola y a su insufrible “sentimentalidad catalufa”, como la describe, pero también a otros como el diputado de ERC de quien señala su vocación de payaso. 

El grifo abierto 

En una libreta titulada como Prosistas, se refiere a Camilo José Cela como autor de una prosa campunada, a Francisco Umbral le endilga una prosa sonajero, a Javier Marías una prosa pringada y a Cercas una prosa resabiada. No es más generoso con Ruiz Zafón, cuya escritura califica de insolvente. Completa su lista con Juan Manuel de Prada y su prosa ensotanada. Los días se vuelven un grifo que gotea hasta inundar una palangana.  

El aburrimiento traviste en malestar, hasta el punto de escribir que sólo siente alivio después de comer, acaso porque la sangre se halla ocupada en la digestión. La rutina, corrosiva como una gotera de ácido, se esparce entre dibujos y enumeraciones de acciones sin propósito: nadar, caminar, comprar el pan, recibir correspondencia y la lectura de los recortes de prensa. Tedio sobre más tedio. También se emplea en correcciones de textos que ya no le parecen tan buenos y esa sensación de amargura creciente que se despliega en estas libretas repletas de sátira y acritud. Hay pirotecnia en sus ataques a terceros y tristeza en sus achaques. 

Al Barça lo califica de mafia y a Guardiola le reserva un entrecomillado amargo: "Con su proclama independentista, se ha revelado un tonto de solemnidad"

En ocasiones apunta frases de otros y las despliega sobre el folio, como si de un atajo hacia sí mismo se tratara: “Estoy muy cansado de ser catalán. También de ser español: las dos cosas juntas resultan una verdadera lata”, trascribe las palabras de Juan Faneca el 5 de marzo de 2017, una semana después del infarto que lo mantuvo seis días internado en el hospital de Sant Pau. Ni el fútbol ni el Barça sobreviven en estas páginas. Al club lo califica de mafia y a Guardiola le reserva un entrecomillado amargo: “Con su proclama independentista, se ha revelado un tonto de solemnidad”.

El volumen tiene el interés que generan los ídolos caídos, ese rumor de responso que forman los lamentos de quien ya no se siente convocado para librar ninguna batalla, ni siquiera contra sí mismo. Está editado con orden, fidelidad y celo para que ese Marsé crepuscular y clausurado, ese hombre expulsado del mundo y de sí mismo, se revele ante el lector y comparta con quien lee esa lenta condena que supone seguir vivo cuando escribir ya no basta. Un libro ácimo y rocoso, incrustado como una piedra en el ánimo de quien se cuenta, un guijarro que atraviesa y desgarra hasta llegar al interior del que lee. 

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