Ha muerto uno de los autores fundamentales del siglo XX español. En su vida, como en su obra, cine y memoria son en Juan Marsé un lugar hecho del mismo material. Una conjunción a la que el autor de 'El embrujo de Shanghai' dedicó sus más hermosas líneas. Sin Marsé, el Carmelo se nos queda solo, sin Pijoaparte ni Teresa.
Barcelona fue su reino de joyero, alguien capaz de engarzar palabras como gemas. En las páginas de su más reciente novela 'Caligrafía de los sueños' (2010), Ringo, como casi todos, era él: un niño que pasa largas horas embelesado ante las cupletistas de las marquesinas del cine Selecto o los dobles de westerns de los Guinardó. Aunque también hay de sí en el Daniel de la Barcelona de la posguerra que cuenta en 'El embrujo de Shanghai', una ciudad llena de huérfanos, entrañables fulanas como la Betibú o pirados como el capitán Blay. El universo literario de Juan Marsé (Barcelona, 1933) son versiones de un mismo racimo de recuerdos; una práctica que va en aumento –el gesto de escoger unos, a veces otros-; algo que insiste, como la arruga que a veces estropea y en otras embellece los largos surcos de un rostro, o en este caso, de una prosa que se hace valiosa con la aparición de pliegues, cual los jardines con las esmeraldas.
La escritura de Juan Marsé es un largo oficio de memoria y nostalgia que a unos hastía y a otros atrapa. 'Últimas tardes con Teresa' marcó un tiempo. Compañero de generación literaria de Gil de Biedma, Eduardo Mendoza o Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé escribió su primera novela a los 25 años: 'Encerrados con un solo juguete', con la que consiguió quedar como finalista en el premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Tras una etapa en París, regresa a España y publica 'Esta cara de la luna' y 'Últimas tardes con Teresa' (1966), que la vale el Premio Biblioteca Breve. Le siguen 'La oscura historia de la prima Montse' (1970), 'Si te dicen que caí' (1973), censurada por el franquismo. El gran salto ocurre con 'La muchacha de las bragas de oro' (1978), que obtuvo el Premio Planeta. Consigue finalmente la consagración literaria con 'El embrujo de Shanghai' (1994), Premio Nacional de la Crítica, y 'Rabos de lagartija' (2000).
Era tan poético en blanco sobre negro como tan directo en las distancias cortas"
Nunca anduvo con rodeos. Renunció a formar parte del jurado del Premio Planeta y dejó a Lara plantado con la misma tranquilidad con la que, en 2008, al ganar el premio Cervantes espetó a la prensa que se gastaría el dinero del premio en “vino y mujeres”. Era tan poético en blanco sobre negro como tan directo en las distancias cortas. En más de una ocasión afirmó que escribía en español "porque me da la gana" y que el independentismo de Artur Mas y Jordi Pujol es más un asunto de "sentiments i centimets", tal y como escribió en el magnífico libro de perfiles 'Señoras y señores'.
Crema del más fino bombón que Circe alguna haya podido cocinar. Textos dulces y venenosos que Marsé confeccionaba como lo que es y ha sido siempre: un escritor joyero. Vivió engarzando piezas en un taller como orfebre, así se ganó la vida. “Yo fui operario en un taller de joyería, o sea, hacía sortijas, pendientes, broches, etc., pero no engastaba piedras preciosas en esas joyas, eso lo hacía el engastador, que trabajaba por su cuenta en su propio taller. El trabajo artesanal siempre me interesó: escribir a mano me sigue gustando más que hacerlo en el ordenador”, dijo a Vozpópuli en una entrevista.