Hay carteles dobles, no tan esperables, que iluminan el presente. Fue el caso de unir a la legendaria vocalista cubana Omara Portuondo y el imperial Salif Keita, una de las voces clave de la música de Mali y también uno de los artistas más venerados de África. La primera cuenta con 92 años, así que constituye un pequeño milagro que pueda participar en un concierto completo. El segundo va ya por los 73, pero cada vez que se pone irradia una energía comparable a la de un cuarentón en forma.
Portuondo nos recordó las mejores partituras de la canción sentimental en castellano, Keita confirmó que los ritmos africanos son el mejor esqueleto para la música de baile. Aunque pueda parecerlo, no están tan lejos: hace tiempo que sabemos que la mejor música caribeña -y latina en general- es de raíz afrodescendiente (el legado cultural que trajeron los esclavos a las dos partes de América). Escucharlos juntos, la misma noche, fue una lección de historia pero también una sesión de hedonismo, que nos transmite -una vez mas- que el placer puede ser sutil, pausado y lleno matices (aunque Keita no renuncia a los ritmos vigorosos).
A Portuondo, como es natural, la van abandonando las fuerzas del cuerpo, pero conserva casi toda la magia de la voz. Todavía puede hacer grandes versiones de clásicos como “Veinte años” y “Lágrimas negras”, con la pausa y el poso que requieren estas cumbres de la canción sentimental en castellano. Su banda suena sólida y sutil, arropando cada inflexión de la cantante, acariciando cada palabra que pronuncia con ecos de bolero y de balada jazzera. Escucharlas mientras se esconde el sol en el Botánico ofrece el marco perfecto para disfrutarlas.
Mientras los solos de guitarra agotaron la mayoría se sus posibilidades en los años setenta, y sonaban absolutamente tópicos en los ochenta, la kora sigue sonando expresiva e hipnótica en 2023
Hay algo glorioso en estas partituras que han acompañado en sus desamores a varias generaciones de hablantes de castellano, y que tiene pinta de seguir acompañando a unas cuantas más. ¿Cómo es posible que una pieza tan sencilla como “Bésame mucho”, creada en 1932 por la mexicana Consuelito Vázquez, arrasase comercialmente desde su publicación y siga sonando tan cálida y fresca como el primer día, incluso en la voz de una nonagenaria? Hay que acertar con la alquimia exacta de los sonidos y las palabras para que eso ocurra. Y en el repertorio de Portuondo casi todas las piezas cumplen ese alto requerimiento.
Salif Keita y la superioridad africana
Con el sol ya escondido, salta al escenario Salif Keita con la elegancia habitual y con una banda totalmente engrasada. Causa cierta tristeza que exista un sector del público totalmente cegado por los mitos anglosajones (Bob Dylan, Van Morrison Rolling Stones…) y que no conozcan a los veteranos africanos, que están mucho más en forma, me refiero a los Youssou N’Dour, Tiken Jah Fakoly o el propio Keita. Sus discos suenan más vivos, contagiosos y contemporáneos, mientras la aristocracia folk-rock anglo se va marchitando día a día (con la excepción del enorme Neil Young, que conserva más chispa que el resto).
¿Una prueba de la frescura de la música africana? A mitad de concierto, suena un solo de kora que hipnotiza a gran parte de la audiencia. Mientras los solos de guitarra agotaron la mayoría se sus posibilidades en los años setenta, y sonaban absolutamente tópicos en los ochenta, la kora sigue sonando expresiva e hipnótica en 2023 (además tocada por un miembro del clan Diabaté, maestros responsables en gran parte de su disfusión).Esté más o menos arropada por los instrumentos, la voz de Keita emerge siempre majestuosa para expresar sentimientos que se contagian, más allá de que comprendas o no el contenido de la letra. Aunque la salida del escenario, fue un poco abrupta, dejándose un bis cantado en el tintero, escuchar a Keita siempre te hace pensar que la música popular puede ser tan intensa, distinguida y sublime como cualquier otra de las llamadas cultas (y, además, es más directa).